BALZAC, DESDE LATINOAMÉRICA (y desde Denzil Romero)
Carlos Goedder
Carlos Goedder es el seudónimo de un escritor venezolano nacido en Caracas, Venezuela, en 1975. El heterónimo de Carlos Goedder fue alumbrado en 1999 (un juego de palabras con el nombre de pila correspondiente al autor y el apellido de Goethe, a quien leyó con fruición en ese año. La combinación de nombre algo debe también a la del director orquestal Carlos Kleiber).


A partir de un relato del venezolano Denzil Romero, es atractivo para cualquier amante del oficio literario explorar la vida del gran escritor francés Honoré de Balzac
 Al profesor Ramiro Molina Ríos 
“Lo que hacemos en la vida está determinado por la manera en que nos comunicamos con nosotros mismos”.  En: Amores, pasiones y vicios de la gran Catalina, de Denzil Romero
Un poco de Denzil Romero
El venezolano Denzil Romero (1938-1999) fue uno de los escritores más originales y distintivos de su tierra. Si algo hace grande a un escritor es que sea difícil imitarle. Y Romero es inimitable. Su estilo es neobarroco y tiene como recurrencia la exposición estética de lo sensual. Sus obras pueden admirarse tanto como instructivos manuales de erotismo como las grandes piezas literarias que son.
Conocí la obra de este autor gracias al profesor Ramiro Molina Ríos, uno de estos economistas que son más bien humanistas del Renacimiento por su amplio saber y espectro de inquietudes. Romero se lanzó a algo prodigioso y necesario en América Latina: hacer recorridos llenos de fantasía, sexualidad desbordada y estética desde la vida de los próceres latinoamericanos –sin perder por ello minuciosidad biográfica-. Ganó el premio de novela erótica La Sonrisa Vertical de Tusquest editores con La Esposa del Dr. Thorne (1988), donde aborda la disparatada vida sensual de Da. Manuela Sáenz (1797-1856), revolucionaria sudamericana oriunda de Quito y compañera sentimental de Bolívar entre 1822 y 1830, de algún modo espejo de la disparatada fiesta de los sentidos de la católica América Colonial. No obstante, la obra central de su vida fue una serie de cinco novelas dedicada a su compatriota Francisco de Miranda (1750-1816), el Precursor de la Independencia Sudamericana y quizás el único militar que tomó parte activa en las tres grandes revoluciones que alumbraron la Edad Contemporánea: la Estadounidense, la Francesa y la Hispanoamericana. La primera parte, La Tragedia del Generalísimo (1983) obtuvo el premio Casa de las Américas. Le siguieron Grand Tour (1988) y Para Seguir el Vagavagar (1998), todas publicadas por Monte Ávila  Editores de Venezuela. Y justo allí se apagó la vida de Romero, dejándonos pendientes los dos siguientes volúmenes y en especial el final del regreso a Venezuela de Miranda, donde acabaría entregado por sus compatriotas a las fuerzas españolas, para acabar muriendo prisionero en Cádiz. En cualquier caso, Romero con estos trabajos, donde Miranda aparece más como un bohemio amante del placer sensual e intelectual, abre una fructífera posibilidad literaria y creo  necesarios este tipo de escritos para que por fin América Hispana se quite el yugo de unos próceres sacrosantos y los disfrute en su humanidad, con sus limitaciones abundantes y sus méritos para superarlas. Quizás con esto acabe el fantasma del militarismo en estas tierras que celebran su bicentenario republicano.
He logrado conseguir en mi diáspora otras grandes novelas de Romero, póstumas ambas: en Argentina, Amores, pasiones y vicios de la Gran Catalina (Emecé, 2002), donde el personaje central es la emperatriz rusa Catalina la Grande, de quien Miranda fue amante en la época de vejez de la monarca. La editorial Vervuert publicó, desde el Centro de Estudios Latinoamericanos de la Universidad Católica de Eichstätt otra novela de Romero en 2002, Recurrencia Equinoccial – la encontré en Madrid-, donde el protagonista es el explorador alemán Alexander von Humboldt en su hazaña de recorrer el oriente y la Guayana venezolanos. Es un texto espléndido para rescatar grandes geógrafos y antropólogos del Nuevo Mundo de origen español, especialmente religiosos (Joseph Gumilla, fray Bernardino de Sahagún, Alejandro Malaspina) y desde luego se juega con la homosexualidad del barón Humboldt, sin perder con esta irreverencia la profundidad de una minuciosa novela sobre el recorrido y logros del personaje, el segundo descubridor de América, como le llamó Bolívar. De esta obra viene esta formidable frase: “¿Cómo evitar cualquier vestigio exótico, si el nombre de América ya es una exquisitez?” (p. 153)
Una colección de relatos de Romero, Tardía declaración de amor a Seraphine Louis (Alfadil Ediciones, 1988), incluye un texto dedicado a Balzac y nos narra la historia personal del gran escritor. Es una invitación a conocer mejor esta gran figura. El texto se llama “Las quimeras de Balzac”. 
