A quién le importan ´les pibis´
Karina Mariani
Directora del CLUB DE LOS VIERNES Argentina.



Sentado a la mesa de la conferencia, entre sus manos las hojitas temblorosas de un discurso que se venía repitiendo por meses y meses, estaba el inexperto funcionario. Ya habían tenido que transmitir el mensaje de obediencia ciega, terror y muerte otros sofistas y el elegido, esta vez, para llegar a los corazones jóvenes era el funcionario dependiente de la Dirección de Adolescencias y Juventudes, Lucas Grimson. Entonces, desapasionadamente, Lucas leyó un grupo de palabras vacías que instaba a la juventud a bancarse la cuarentena contentos y sin chistar, y la anécdota hubiera sido inexistente si no fuera porque al referirse a sus coetáneos, Lucas los llamó: “LES PIBIS” 
No, no fue un error. El funcionario utilizó deliberadamente el vocablo para referirse a los destinatarios de las políticas públicas del organismo en el que trabaja, y lo hizo de forma estudiada y consensuada con el resto de los conferencistas. El término PIBIS, se convirtió rápidamente en tendencia en las redes, fue objeto de broma y catapultó a la fama al joven Grimson. Más allá de la mofa, deberíamos analizar minuciosamente qué fue lo que pasó en esa conferencia de prensa.
Decía Laclau que quien domina las palabras acaba por mandar y no es un misterio la relación entre poder y lenguaje. Los nuevos significados pueden mostrar resistencia a ser admitidos en lo que el mismo Laclau llama significantes flotantes o vacíos, que quedan en una especie de limbo a la espera de ser aceptados por el pueblo. Las palabras sufren retorcimientos en la batalla lingüística cotidiana, que genera una fuerte deriva hacia la degradación del lenguaje porque los nuevos vocablos son adrede ambiguos, absurdos, con significados apartados de una realidad que, en teoría, pretenden enderezar. 
Llamarse “PIBI”, en lugar de pibe, no resuelve las tragedias ocasionadas por la cuarentena ni ninguna de las problemáticas que afectan a los jóvenes apelados por Grimson. Para ser sinceros tan solo oscurece la naturaleza de sus problemas. Lucas parecía estar hablando a un grupo abstracto, uniforme, vacío. Nadie en la conferencia habló de los casos de depresión, del aumento de las adicciones o de la violencia doméstica producto del encierro. Lucas, en nombre del gobierno sólo les transmitió a LES PIBIS la paz que deriva de la obediencia, ¿Por qué en un país con alarmantes casos de deserción educativa, pobreza, adicciones, desempleo e inseguridad afectando a la mayoría de los jóvenes, el funcionario a cargo se hace famoso por su ingeniería semántica?

