La historia de la humanidad es la de un círculo de empatía en constante expansión
Marian Tupy
Editor de HumanProgress.org y analista de políticas públicas del Centro para la Libertad y la Prosperidad Global. 



Hay muchas maneras distintas de observar la historia estadounidense de las relaciones entre las razas. Un extremo, por ejemplo, compara el pasado estadounidense y el estado actual de las relaciones entre las razas con un futuro cuando todas las perfecciones restantes en EE.UU. hayan sido eliminadas. Llamemos a esta perspectiva la del “futuro perfecto”. El otro extremo compara el presente defectuoso con un pasado manchado por injusticias todavía superiores. Llamemos a esta visión la del “pasado imperfecto”. Ambas pueden ser aleccionadoras y ambas pueden sostenerse al mismo tiempo. Una apreciación de la perspectiva del pasado imperfecto provee un entendimiento de la historia como un proceso complejo y desordenado de liberación gradual. La perspectiva del futuro-perfecto nos recuerda que podemos y deberíamos luchar por lograr algo mejor.
El progreso de la civilización
Si a una persona razonable hoy se le pidiera diseñar una sociedad desde cero, el plano casi ciertamente contendría una provisión estipulando que todas las personas son iguales ante la ley. Pocas cosas parecen al lector moderno como más sensatas que la protección igual sin importar la raza, el sexo, o la clase. Lo que muy pocas veces se aprecia es qué tan extraordinariamente reciente es ese sentir.
El homo sapiens tiene, según algunas narrativas, 300.000 años de edad. Durante gran parte de ese tiempo, estuvimos involucrados en una lucha de suma cero por la supervivencia. Sobrevivimos la masacre de los animales salvajes y florecimos robando de otros seres humanos o esclavizándolos. Nuestras alianzas yacían con la familia y la tribu, lo cual facilitaba nuestra supervivencia individual. La noción de concederle dignidad igual a todas las personas —sin importar cómo se veían o dónde en el mundo vivían— le hubiera parecido a nuestros ancestros como algo totalmente fantasioso. No sorprende entonces que el entendimiento académico de “nuestro lugar en el universo” reflejaba la realidad penosa de la existencia humana. Gran parte de los pensadores antiguos creían que la historia era un proceso de declive gradual desde una mítica “edad de oro”. Homo homini lupus —un hombre es un lobo para otro hombre. 
Avancemos rápidamente alrededor de 10.000 generaciones a la época del Renacimiento, cuando el interés renovado en la ciencia debía ser reconciliado con los principales postulados de la religión cristiana, incluyendo las muchas veces ignorada e inconsistentemente aplicada insistencia de las enseñanzas cristianas acerca de la dignidad igual de todos los hijos de Dios. Eso llevó a algunos pensadores a teorizar acerca de que el mundo físico debía ser gobernado por leyes divinas. Como el Dios cristiano era bueno, el razonamiento del Renacimiento sostenía, también entonces deberían ser las leyes que gobernaban la sociedad en general y las vidas individuales en particular. Trabajando a partir de esa creencia, filósofos posteriores, como el pensador escocés Francis Hutcheson (1694-1746) argumentó que una buena sociedad resultaba de “los lazos naturales de la beneficencia y la humanidad” en todas las personas. Esa idea de lazos humanos universales formó la base de la Ilustración. El humanismo nació. 
Según el académico estadounidense Arthur Herman, la Ilustración desarrolló la “primera teoría secular” del progreso humano, que en ese entonces era conocida como la “civilización”. Como un proceso histórico, la civilización llega ser vista como una transformación lineal con distintas etapas. Primero, los seres humanos existían en un “estado de naturaleza”. Estaban solos y eran vulnerables al frío, el hambre, y la depredación. En la segunda etapa, los humanos se unieron para conformar bandas nómadas de pastores y cazadores-recolectores. Con la agricultura llegó la tercera etapa del desarrollo humano. Finalmente, la gente se reunía en pueblos y ciudades y empezó a vivir de la industria y el comercio. 
Con cada etapa, los humanos se volvieron más productivos, más conectados, y más civiles. Conforme la agricultura mejora y los alimentos se vuelven más abundantes, la gente se especializa en distintas ocupaciones y vive a través del intercambio. Personas que hubiesen sido rivales se vuelven socios comerciales y amigos. Conforme las relaciones humanas se vuelven más complejas, las personas se vuelven socializadas, amables, y refinadas. Toda esta conversación estimulante eventualmente conduce a más avances en las artes y la ciencia. 
