El sistema educativo, sus falencias y la decadencia argentina
Julian Larrivey
Participante del Programa de Jóvenes Investigadores y Comunicadores Sociales de Fundación Atlas. Estudiante de Derecho, UNR.




Precisamente en el año 1895, tuvimos el PBI per cápita más alto del mundo. Permanecimos, durante la primera mitad del siglo XX, dentro de los primeros cinco puestos, y nos convertimos en el primer país del mundo en quebrar el analfabetismo. 
Hoy, la realidad se convirtió en utopía. De ser ese país enormemente rico (con los salarios más altos de la región, pese a que muchos no quieran reconocerlo), pasamos a estar por debajo del puesto 70. Se justifica, lo cual es inentendible, con que se “ganaron" muchos “derechos" laborales. Pero el mundo (o la mayor parte de él) ha sabido asegurarle prosperidad a sus individuos sin la necesidad de bajar un puesto de ranking por año. 
Y si hablamos de las evaluaciones internacionales en materia educativa, tenemos índices lamentables: una cantidad significativa de estudiantes no comprende texto, ni resuelven problemas matemáticos básicos. Nos posicionamos por debajo de mitad de tabla en la región, siendo el país que más dinero del fisco destina a la educación, en relación a los países antes mencionados. En este caso, no sé qué justificativos tendrán, más que negar la realidad. Esto tiene, a mi juicio, una serie de razones por las cuales nos convertimos en un caso atípico en el mundo: pasar del desarrollo al subdesarrollo. 
Dichas razones están directamente relacionadas con el sistema educativo en sí. Es decir, este no carece de responsabilidades en cuanto al futuro casi en jaque al que han sometido a nuestro país. 
En los comienzo del siglo XIX, fue la época en la que se sentaron las bases (con muchísimos errores, por cierto) para lo que luego sería Argentina, tal y como la conocemos. 
Pero entonces se ha pecado, (quizás por ignorancia o quizás por inacción) en la falta de conocimiento teóricos fehacientes para llevar a cabo las tareas necesarias para la propia realización tanto institucional como republicana. 
Es decir, se creía que con la independencia bastaría para hacer las cosas bien, a tal punto que se tomó como correcto que todo lo que estuviera alejado de la Europa (ya sea territorial y geográfica, como intelectualmente hablando) sería próspero para el desarrollo económico y social de la patria naciente. 
A la luz de los hechos, post independencia nos ha asolado una época gris. Una época en donde se comprobó que pese a la lejanía geográfica de la corona, los porvenires de aquellos individuos ahora independientes, todavía estaban a la deriva. 
Se creía que siendo independientes bastaría, pero no bastó. Décadas de civilización y barbarie, han impedido por entonces un crecimiento sostenido, y han teñido en muchas ocasiones, esta tierra de sangre. 
Tal como decía Alberdi: “…es tiempo de reconocer esta ley de nuestro progreso americano y volver a llamar en socorro de nuestra cultura incompleta a esa Europa, que hemos combatido y vencido por las armas, pero que estamos lejos de vencer en los campos del pensamiento y de la industria…”.
Y no fue hasta la segunda mitad del siglo XIX que se dejó de lado el paradigma vigente, y se comenzaron a buscar nuevos paradigmas con sentido común y en pos de un bienestar general transformado en política de estado, cuyo interés no radicaba en la clase política, sino en el individuo, quien sería responsable de su propio destino, dueño de sus obligaciones y sus derechos, y quien sería (y debía ser, en definitiva) el protagonista de la historia por forjar. 
La educación se transformó en el horizonte. El papel de Sarmiento fue preponderante, y su visión, acorde al momento. 
Pero a pesar de ello, desde mi punto de vista, se le dio excesiva atención a Sarmiento, y casi nula atención a Alberdi. No por desmerecer el trabajo del primero, que fue realmente próspero y exitoso, sino porque para el segundo, si bien la educación era importante, más aún lo era la instrucción. 
Y he aquí la gran diferencia: la educación es la capacidad de desempeñarse en el ámbito académico, el hecho de leer y escribir; mientras que la instrucción tiene que ver con la educación en el campo de los conocimientos prácticos, el trabajo, la productividad, la inversión, el capital, en definitiva: el mercado. 