Las quimeras de Balzac, según Denzil Romero
Honoré (Honorato, como traduce Denzil) de Balzac nació el 20 de mayo de 1799 y falleció el 18 de agosto de 1850. Su verdadero nombre era Honoré Balssa, mas lo cambió para darse un aire más aristocrático, añadiendo la partícula nobiliaria del “de”. Romero señala sobre Balzac: “Nacido en Tours en 1799, nieto de campesinos de Touraine y de pequeños comerciantes parisinos, hijo de un autodidacta funcionario del gobierno, siempre quiso ser rico y, a decir verdad, nunca lo consiguió.” (p. 71).
Balzac en realidad fue un deudor toda su vida. Romero recuerda una frase en la única obra teatral del gran francés: “La vida es un préstamo perpetuo” (p. 73), siendo que el pobre Balzac nunca pronunció otra frase que añadió el adaptador de la obra Adolphe Dennery: “¡Al fin soy un acreedor!” (p. 73).
Balzac hizo malos negocios, entre ellos una fallida editorial. Pasó hambre en sus inicios literarios, viviendo en una miserable buhardilla y colocando en sus paredes indicaciones de grandes adornos (incluyendo un cuadro de Rafael), para animarse. Cuando hizo dinero con sus obras, lo derrochó a manos espuertas. Quiso ser un escritor de best sellers y probablemente muchos se lanzan a la literatura con este deseo. Él no sólo consiguió vender bastantes relatos y ganarse una buena vida con ello, sino que ingresó al panteón de los autores inmortales. Incluso una bella película sino-francesa de 2002 evoca la libertad a que invita la obra de Balzac en plena Revolución cultural maoísta (se trata de Balzac y la joven costurera china, inspirada en la novela de Dai Sijie). Romero afirma: “…Diríase que consideró la profesión de escritor como un negocio. Muy importante era para él conciliar el romance del arte con el realismo crematístico.” (p. 72). Añade: “Por eso, Taine lo caracterizó como «un hombre de negocios lleno de deudas». Y De Vigny como «un hombre de letras desquiciado por el comercio». Un hombre de letras impagadas, valdría decir.” (p. 73). Sintetiza diciendo: “Tratando de hacer dinero se pasó la vida el pobre Honorato. En eso, y escribiendo La Comedia Humana.” (p. 73).
Por fortuna, la gloria en las letras compensó el escaso éxito financiero de Balzac, por demás un derrochador compulsivo (padeció además las compulsiones de la glotonería y el donjuanismo, junto a la adicción a la cafeína). Fue un trabajador incansable y su ética laboral era severa. Romero recuerda uno de los arrebatos de Balzac: “«Dios creó sólo durante seis días», repetía a menudo como sintiéndose igual o mejor que Él. «¡Yo soy como Dios, igual que Dios, mejor que Dios!», llegó a decirle en el colmo de la exacerbación a su editor Souverain.” (p. 74). Ciertamente, fue un demiurgo. Su Comedia Humana vale por un universo. Al describir su obra, el escritor venezolano comenta: “Como dijera uno de sus críticos: «un intento titánico de imponer un cosmos al caos de la vida contemporánea.»” (p. 75)
En su obra están resumidos todos los males de su época: cinismo, crueldad, arribismo, avaricia, ausencia de piedad, ambición… Esto lo captura Romero con esta notable frase: “Quizás sea su obra novelística la mejor nosografía del siglo XIX.” (p. 76).