Un ente vivo

La lengua es un ente vivo y refleja cambios en los usos y valores de una sociedad. Pero existen también cambios forzados, impulsados de arriba hacia abajo por la maquinaria estatal. En su arrogancia, los políticos pretenden arreglar el mundo diseñando burocráticamente un lenguaje a su imagen y semejanza, con el objetivo de evitar, en esa manipulación, que se repitan acciones reprobables según su propio marco moral. Pero olvidan que la connotación negativa no depende de la palabra en sí misma como del contexto, los tonos, los gestos y las adaptaciones del hablante. En definitiva, que aunque se prohibiera la palabra “mentira” las personas seguiríamos “no diciendo la verdad” y tan solo encontraríamos otro vocablo para definir la acción. 
Dentro de la lógica de manipulación de la realidad, el gobierno designó para ningunear la tristísima actualidad de la juventud argentina, a un funcionario de 19 años, arribado a un cargo inexplicable por obra y gracia del más rancio de los nepotismos, acosado por el intolerable peso de la cuna privilegiada que lo cobijó. Víctima de su propia dialéctica, el joven Grimson que nació inmune a la pobreza y la necesidad, es el señalado por el gobierno para ser la voz de los millones de jóvenes pobres y desprotegidos a quienes se les ha quitado la esperanza de progreso. Llamándolos LES PIBIS, Lucas les leyó una concatenación de clichés selectos en el arte de no decir nada y nada dijo, por ejemplo de otro vocablo más devastador, los NINIS
Las políticas públicas dedicadas al eufemismo “Juventudes” son una mamushka de cargos y presupuestos destinados a autosostenerse y producir material que en nada van a modificar la pobreza y la exclusión de millones de jóvenes que ni estudian ni trabajan. Escandalosas cifras de chicos que llegan a la edad adulta sin haber tenido un trabajo formal, sin la preparación para una vida laboral acorde a su tiempo, sin conocer la posibilidad del ahorro y sin la satisfacción del propio esfuerzo. Los NINIS son una realidad que se viene reproduciendo por generaciones, al punto de que existan familias que viven exclusivamente de la limosna estatal, y que no tienen ni en un horizonte lejano la posibilidad de subsistir sin esa dádiva. 
Y mientras las capas de funcionarios se enfervorizan al ideologizar casi cualquier cosa. Mientras  el adoctrinamiento desde el poder no descansa ni cede un tranco de pollo. Mientras intervienen el lenguaje, las costumbres, las relaciones personales y la educación sin descanso y aprovechando cada ocasión. En frente, aletargados, embrutecidos, inermes, resignados, abatidos, sin responsabilidad ni ambición sobre su futuro, con el sistema educativo en constante decadencia, millones de jóvenes son condenados. La generación que nació y creció en crisis, no se imagina un empleo fijo y está convencida de que, en el mejor de los casos, tendrá que irse del país a buscar un futuro venturoso. 
Para esos jóvenes que no encuentran alternativas el gobierno destina un funcionario impasible, que los homogeneiza en un neologismo inefable: LES PIBIS. Una burla a su complejidad y a la misma diversidad que nombran pero que no respetan. Un paternalismo moral que subyace en la medida que los jóvenes sean débiles, vulnerables y estén amenazados por problemáticas ideologizadas necesitando de un Estado que los proteja y los adoctrine.

Los sumisos

Cuesta entender que los más jóvenes estén tan sumisamente entretenidos en cuestiones dogmáticas impuestas por el poder y no se manifiesten para impedir que se les confisque el futuro con deudas públicas destinadas a mantener la estructura fiscal que los transformó en una mayoría pobre y desempleada. Cuesta más comprender cómo la juventud no se rebela ante la desocupación y la condena estructural a vivir de planes sociales gerenciados por sindicalistas y punteros. Cuesta entender cómo permiten que leyes laborales que sólo han beneficiado a sindicatos corruptos sean las que rijan sus futuros empleos. Es incomprensible que no hayan juventudes protestando por la vil regulación del mercado del teletrabajo que el actual Congreso acaba de arruinar y que podría haber sido una enorme fuente de recursos. Cuesta mucho más entender cómo, dócilmente, han entregado su rol de consumidores de bienes o servicios que les serán inaccesibles a futuro y para colmo han ingresado, con idéntica docilidad al (en términos marxistas) más importante ejército de reserva que los políticos les han deparado. Imposible comprender cómo los jóvenes salen a la calle para entonar el vivas a la agenda ideológica que el mismo poder político les propone, para celebrar y exigir, sin la más mínima cuota de rebeldía, la permanencia del sistema que les impide que sean productivos, libres e independientes, mientras los trata condescendientemente de: PIBIS.
El Estado, que les impide valerse por sí mismos, termina lastimándolos. La máquina de generar daños colaterales que es la regulación estatal, se ha ensañado con los jóvenes con toda su perversidad. La ambición y el progreso compiten con un contendiente desleal: el Estado. Porque, seamos sinceros, ¿quién va a ponerse a trabajar si recibe sin necesidad de dar nada a cambio un beneficio similar a cambio de que se conforme con solo a subsistir?
Decía Aldous Huxley “Un estado totalitario realmente eficiente es aquel en el que las élites controlan a una población de esclavos que no necesita ser coaccionada, porque en realidad ama esa servidumbre”. Y francamente, tener un ejército de funcionarios, sobrepagados para digitar una agenda tan divorciada de los problemas reales, que venda como conquistas liberadoras una reversión vil del idioma, mientras gracias a ese gobierno más de la mitad de los jóvenes caen en la pobreza más indigna es, indudablemente, una burla sólo soportable desde la reducción al servilismo.
 
