El impuesto a la riqueza en el país (cada vez) más gravoso del mundo
Matías Olivero Vila
Abogado
y Contador. Presidente de Lógica Argentina.
En línea
con nuestros artículos anteriores sobre el “impuesto a la riqueza” (“¿Otro
Impuestazo en el País más Gravoso del Mundo?”, “¿Cuál es el punto de partida de
Argentina para aplicar otro impuestazo?” y “¿Por qué millones de argentinos
están en contra de un impuestazo si no les aplicaría?”), en el presente nos
referiremos al proyecto recientemente enviado al Congreso. Dejaremos de lado
cuestiones de denominación, características y argumentos constitucionales en
contra de su aplicación (confiscatoriedad, retroactividad, capacidad
contributiva, igualdad, etc) para centrarnos en tres cuestiones: (i) si la
Argentina está “habilitada” o tiene margen para crear otro impuesto, (ii) cuál
es el contexto fiscal en que este proyecto es presentado, y (iii) qué es lo que
nos espera o puede hacerse ante la actual realidad fiscal.
Recapitulando
En el
primero de tales artículos y en otros publicados en Doctrina Tributaria de
Errepar realizamos ciertas reflexiones a partir de la investigación anual
“Doing Business” (www.doingbusiness.org) del Banco Mundial. La conclusión
principal es que en el ranking de “imposición total” (“total tax rate”), la
Argentina –dejando de lado al ignoto Comoras- figura prácticamente último
(puesto 189), con un porcentaje del 106%.
Esto
significa que en el ‘caso testigo’ tomado como base, los impuestos totales
argentinos (numerador) se consumen todas las utilidades antes de impuestos
(denominador) y también parte del capital. Nuestro país lleva seis años en el
último puesto y más de una década con porcentajes superiores al 100% (entre
106% y 137%). Ese último puesto mundial es el punto de partida o marco general
de cualquier discusión fiscal en Argentina. Toda propuesta, proyecto o recomendación fiscal debe analizarse desde
ese preciso lugar.
Para que no
queden dudas sobre la valoración que el Banco Mundial hace de la faz
cuantitativa de nuestro sistema fiscal, la calificación en una escala de 0 a
100 puntos, ha sido “0,0” (cero coma cero). Adviértase la gravedad de lo que
acaba de leerse. El Banco Mundial, asesorado por más de mil tributaristas de
190 países (11 de Argentina, del sector público y privado) y por una decena de
firmas legales y contables internacionales, con revisión del informe final por
los funcionarios de cada país, incluido los de Argentina, han llegado a esa
calificación nula para nuestro país en cada uno de los años desde hace más de
una década. Gravísimo.
¿Qué nos
dice que un país sea calificado “0,0” sobre 100 puntos por más de una década?
Tomemos la
siguiente analogía: un alumno de una carrera universitaria obtiene en su
registro de calificaciones un “0,0” de promedio anual, a lo largo de una década.
Lo que esa facultad le estaría diciendo a través de esas notas es algo así como
“mire, Fulano, Ud. no está para esta carrera; no tiene méritos para estar en
esta facultad; esta sucesión de ceros es peor que ‘malas notas’, es no existir
académicamente; Ud. no califica como alumno”.
¿Estamos de acuerdo?
Pues bien,
lo que el Banco Mundial le está diciendo a nuestro país con esa calificación
“0,0” es que con ese grado de carga fiscal, la Argentina no tiene algo que
merezca denominarse “sistema tributario”. Y, después de más de 10 años, también
que no ha tenido la capacidad de dictarse normas propias de un sistema fiscal
(sistema tributario y, su otra cara de la moneda, el gasto público). Esto ha
sido así porque, en su creciente voracidad fiscal, los legisladores y
gobernantes de turno han ido progresivamente perdiendo las líneas de los
principios tributarios y constitucionales que rigen en la materia. Aquellos
flejes desaparecieron, con ellos se fue la razonabilidad de nuestro sistema
fiscal y pasó a inundarse de confiscatoriedad a través de sus actuales 165
impuestos (fuente: IARAF). Y si este impuesto a la riqueza es sancionado serán
166 y seguiremos contando.
Por tanto,
concluimos que, como en el caso del alumno, tal calificación de “0,0” sobre 100
puntos es una suerte de “certificado de inhabilidad fiscal” para Argentina
emitido por el Banco Mundial para dictar lo que el resto del mundo entiende
como “sistema tributario”. Y también en el sentido de una inhabilidad moral
para seguir elevando alícuotas y creando impuestos, de cualquier tipo, aun bajo
las crisis más profundas. Porque el país ya agotó desde hace años y se excedió
en extremo en su potestad tributaria. Por lo que esta crisis de la pandemia,
con máximas penurias, especialmente en los sectores más necesitados, expone
como nunca la mala praxis fiscal.
La cuestión
de la hiperfiscalidad de Argentina no tiene que ver con la visión de país del
gobierno de turno. Porque si la visión fuera que “queremos tener una economía
competitiva y parecernos a los países de la Región que mejor les ha ido en la
última década” (como lo sostenía el gobierno anterior), tenemos que la carga
fiscal en esos países según el Banco Mundial ronda el tercio de la que tiene
Argentina (Perú con el 37%, Paraguay con el 35%, Chile con el 34% vs. Argentina
con el 106%). Si la visión fuera otra, bien opuesta, “queriendo ser un país
comunista”, tenemos que la de China es el 59%, rondando la mitad de
Argentina. Y si la visión fuera la de
querer ser un país populista, nuestros políticos tendrían que hacer
considerables esfuerzos para llegar a tener el 73% de carga fiscal de Venezuela
(entre las más gravosas del mundo), dado que Argentina la excede en casi la
mitad de aquélla.
