Para volver a progresar no basta la reactivación
Hernan Büchi



A pesar de un IMACEC de junio algo mejor a lo esperado, con una caída de 12,4% en 12 meses, la economía chilena está sumida en una profunda recesión. Formalmente, según los últimos datos del INE, el desempleo alcanza el 12,2%, pero si consideramos que existen cerca de 710 mil personas acogidas a los programas de protección del empleo, la cifra real se acerca al 21%. Hay pocos precedentes de situaciones tan críticas como la actual.
Las consecuencias humanas de esta realidad, de mantenerse en el tiempo, serán devastadoras. No es extraño, en consecuencia, que aparezcan voces buscando una pronta salida a esta situación. Es indispensable, eso sí, considerar que los seres humanos son increíblemente adaptables y generalmente encuentran forma de superar las condiciones difíciles que les afectan. Pero que exista un repunte luego de estar sumido en un contexto crítico, no es lo mismo que reiniciar un progreso sostenido.
A pesar de años de violencia, los habitantes del Líbano han sido capaces de continuar en alguna forma su vida. Sin duda se recuperarán de la terrible tragedia que Beirut acaba de sufrir. Pero desgraciadamente están lejos de ser el país pujante y amable que era hace no tantas décadas, con raíces en una historia milenaria.
Argentina es un ejemplo cercano de una sociedad que se precipita al abismo económico con cierta periodicidad. Finalmente, la reactivación llega y la economía se recupera y con seguridad también superará los graves problemas que hoy vive. Pero con una mirada de más largo plazo, ya no es ni la sombra de la vibrante sociedad que atraía inmigrantes y que estaba entre las más ricas del planeta.
El mundo desarrollado, fundamentalmente en el hemisferio norte, inició hace unos meses su reactivación y el impulso de crecimiento se ha mantenido firme durante las últimas semanas. El ímpetu se ha moderado, especialmente en algunas áreas geográficas que debieron tomar una pausa ante la circulación del virus. Parece tratarse de sectores de países, sectores que no habían sido antes atravesados por la epidemia y no es posible prever si las medidas que se adopten afectarán la fortaleza de su recuperación.
En la economía mundial se observa una rotación, desde el gasto iniciado por una nueva disposición de los consumidores, hacia una recuperación de la industria de bienes y del comercio global, provocados por la disminución de inventarios fruto del nuevo entusiasmo de consumo. A modo de ejemplo, la producción automotriz y la venta de vehículos experimentan un fuerte repunte. No es extraño, dado ese contexto que la recuperación del empleo en los sectores productores de bienes esté siendo mucho más vigorosa que en el sector servicios.
Al menos hay tres factores que indican que esta tendencia no cambiará en el futuro cercano, debido a la evolución de la epidemia. En sociedades libres y democráticas parece agotada la capacidad de los gobiernos para nuevas intromisiones masivas en la vida de los ciudadanos. A su vez, existe mucho más conocimiento de cómo manejar clínicamente a los afectados por el virus y, finalmente, la opción de una vacuna es ya una promesa real y cercana.
Como toda crisis de magnitud, es factible que alguna sociedad salga de ella perdiendo el curso de la que hasta ahora pudo haber sido una trayectoria estable. Países pequeños, como Suecia Noruega, aunque usaron estrategias distintas, están claramente incluidos en el grupo de aquellos países que no verán alterado su rumbo de convivencia. De hecho, Suecia parece ser la excepción que evitará una recesión técnica este año. Entre los países más grandes, China, que con los datos conocidos parece haber tenido un control eficaz del virus, muestra signos –por ejemplo, en Hong Kong– de haber reforzado su vocación de control estricto de la población. Nadie espera que copie modelos de democracia occidental con sus ventajas y bemoles. Pero si realmente quiere pasar al liderazgo del progreso mundial, debe encontrar una manera, como lo hizo en lo económico, de descentralizar y dar más espacios de libertad a sus ciudadanos. Si no lo hace, nunca logrará el sitial de primera potencia que parece añorar y que más de alguno le augura.
EE.UU., por su parte, tiene hasta ahora una tendencia histórica de saber adaptarse a las nuevas situaciones. Sin embargo, enfrenta en pocas semanas un proceso electoral, con una economía que aún no se habrá recuperado del todo, sumado a la fuerte presencia de un sector político con propuestas agresivas y a la existencia de episodios de violencia a lo largo del país. Difícil que pierda definitivamente el rumbo, pero es muy posible que a lo menos genere un bache en su camino. Por su relevancia, ello afectaría a todos, incluida Latinoamérica.