Sarmiento quería que todos sepan leer y escribir, mientras que Alberdi se preguntaba: “¿de qué sirvió al hombre del pueblo el saber leer? De motivo para verse ingerido como instrumento en la gestión de la vida política que no conocía; para instruirse en el veneno de la prensa electoral, que contamina y destruye en vez de ilustrar; para leer insultos, injurias, sofismas y proclamas de incendio, lo único que pica y estimula su curiosidad inculta y grosera".
Por supuesto que dicho ejemplo ya está pasado de término. En la actualidad, ninguna persona podría por sí misma ser eficiente  dentro del campo de los conocimientos prácticos sin saber leer ni escribir, puesto que casi todos los trabajos necesitan de una PC, un smartphone, internet, etcétera. El ejemplo es válido si lo comprendemos dentro de la época, y sigue vigente si lo trasladamos al presente con otras cosas. 
El análisis de Sarmiento fue acorde a su tiempo histórico. Pero hoy, seguimos con una educación digna de hace un siglo y medio, pretendiendo obtener resultados distintos. Condenamos a los alumnos que no se adaptan a este sistema (ignorando que los que sí se adaptan, muy rara vez emplean en la práctica laboral lo aprendido), y a los docentes que no tienen medios ni preparación para integrar a los alumnos. 
El sistema educativo en general, y la escuela como institución de aprendizaje, no tienen medios suficientes. Carecen de infraestructuras y tecnologías elementales. 
Pero no son solo pedagógicas las falencias de nuestro sistema educativo. También son (y en mayor medida) de contenido teórico conceptual. Son problemas producto de las bajadas de línea el poco federalismo y el nulo respeto por la libertad de enseñar y aprender que menciona el artículo 14 de nuestra constitución. 
Tenemos una educación completamente trastocada por la ideología y carente de objetividad, que pone al sentimentalismo por encima de la razón. La escuela (en especial el secundario, y específicamente las materias de ciencias sociales) buscan que nos rebelemos ante un mundo aparentemente desigual e injusto, en lugar de enseñarnos a desenvolvernos y ser prácticos dentro de ese mundo. 
Se crean paradigmas completamente desacertados, que nos hacen encontrar en problemas. Y, tal como decía Sarmiento: “todos los problemas, son problemas de educación”, y estaba lejos de equivocarse. 
Aquello que planteaba casi dos siglos atrás, hoy es una ley. Y sin ningún tipo de duda, urge replantearnos qué estamos haciendo en materia de educación. 
Tenemos un sistema educativo monótono, que no fomenta el interés del alumno. Y un alumno desinteresado, es un alumno sin pensamiento crítico. Y un alumno sin pensamiento crítico, es una persona que en poco tiempo ejercerá su derecho al voto, entrará al mundo laboral, etcétera. Y si esa perdona carece de pensamiento crítico, el país carece,  potencialmente, de buenos resultados.
Debemos dar un cambio de sentido, bastante considerado, porque ha quedado en evidencia, que no estamos haciendo las cosas bien. El sistema educativo es, sin dudas, uno de los principales responsables de la decadencia argentina. Actualmente, su performance está en un péndulo: salvo muy pocas excepciones, tenemos alumnos completamente desinteresados, o alumnos interesados pero con ideas y conceptos erróneos que vienen fracasando en el mundo (y en Argentina) desde hace bastante tiempo. 
Debemos dejar de lado muchísimos prejuicios, y ciertas “verdades" que el establishment ha impuesto. Por eso, hay que educar formando personas para el mundo. Personas capaces, creativas. Que emprendan y construyan. Que se hagan valer por sí mismas. Que actúen con responsabilidad. Que sepan sobreponerse y salir fortalecidas de las situaciones adversas. Que entiendan que nadie les va a regalar nada. 
Que aprendan a reconocer las oportunidades detrás de los obstáculos. Que  entiendan que no hay dos personas iguales en el mundo y por ende, que cada uno le aporta algo distinto a los demás. 
Que cada uno puede, y debe, cooperar mutua y voluntariamente en pos del bienestar general. 
No estamos viendo resultados en el presente porque no hemos educado (ni instruido) en el pasado. 
Debemos educar en el hoy, para dejar huella en el mañana. 
Y eso, solo es posible, si educamos desde, por y para la libertad. 
 

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