La fuerza subyacente que condujo el proceso de la civilización fue, creían los pensadores de la Ilustración, el comercio. En las palabras del historiador escocés William Robertson (1721-1793), “El comercio…suaviza y pule los modales de los hombres. Los une, con uno de los lazos más firmes de todos, el deseo de proveer para sus necesidades mutuas”. Personas, que de otra manera se hubiesen odiado, en otras palabras, fueron unidas en la búsqueda de ganancias. Para el siglo 18, el grado de cooperación humana dentro del contexto de la economía de mercado alcanzó niveles que incluso los filósofos, tales como Voltaire, se vieron obligados a comentar:
“Vaya a la bolsa de valores de Londres —un lugar más respetable  que muchas cortes— y verá a los representantes de todas las naciones reunidos para la utilidad de todos los hombres. Aquí el judío, el mahometano y el cristiano se tratan los unos a los otros como si todos fuesen de la misma fe, y solo aplican la palabra impío a las personas que quiebran. Aquí los presbiterianos confían en los anabaptistas y los anglicanos aceptan las promesas de los cuáqueros. Al salir de estas asambleas pacíficas y libres algunos van a la Sinagoga y otros por un trago, este va a ser bautizado en un gran baño en nombre del Padre, del Hijo y del Espírito Santo, ese hace que le corten el prepucio a su hijo y hace que algunas palabras en Hebreo que él no comprende sean murmuradas sobre el niño, otros van a la iglesia y esperan la inspiración de Dios con sus sombreros puestos, y todos son felices”.
Además de crear riqueza y amigos, el comercio creó la clase media, o la “burguesía”. Esta clase de personas era educada, pero a diferencia de la nobleza, la burguesía todavía tenía que trabajar para sobrevivir. El crítico literario escocés Francis Jeffrey (1773-1850) argumentó que la posición única de la burguesía era responsable por los avances continuos morales, sociales y económicos de la civilización. Finalmente, el comercio le permitió a la gente crear riqueza de manera independiente de sus gobernantes, lo cual a su vez les permitió cuestionar la relación política entre el gobernante y el sujeto. Una vez que las personas podían obtener su sustento fuera de las estructuras feudales, esto es, sin necesidad de la tierra de un señor feudal, la gente empezó a cuestionar la necesidad de obedecer las reglas de dicho señor.
Para pensadores como el economista escocés Adam Smith (1723-1790) y el historiador francés François Guizot (1787-1874), la dependencia y la tiranía eran resquicios del pasado bárbaro de la humanidad, mientras que la libertad y el auto-gobierno eran las características de la Ilustración. El matemático y filósofo francés Nicolas de CaritatMarqués de Condorcet (1743-1794) llegó incluso a predecir el triunfo global de la libertad. Escribió:
“Entonces llegará el momento en el que sol observará en su curso nacionales libres solamente, reconociendo ningún otro patrón que su razón; en el cual los tiranos y esclavos, sacerdotes y sus estúpidos e hipócritas instrumentos, dejarán de existir más allá de la historia y el escenario; en el cual nuestra única preocupación será lamentar las víctimas y engaños pasados, y, mediante la recolección de sus magnitudes horrorosas, ejercer una circunspección vigilante, de que seamos capaces de reconocer instantánea y de manera eficaz de reprimir mediante la fuerza de la razón, las semillas de la superstición y de la tiranía, si alguna vez volviesen a presumir aparecer nuevamente en la tierra”.
Su contemporáneo, el filósofo alemán Johann Gottlieb Fichte (1762-1814) coincidía. Como la Europa de sus días fue alguna vez bárbara, argumentó él, seguramente todos eran capaces de ilustrarse. Llegar a ese punto, esto merece ser repetido, tardó siglos. La evolución de las ideas se asemeja en el mundo real a la liberación gradual (empoderamiento en los términos actuales) de los anteriormente impotentes (o excluidos). Las instituciones humanas, que antes eran dominadas y explotadas por la nobleza, el clérigo, y las fuerzas armadas, empezaron a servir a un espectro más amplio de la sociedad. El papel de la burguesía, como la economista Deirdre McCloskey de la Universidad de Chicago en Illinois documentó en su trilogía de libros acerca de la época burguesa, era crucial para romper el monopolio de poder de las “ordenes de arriba”.
Como cualquier otra idea revolucionaria, una mayor inclusión y empoderamiento (o, para utilizar la terminología original, el “liberalismo”) no progresó constantemente y sin retrocesos. Algunas personas vigilaron celosamente sus nuevos derechos, mientras que otros se negaron a concederle dignidad igual a otros desde un principio. De manera que el liberalismo co-existió con el imperialismo y la esclavitud durante siglos. En ciertas ocasiones, los derechos que fueron anteriormente concedidos le fueron violentamente, aunque afortunadamente temporalmente, retirados a algunas personas, tales como los judíos, durante la Tercera Reich, los afroamericanos durante la administración de Woodrow Wilson, y los japoneses-americanos durante la Segunda Guerra Mundial. Pero la ola de liberación gradual continuó, erosionando los eternos prejuicios que todavía quedaban.
Surge la dignidad igual para todos
Dado que tanto la Ilustración y la burguesía surgieron en Europa y sus colonias en Norteamérica, pensaríamos que los beneficiarios iniciales de los cambios en las relaciones entre los poderosos y los impotentes fueron los burgueses de ciudad o los recientemente enriquecidos hombres blancos. Por supuesto, la cuestión no se quedó ahí. Una vez que el monopolio del poder de las “órdenes de arriba”, que había caracterizado a la sociedad humana desde la revolución agrícola desde hace aproximadamente 12.000 años, fue roto, otros vieron una entrada. Y así fue que, a lo largo de los últimos 200 años, las instituciones económicas y políticas de Occidente llegaron a incluir a las mujeres, las minorías étnicas y sexuales. Piense en eso por un momento. Dos siglos. Eso es 0,07 por ciento de nuestro tiempo en la tierra.