Si Chile desea lograr una reactivación que no sea una mera recuperación –que como ya vimos sucede aún entre las sociedades más devastadas– sino el inicio de avance acelerado, debe considerar que al menos requiere resolver tres aspectos relevantes.
El primero es encontrar en forma rápida un nuevo y mejor equilibrio entre el control del daño por la epidemia y el daño de los confinamientos. De qué sirve pensar en un programa de Obras Públicas, como reactivador, si la construcción es uno de los sectores más afectados, no por falta de empresas ni inversionistas dispuestos a seguir adelante, sino que por el encierro.
Es comprensible que una población asustada espere soluciones mágicas y tolere por un tiempo medidas que no debieran ser aceptables en ninguna sociedad libre –ciudadanos que enfrentan un posible castigo penal por salir de su casa sin haber cometido ningún delito previo-, pero las autoridades debieran saber mejor que nadie que este virus posiblemente no desaparecerá y finalmente se deberá convivir con él. De lo que se conoce, afortunadamente es mucho menos mortal que otros como el Ébola. Asimismo, el organismo humano, con las excepciones de los adultos mayores y quienes tengan ciertas patologías, sabe defenderse bien de él y no está inerme como cuando enfrenta el virus del SIDA. Como contracara, como muchos de los patógenos que generan enfermedades respiratorias, parece difícil de erradicar. Hace 50 años, en una base Antártica Británica y luego de 17 semanas de aislamiento en medio del invierno del continente helado, apareció un brote infeccioso que afectó a una gran parte de los que la habitaban. El agente no pudo determinarse, pero uno de los candidatos era un coronavirus.
Si la autoridad no desea que cuando opte por avanzar hacia la normalidad ya sea tarde por el daño humano y económico, incluso en cuanto a la estabilidad macroeconómica futura de Chile, no debe perder tiempo. ¿Un año sin que los niños asistan al colegio es irrelevante? ¿Por qué se le da tanta importancia a la escuela entonces? ¿O acaso el riesgo de un desenlace fatal por no concurrir a controlarse a tiempo en patologías tan diversas como el cáncer o la hipertensión no importa?
El segundo problema a enfrentar es la violencia que busca legitimarse con argumentos de reivindicación o justicia, pero que simplemente trata de imponer por la fuerza una visión ideológica. Aún con la violencia crónica se vive, pero el daño es enorme. Para no mencionar al Líbano nuevamente basta recordar Perú durante el apogeo de Sendero Luminoso. No hay manera de conseguir una recuperación vigorosa y permanente si no se desea enfrentar ese flagelo. Sin duda es una tarea compleja, pero es obligación de quienes buscaron ser líderes políticos asumirla, aunque no haya atajo ni salida fácil.
Finalmente, y lo más importante, si Chile desea que una reactivación sea el inicio de un nuevo impulso de progreso, es reencontrar el sentido común que imperó por algunas décadas en el país. Líderes políticos respetuosos de las decisiones voluntarias de los ciudadanos y de la Constitución y las leyes. Que entendían que no existen soluciones mágicas y no las proponían, aunque les podían dar ventajas temporales. Emprendedores orgullosos de su aporte al bienestar y que con sus trabajadores generaban cada vez más bienes y servicios, mejores y más accesibles. Una sociedad que entendía que la hacía más próspera el esfuerzo y no los cambios normativos.
El desvío de esta senda fue paulatino, pero se aceleró violentamente en el último tiempo. Autoridades del Congreso dispuestas a no respetar sus límites. Jueces inclinados a crear la ley y no a seguirla. Congresistas que se sienten sobre el bien y el mal. Un festival de iniciativas legales y constitucionales que parecen basarse en que basta dictar una ley para que los problemas se resuelvan.
Conviene recordarles a aquellos que creen en esta nueva forma voluntarista de hacer política, que lo que el país avanzó en el pasado no fue un espejismo. No es espejismo los cientos de miles de niños que lograron vivir o los que no sufrieron el flagelo de la desnutrición. Los millones de personas que viven una vida más larga y más humana. Las innumerables familias que por primera vez dispusieron de un refrigerador o una lavadora para aliviar la tarea diaria o que contaron con agua potable en su vivienda. O los cientos de miles de jóvenes que son la primera generación profesional de su familia. Tampoco será un espejismo que todo ello se verá truncado si los líderes no recapacitan.
El último gobierno de Bachelet fue prácticamente de estancamiento económico en términos per cápita, y por distintas razones este Gobierno va por el mismo camino. El riesgo que se corre es que ocho años sin progreso, se transformen en varias generaciones perdidas.


Este artículo fue publicado originalmente en El Mercurio (Chile) el 16 de agosto de 2020 y en Cato Institute.

 

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