La vida novelesca de Balzac incluye un enamoramiento epistolar con una noble polaca casada con un hacendado ucraniano y quien escribió al célebre narrador desde sus apartadas posesiones rurales (el mundo del siglo XIX estaba mejor globalizado de lo que imaginamos). Éveline Hanska se carteó con Balzac, quien se enamoró perdidamente de ella y salió a encontrarla cuando ella visitó la localidad suiza de Neuchâtel (acompañada de su esposo y cuatro hijos). Romero resume así la partida de Balzac a su encuentro: “¡Por fin, respondió L´Etrangère!  Sin parar, al cabo de diez días, escribe una, dos, tres, cuatro novelas para reunir cien luises de oro y poder realizar el tan ansiado viaje”. (p. 78).
Balzac tuvo éxito y consumó el hasta entonces platónico amor. Ciertamente el escritor, nada agraciado físicamente (un obeso de metro sesenta de estatura), tenía un gran talento para explorar y conocer la psique femenina y uno sus logros literarios fue darle al pensamiento femenino protagonismo en sus escritos. Fue un casanova en toda regla. No obstante, la noble polaca era una devota católica incapaz de divorciarse. Prometió casarse con Balzac al enviudar de su ya anciano marido. La relación prosiguió epistolarmente y con esporádicos encuentros durante una década. Eva, como la llamaba Balzac, enviudó entonces, si bien puso excusas durante otros siete años hasta finalmente contraer matrimonio con Balzac, quien fallecería a las pocas semanas, tras acomodar a su amada en una gran mansión parisina doblemente hipotecada. Una historia insólita, casi una novela. 
Rarezas de Balzac
La crónica de Romero invita a explorar más sobre el gran Balzac. Una obra divertida, donde la minuciosidad no riñe con el entretenimiento, es Vidas Secretas de Grandes Escritores, de Robert Schnakenberg y traducida al castellano por Francisco López Martín (Editorial Océano, 2012). Balzac figura en el compendio. 
El capítulo dedicado al personaje deja constancia de su laboriosidad: “Durante veinte años escribió noventa y siete obras que ocupaban más de once mil páginas”. (p. 25). Conviene recordar que esto ocurrió en un tiempo sin máquinas de escribir, electricidad para iluminación nocturna o software de procesadores de palabras (incluso con las comodidades hoy día este récord debe ser insuperable). 
La glotonería de Balzac era compulsiva: “Se dice que una noche devoró en un restaurante de París una docena de chuletas de cordero, un pato con nabos, un lenguado a la normanda, dos perdices y más de cien ostras. Acabó la noche con doce peras y otras frutas, dulces y licores. Sus modales en la mesa resultaban repulsivos. Comía directamente del cuchillo y al masticar le salían trozos de comida que acababan repartidos por toda la mesa.” (p. 25).
Su rutina de trabajo diaria era de quince horas, vestido de monje y tomando litros de café. La misma obra señala: “Era adicto a la cafeína: llegaba a tomarse cincuenta tazas de espeso café turco al día.” (p. 26). Trabajaba en horario nocturno, a la luz de las velas. El exceso de café le provocaría, entre otros padecimientos, hipertrofia cardíaca. Schnakenberg concluye: “La intoxicación por café – además de su glotonería- contribuyó a su temprana muerte a los cincuenta y un años.” (p. 28).
Cual practicante del Tao, rehuía la eyaculación en sus múltiples relaciones sexuales. Creía que perder esperma minaría su creatividad. Siguiendo al mismo autor: “… Como el propio autor dijo una vez tras un orgasmo con una de sus muchas amantes: «¡Esta mañana he perdido una novela!».” (p. 29)
Uno de los episodios más jocosos fue su encuentro con el sabio alemán Alexander von Humboldt, el mismo personaje centro de Recurrencia Equinoccial- Schnakenberg evoca el episodio: el gran naturalista quería conocer a un auténtico paciente de manicomio y en una visita a París pidió a un amigo alienista le diese esta oportunidad. El médico organizó un almuerzo, donde asistirían además del sufrido paciente, Humboldt y un invitado especial: Balzac. Schnakenberg comenta entonces: “Como siempre, el novelista (que se encontraba con Humboldt por vez primera) se presentó despeinado y desaliñado, y parloteó durante toda la comida. Cuando la conversación decayó, el alemán se inclinó hacia su amigo y le agradeció que le hubiera llevado un caso perdido tan fascinante. El psiquiatra tardó en reaccionar: «Pero el lunático es el otro. ¡El hombre al que está mirando es el señor Honoré de Balzac!», dijo finalmente.” (p. 28).