El proceso de cambio institucional fue distinto alrededor del globo. En Inglaterra, por ejemplo, el parlamento que surgió de la Revolución Gloriosa en 1688 originalmente consistió de nobles, obispos, y representantes de condados, y el voto fue restringido a una pequeña porción de hombres propietarios. Las Leyes de Reforma de 1832 y 1867 expandieron el voto todavía más. Para cuando se aprobó la Ley de Representación del Pueblo de 1884, alrededor de 60 por ciento de todos los hombres podían votar. Todos los hombres mayores de 21 años y las mujeres “calificadas” por encima de la edad de 30 obtuvieron el voto en 1918, pero el acceso al voto en igualdad de condiciones para todas las mujeres tuvo que esperar hasta 1928.
En EE.UU. las primeras personas en obtener una voz en la política fueron los hombres blancos y propietarios. Durante la parte inicial del siglo 19, las legislaturas estatales empezaron a limitar el requisito de propiedad para votar; la barrera racial de jure para el voto de los negros fue removida únicamente con la Quinceava Enmienda a la Constitución de EE.UU. en 1870. Como todos saben, los estados del sur utilizaron cada truco concebible para evitar que los afroamericanos voten durante las siguientes décadas, y las mujeres recién obtuvieron el derecho al voto en 1920.
El presente debería dar optimismo acerca del futuro
Como resultado de los cambios ideológicos e institucionales, el mundo se ha vuelto más libre, más justo, más compasivo, más gentil, y más igual. Pero ciertamente hay mucho que mejorar. Nuestras instituciones económicas y políticas son defectuosas porque son el producto de seres humanos defectuosos. O, como el filósofo alemán Immanuel Kant observó en 1784, “de la madera torcida de la que está hecha la humanidad nada totalmente recto puede hacerse”.
La perspectiva del futuro-perfecto tiene razón de señalar las injusticias que todavía persisten, pero eso no implica que nuestra sociedad en general y nuestras instituciones en particular son insalvables. No deberíamos lanzar al bebé con la tina a cambio de la promesa de un futuro utópico, como algunos extremistas demandan. La palabra “utopía” combina dos palabras griegas, οὐ (ou, or “no”) y τόπος (tópos, o “lugar, región”). Literalmente significa “ningún lugar”. Aquellos que intentaron de alcanzarla en el pasado —ya sea los fanáticos religiosos durante las guerras religiosas del siglo 17, los revolucionarios franceses en el siglo 18, o un sinnúmero de gobiernos comunistas en el siglo 20— no lograron la libertad, la prosperidad, la paz, o la igualdad (excepto, por supuesto, la igualdad en el sufrimiento).
Aquellos que abogan por un nuevo principio incluyen al profesor de la Universidad de Harvard Cornel West, quien dijo el mes pasado en CNN:
“Creo que lo que estamos presenciando en EE.UU. es un experimento social fracasado. Lo que quise decir es que la historia de las personas negras durante más de 200 años y más en EE.UU. ha sido la de considerar el fracaso de EE.UU. Su economía capitalista no pudo generar y obtener resultados de tal manera que la gente pueda vivir vidas decentes. El estado-nación, su sistema de justicia criminal, su sistema legal no pudo generar la protección de los derechos y las libertades. Y ahora nuestra cultura, por supuesto está tan conducida por el mercado —todo está a la venta, todos están a la venta— no puede obtener el tipo de alimento para el alma, de significado, de propósito…El sistema no se puede reformar a sí mismo”. 
Dudo que West tenga la razón. Después de todo, EE.UU. abolió la esclavitud y las leyes Jim Crow y aprobó una extensa legislación de derechos civiles —todo en la búsqueda de superar la discriminación abierta en contra de los negros estadounidenses. Otras reformas deberían seguirle a estas. Estas deberían incluir reformas a la policía, dirigidas a proteger la seguridad y dignidad de la ciudadanía, y las reformas de las licencias ocupacionales, dirigidas a reducir la cantidad de desempleados.
Pero incluso si West tiene la razón, ¿quién puede garantizar que de las cenizas de la vieja sociedad surgirá una mejor? La evolución de las ideas —el círculo de empatía en constante expansión del que ha escrito el filósofo australiano Peter Singer— es continua. Conforme las ideas cambian, también lo harán las instituciones que nos gobiernan. Juzgando la por la condena universal del asesinato de George Floyd, parece razonable decir que nuestra sociedad puede adaptarse y cambiar. Mantengámosla y mejorémosla.


Este ensayo fue publicado originalmente en HumanProgress.org (EE.UU.) el 3 de julio de 2020 y en Cato Institute.

 

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