Planear o no planear… esa es la cuestión. El pragmatismo como religión
Rogelio López Guillemain

Autor del libro "La rebelión de los mansos", entre otras obras. Médico Cirujano. Especialista en Cirugía Plástica. Especialista en Cirugía General. Jefe del servicio de Quirófano del Hospital Domingo Funes, Córdoba. Director del Centro de Formación de Cirugía del Domingo Funes (reconocido por CONEAU). Productor y conductor de "Sucesos de nuestra historia" por radio sucesos, Córdoba.




“Hace más ruido un solo hombre gritando que cien mil que están callados”
José de San Martín
 
Dijo el presidente Alberto Fernández: “francamente no creo en los planes económicos. Creo en los objetivos que nos podemos fijar y trabajar para conseguirlos”.
Esta afirmación es por si misma una muestra cabal del cinismo demagógico de nuestra dirigencia política y resulta aún más preocupante, triste y lamentable que tenga una condescendiente aceptación “popular”.  Creo que esto es un claro ejemplo del pobrismo cultural del votante argentino promedio.
Seamos sinceros.  Argentina está donde está por nuestra culpa.  Somos responsables, por acción o por omisión, de facilitarle la llegada al poder a estos miserables crápulas y sátrapas que nos vienen gobernando desde hace casi un siglo.
Volviendo a la “joyita declarativa” del presidente, esta tiene dos partes: primero, se opone a la planificación y luego hace una defensa a la improvisación.  Esta es una ecuación que termina inevitablemente en un desastre, otra vez.
Planear significa proyectar.  Es establecer una estrategia ordenada, lógica y factible tendiente a alcanzar un fin.  Quien planifica pretende por un lado, minimizar los costos y los errores; y, por el otro, maximizar el rédito y los aciertos.
“Creer en objetivos y trabajar para conseguirlos”.  No tener una hoja de ruta es garantía de fracaso.  La improvisación sistemática es reactiva y cortoplacista.  Bielsa no improvisa antes del partido, un cirujano no improvisa antes de operar, Apple no improvisa antes de invertir, nosotros mismos no improvisamos en las decisiones cruciales de nuestra vida.
Sin dudas improvisar puede ser bueno y hasta necesario, pero sólo como un recurso adaptativo ante la inmediatez de un imponderable, no como una conducta primordial y electiva.  Ojo, tampoco la planeación de la “ingeniería social” es viable o deseable; es más, incluso es peor que la improvización pues es esclavizante.
Planear es una forma de acción, improvisar es una forma de reacción.
A continuación intercalo en “cursiva” algunas partes del capítulo: “Nuestro problema: mucha reacción, poca acción” del libro “El Imperio de la Decadencia Argentina Recargado”.
…Aunque parezca paradójico, la reacción es una actitud pasiva que no se motoriza por sí misma; es además una conducta agresiva, pues intenta destruir algo que consideramos malo o dañino (si una acción es buena no nos oponemos); es una actitud instantánea de carácter instintivo, pues equivale a la maniobra que ejecuta un animal ante un peligro; nos ponemos en posición de defensa para repeler una agresión. La reacción está más cerca de la animalidad que de la humanidad.
Por otra parte, la acción implica tomar partido, involucra de la nada hacer algo, es constructiva, es creativa, es mirar y proyectar en el futuro. Actuar es imaginar y trasladar nuestros pensamientos, nuestras ideas, nuestros sueños a la realidad; es pasar del ser potencial al ser concreto, es el crear, es lo que nos hace semejantes a un dios. Miguel Ángel imaginó el David y mediante la acción lo plasmó, Beethoven llevó de su mente al pentagrama la novena sinfonía por la acción; Sarmiento y Alberdi soñaron un país y con sus acciones nos lo regalaron.
La acción crea, la reacción destruye; la acción es vida, la reacción es muerte; la acción es proponer, la reacción es oponer; la acción es salir al mundo a generar, la reacción es retraerse y esperar lo que el mundo genere, la acción es elegir las fichas blancas en el ajedrez de la vida, la reacción se conforma con las negras; la acción es ser antes, la reacción es ser después; la acción es ser primero, la reacción es ser el último.
Reaccionan los mediocres, los grandes hombres son personas de acción; reaccionan los pobres de espíritu, los que tienen el alma llena actúan; reacciona quien espera, actúa el que decide tomar el control de su vida.
Claramente nuestros políticos son el reflejo de nuestra cultura, por ello encontramos en nuestra sociedad comportamientos similares.
En el caso de los argentinos, para que nos movamos, primero nos tiene que ocurrir un hecho que toque nuestras fibras más íntimas o ponga en peligro nuestro órgano más sensible (el bolsillo); recién entonces salimos a protestar como ciudadanos, sea con cacerola en mano o quizás con un ejercicio más tibio y cómodo, como es el despotricar contra los que mandan a través de las redes sociales.
La acción genera calor, el frío es la muerte o inacción; aquel que se enciende sólo a veces, no tiene el frio de la muerte, pero tampoco el calor de la vida; sólo arrastra la tibieza del sobrevivir y la apatía del inerte que no explota su potencial. Esto en política implica, que es más dañino para el país, la falta de compromiso de los honestos con la cosa pública, que los desastres que hacen los corruptos cuando ocupan los cargos gubernamentales.
Pero no todo está perdido ni esta decadencia es terminal.  Revertirla está en nuestras manos:
Debemos tomar las riendas de nuestras vidas, de nuestro espacio y porque no, de nuestro país.  En nuestro lugar, en nuestra familia, con nuestros amigos, en el club, en una biblioteca, en el centro vecinal, en donde nos toque y hasta donde creamos que podemos ocupar un espacio para crear, un espacio para movilizarlo con la acción, debemos actuar.  Este país fue grande gracias a personas comunes que lo impulsaron con su accionar.
Hemos perdido la capacidad de accionar. Millones de argentinos se han acostumbrado a vegetar, se han acostumbrado a vivir sin producir; sólo reaccionan ante algún estímulo como el hambre, el desalojo o el último modelo de celular.  
En nuestra patria, la cultura del trabajo, del esfuerzo y del mérito, han sido desterradas por la cultura del subsidio, del facilismo y por la justificación de la necesidad.
Sólo el compromiso cívico de quienes creemos en la acción, de quienes no nos conformamos y ambicionamos un futuro mejor, y que estamos dispuestos a luchar y esforzarnos por él, sólo eso podrá revertir esta decadencia.
Ahora tomate un minuto; parate frente al espejo y mirate. Hacelo; no en tu imaginación, hacelo de verdad; como lo haría un hombre de acción y preguntate ¿Dejaré que las cosas sucedan o haré que sucedan? ¿Tendré el valor de tomar el control de mi futuro y el de los míos o esperaré a ver que deciden otros por mí? Atrevete a ser una persona de acción, los tuyos y tú país te necesitan.
 

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