El Balzac de Stefan Zweig
No obstante, mal haríamos de limitarnos al chisme sobre el gran Balzac. Una  grata  obra para captar su titánica dimensión fue hecha por el austríaco Stefan Zweig (1881-1942), quien se suicidó en suelo latinoamericano, en la brasilera Petrópolis, tras dejar una obra notable, incluyendo varios perfiles biográficos. Uno de sus libros explora a otros tres grandes de las letras:  Balzac, Dickens y Dostoyevsky. Uso una versión para iBooks de iPad, “Three Masters: Balzac, Dickens, Dostoevsky”, traducida por Eden y Cedar Paul al inglés y publicada en 2012 por Plunkett Lake Press. (Hay al menos una versión en castellano de esta obra, publicada por la editorial Acantilado en 2011).
Zweig destaca la influencia de Napoleón en Balzac. La infancia y adolescencia hasta los dieciséis años del escritor francés fueron bajo el auge y declive del Emperador. En tal sentido, Zweig señala: “Tempranamente en su vida tuvo que vivir una fuerte transmutación de valores, tanto en la esfera espiritual como moral.” (p. 13). La figura de conquistador universal la usaría Balzac para su propia epopeya literaria, retratando precisamente los cambios de ese tiempo en que para sobrevivir había que cambiar de ideales casi como se cambia de casaca. La dimensión imperial de la obra de Balzac la capta Zweig en esta afirmación: “La conquista del mundo efectuada en La comédie humaine es casi tan única en la historia de la literatura como las conquistas de Napoleón en los tiempos modernos…” (p. 18). Balzac se hizo emperador de un mundo, un mundo imaginario donde transcurren las miserias y grandezas de perfiles humanos bien definidos. Siguiendo al mismo Zweig: “Balzac fue el primero en señalar con claridad que la lucha dentro del círculo de la vida civilizada no es menos enérgica que la que toma lugar en el campo de batalla. «Mis novelas burguesas son más trágicas que sus dramas», le dijo una vez a los románticos.” (p. 19). Napoleón, con su epopeya, había demostrado que había un mercado para el poder y que no había ningún poder inmutable. La escala social se había hecho más móvil que nunca para quien tuviera la suficiente ambición. Los personajes de Balzac están inmersos en esta lucha por el poder, al menos en La Comedia Humana, donde la peor parte la llevan dos personajes ficticios muy queridos para su autor: el filósofo Louis Lambert y el periodista Rubempré.  Nuevamente citando a Zweig: “Él [Balzac] sabía que tras las cortinas de las ventanas de las casas parisinas ocurrían tragedias a cada minuto, catástrofes que no son menos conmovedoras que el suicidio de Julieta, el asesinato de Wallenstein o la locura y desesperación del Rey Lear.” (p. 23).
La ética de Balzac en este mundo burgués (donde al menos hay paz y prosperidad material) es la de la monomanía. Empeñarse en una gran meta con todas las fuerzas, sin apartarse de ella, con la voluntad puesta en la carrera tras un símbolo. Su propia vida fue eso y Zweig describe su rutina de trabajo: Balzac se acostaba por cuatro horas, entre las ocho de la noche y la medianoche. Se levantaba entonces a escribir, café tras café, alcanzando a veces dieciocho horas de labor. Había que sacarlo del mundo imaginario en que andaba, perdido en trance, durante esa jornada. Zweig percibe este estado de ensimismamiento en la estatua que hace Rodin de Balzac. Zweig señala sobre el francés: “Me parece que ningún otro escritor ha participado tanto de las alegrías y pesares de sus personajes”. (p. 30)
Incluso Zweig muestra como esa imaginación desbordaba en la vida cotidiana y sobre el romance con Eva Hanska indica: “De hecho, él nunca amó a Madame Hanska por ella misma, sino que estaba enamorado de su amor por ella.” (p. 31)
Una vida apasionada de esta índole tiene todos los excesos propios de nuestra sangre latina y la promesa de su potencia cuando es aplicada apasionadamente a las grandes metas, especialmente en el arte que es en sí mismo equilibrio de desmesura y voluntad. Por ello vale como cierre esta bella frase en el ensayo de Zweig, al adentrarse en lo que yo llamaría “la ética balzaquiana”: “Incluso la más triste tendencia en la vida tiene una vivacidad y belleza propias tan pronto se unifica e intensifica para permitir a un mortal desafiar los límites impuestos por el destino.”
Bogotá, Enero de 2014

 

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