Belgrano ante la inflación
Eloy Soneyra
Doctor en Psicología de la Universidad de Belgrano
especializado en Calidad y Factor Humano. Es autor y editor de libros como:
“Gerencia y Excelencia, Calidad de la A a la Z” (el primer diccionario
enciclopédico de la calidad y la gerencia en el Mundo), “Autodiagnóstico de la
Gestión empresaria” (primer sistema cuantificado con las Bases del Premio
Nacional a la Calidad). Director Ejecutivo del Estudio Soneyra, organismo
destinado a la Psicología Aplicada a la Clínica y a asesorar a personas de
empresas sobre Calidad y Factor Humano. Mención especial, Concurso
Internacional de Ensayos: Juan Bautista Alberdi: Ideas en Acción. A 200 Años de
su Nacimiento (1810-2010).
Los recuerdos del fracaso de distintos planes de control de precios y salarios para detener un proceso inflacionario, está en la memoria de muchos argentinos, como “la campaña de los 60 días” del año 1946, donde por ejemplo el arroz al precio oficial, era uno de grano partido y color oscuro. Posteriormente ante cada rebrote inflacionario, el remedio una y otra vez quedaba en letras impresas que hablaban de precios máximos, llegando así a la Ley de Abastecimiento, como modo para combatir las consecuencias del “rodrigazo” que sacó de madre el plan de inflación cero de José Gelbard.
Sin embargo no está en la memoria de muchos que Manuel Belgrano escribió para el “Correo de Comercio de Buenos Aires”, el artículo “Economía política”, que fue publicado en dos ediciones, la primera el día 25 de agosto de 1810, y la segunda el 1º de septiembre del mismo año, que refuta entre otras, la política de acuerdo de precios que impulsa el subsecretario Moreno. El texto es el siguiente:
“Las más de las veces somos nosotros mismos el único instrumento de nuestra miseria, y si casi siempre culpamos a otras causas, es porque no creemos que está dentro de nosotros el origen del mal que lamentamos, y si no, apelo al tribunal de la experiencia: decidme, ¿de dónde creéis que nos viene la carestía que tiempo hace experimentamos en todos los comestibles? ¿La fertilidad de nuestros campos se ha esterilizado acaso por alguna de aquellas terribles plagas con que el Gobernador del Universo suele afligir a los mortales? ¿Se han agotado los campos, secado los arroyos, exterminado el ganado, en una palabra, se han conjurado a una la tierra y el agua para negarnos de acuerdo aquellas abundantes y preciosas producciones que caracterizan a estas provincias por las más felices del Universo?”
“Pues, ¿de dónde -le dije yo- puede tener origen la presente carestía?” “Vais a oírlo inmediatamente: De la falta de libertad que tiene el vendedor para disponer a su arbitrio del fruto de sus sudores”
"Si, hijo mío, la falta de libertad en el vendedor, lo desalienta de tal modo para continuar el trabajo que antes querrá entregarse a la más vergonzosa ociosidad, que sujetar el fruto de su industria al capricho de un aforador. El hombre sólo trabaja en aquellos ramos de que concibe puede sacar utilidad, y si ésta se la limita la tasa, en términos que le deje muy poco, y ningún logro, no haya miedo que vuelva a dedicarse a ninguno de aquellos ramos de que sacó provecho, y ve ahí ya un vendedor menos, cuya falta seguramente debe sentir el público, porque tiene estos frutos menos que consumir, y lo que es más porque le falta un individuo en la concurrencia de las ventas”.
"Si los frutos se hallan escasos, ¿qué importará que se tasen al menor precio posible, cuando el vendedor hallará mil arbitrios para burlarse de la vigilancia del ejecutor? El comprador mismo, temeroso de no poderlos conseguir de otro modo, le ayudará a ocultarlos, y los vendrá a pagar a mayor precio que el que tendrán realmente por la concurrencia de otros que pudiesen vender los mismos frutos. Si se hallan abundantes es excusada la tasa, pues que habrá muchos vendedores de unas mismas especies, y de consiguiente su valor será sumamente moderado, y acomodado al comprador”.
"Por último dejémonos de cuentos, no hay fiel ejecutor ni tasa mejor que la concurrencia; ésta es la que nivela y arregla los precios entre el comprador y el vendedor; ninguna cosa tiene su valor real, ni efectivo en sí mismo, sólo tiene el que nosotros le queremos dar; y éste se liga precisamente a la necesidad que tengamos de ella; a los medios de satisfacer esta inclinación; a los deseos. de lograrla, y su escasez y abundancia; con que no hay otro camino que seguir para asegurar al público en el buen surtimiento de los frutos de consumo, que dejar a la libertad y a la concurrencia que tasen y nivelen los precios por si mismas. Por último, jamás me cansaré de repetiros, que la concurrencia es el juez que puede arreglar el precio verdadero de las cosas".
Estas expresiones de Manuel Belgrano, fueron un verdadero anticipo de lo que muchos años después la llamada Escuela de Economía Austriaca sostiene con respecto a los precios y una vez más se reitera aquello de: “No hay nada nuevo bajo el sol” (Eclesiastés 2.9).
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