En los últimos años ninguna de las conquistas del progresismo ha venido como consecuencia de movimientos y demandas de masas. Los nuevos “derechos” y la gestión de los mismos surgen como imposición de una élite aupada sobre una estructura cultural y política. Lo más grave es que grandes sectores de la sociedad abrazan acríticamente esos dogmas que marca la agenda totalitaria. Por pereza, miedo a ser señalados o desconocimiento, contribuyen, a que esas ideas se conviertan en parte constituyente de la sociedad, lo que dificultará cada vez más el reconocimiento y refutación.
Hemos escuchado indolentes como, con descaro, un funcionario gubernamental apelaba a uno de los sectores más golpeados de nuestra sociedad, con un renovado lema de los jóvenes fascistas “Credere, Obedecire, Combattere” (Creer, Obedecer, Combatir)”. Llamándolos a la resignación, a la aceptación incondicional. Buscan para LES PIBIS una vida acrítica, homogénea que no ponga en duda lo que el gobierno considera son valores irrenunciables que todos deben aceptar. 
Lo que llamamos cultura, eso que se modela machaconamente con el lenguaje, es patrimonio casi exclusivo del pensamiento progresista. Desde hace más de medio siglo, vemos de qué forma se lleva a cabo una relectura de la cultura occidental a fin de limar y negativizar los elementos propios de una escala de valores capitalista que dificulta la hegemonía de las ideas progresistas en el medio social. El principal aporte del revisionismo cultural no radica en la crítica de las instituciones políticas y económicas del capitalismo, sino en el hecho de que es abono a partir del cual surgen valores colectivistas que dan forma a su conciencia y fija las escalas de valores, lo bueno y lo malo, lo que se puede y lo que no se puede pensar. Esto podría parecer contradictorio pero las castas logran vivir bastante bien en esa contradicción.
Así, funcionarios socialistas que viven como millonarios y muy alejados de la carencia real, les hablan a los jóvenes contra el capitalismo que ellos disfrutan. Revolucionarios preocupados por las masas, consiguen ocupar puestos de relevancia por haber sido enchufados por su padre en el carguito. Sindicalistas que jamás han trabajado con gremios regalados por su familia que se atreven a hablar en nombre de trabajadores. Socialistas deconstruidos de salón, que tienen como modelos a seguir regímenes despóticos importadores de pobreza. Todos ellos diciéndoles a millones de jóvenes que aguanten y sonrían. Si no se adaptan a esta ideología es porque son malos PIBIS.
Parte el alma ver que un joven que tiene ante sí más de medio siglo por delante, no pueda trabajar o estudiar. Que contemple su existencia como una determinación a vivir de la ayuda pública de la que no podrá prescindir para valerse por sí mismo. Que esta situación sea una condena a la mayoría de los jóvenes argentinos y que esto sea una tendencia creciente e imparable es, per se, un panorama denigrante y un bochorno social. A una cultura a la que se le han limado los valores del esfuerzo y donde el fruto del trabajo es negativo, donde la única bonanza posible es la que se obtiene del cargo público, lo único que le faltaba es que el gobierno ningunee su padecer y denigre su idioma. 
Frente a la crisis moral y económica que se va a llevar puesto a un país, el mensaje gubernamental fue una explosión de vacío: “Vamos a seguir laburando para que muches pibis tengamos cada vez más espacios de expresión, nuestros y visibles. #NosHacemosEscuchar” . Pocas veces la desconexión con la realidad y el desprecio por el dolor ajeno han sido tan impunemente expuestos. Se nos burlan en la cara.

“Los mejores de convicción carecen, mientras los peores
llenos están de intensidad apasionada”.
William Butler Yeats



Publicado en La Prensa.
 

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