Si tener
106% de carga fiscal fuera positivo para un país, otros países la tendrían. Sin
embargo, allí estamos en el barrio de +100%, solos desde hace seis años, luego
que Burundi, Sierra Leona, Congo, República Centroafricana y Gambia dejaran
dicha zona entre 2010 y 2014, vía reformas tributarias; sin haber Argentina
crecido durante la última década, mientras otros lo han hecho a causa de una
carga fiscal sustancialmente inferior.
Conclusión:
cualquiera sea la visión de país que se tenga para la Argentina, sobra la carga
fiscal y con creces. Por lo cual, existe
una “zona de imposible desacuerdo” donde nuestros políticos de los tres niveles
(nacional, provincial y municipal), cualquiera sea la extracción y visión que
tengan, no tienen razones ni excusas para no reducir sustancialmente la carga
fiscal sobre el sector formal de la economía. Por lo menos, dando un primer
paso para equiparar a los países más gravosos del mundo “normales”. Y después
veremos si podemos dar otros pasos para ir integrándonos al mundo tributario
promedio.
Entonces,
¿cuál es el contexto actual en que se ha presentado el proyecto de impuesto a
la riqueza? ¿Hay margen para que Argentina sancione otro impuesto más?
No sólo no
estamos ‘aspirando’ a dar ese primer paso, sino que en estos dos últimos años
hemos agravado aún más la situación de tener el sistema tributario (cada vez)
más gravoso del mundo.
Si bien la
imposición total del “Doing Business” se calcula sobre el caso testigo de una
empresa, las conclusiones no serían distintas si se eligiera un caso de
patrimonio personal. Argentina también terminaría en la zona del último puesto,
con su alícuota máxima del 2,25% (bienes en el exterior), calculado sobre base
bruta. Ya hemos dicho en anteriores que el caso de España, único aparentemente
similar con el 2,50%, por distintas razones técnicas es menos gravoso. Y los
otros países de la OCDE y de Sudamérica que aplican impuestos patrimoniales
(Suiza, Noruega, Colombia y Uruguay) tienen alícuotas muy inferiores y se
aplican sobre una base neta.
Entonces,
el siguiente es el contexto en que se ha enviado el proyecto de impuesto
extraordinario al Congreso:
(i) un país que tiene el sistema
tributario más gravoso del mundo, calificado desde hace más de una década con
un “0,0” por el Banco Mundial; lo cual tiene que ver con el impuesto a la
riqueza porque muchos de sus 12.000 potenciales contribuyentes son accionistas
o altos directivos de empresas cuyo patrimonio a ser gravado es el resultado de
un flujo que tuvo que pasar previamente por ese “filtro fiscal”;
(ii) un país que ya tiene uno de los impuestos
más gravosos del mundo sobre el patrimonio (2,25%), por lo cual, considerando
la alícuota máxima del 5,25% del potencial impuesto a la riqueza, se llegaría
hasta a un exorbitante 7,50%, sumadas las alícuotas máximas de ambos impuestos,
calculados a la misma fecha;
(iii) una crisis por la pandemia donde una
porción considerable de los potenciales 12.000 contribuyentes son accionistas
que están sufriendo las graves consecuencias en sus grandes y medianas
empresas, con reducciones sustanciales en las ventas y con problemas para el
pago de salarios;
(iv) una crisis por la pandemia que muestra
en su otra cara que, con gran parte de la administración pública cerrada
durante medio año, no se ha aprovechado para bajar el gasto público, con
salarios que se siguen pagando normalmente a empleados que en su gran mayoría
no han estado trabajando;
(v) un éxodo hacia el exterior de muchos
contribuyentes, sin precedentes, especialmente de los 12.000 potenciales
contribuyentes; resultando paradójico que mientras Francia derogó el impuesto
patrimonial en 2017 por haber sido la principal causa de la migración de más de
10 mil franceses con sus U$40 mil millones de patrimonio total
https://www.bloomberg.com/news/articles/2017-09-28/france-s-wealth-tax-has-driven-10-000-people-abroad-pm-says,
afectando a la economía del país, la Argentina va en sentido contrario y con
triple golpe fiscal al patrimonio: aumento de alícuota de 0,25% a 0,75% por el
gobierno anterior, a 2,25% por el gobierno actual y hasta un total de 7,50% si
este proyecto es sancionado; una alícuota multiplicada por 30 en menos de dos
años; y
(vi) cuando aún no se había presentado este
proyecto, un anuncio –con idas y vueltas - de una próxima reforma tributaria
general que no conllevaría baja de impuestos sino que sería aún más progresiva.
En suma, el
‘certificado de inhabilidad fiscal’ del Banco Mundial en su máxima expresión.
Por ello, antes de analizar los argumentos en contra de la aplicación del
eventual impuesto extraordinario, hay una cuestión previa: el “mundo” nos dice
que nuestro sistema fiscal no tolera –desde hace años- un solo impuesto más. Y,
menos aún, uno de este tenor y en este contexto.
Finalmente,
¿quiénes son los destinatarios del ‘certificado de inhabilidad fiscal’? ¿Qué puede hacerse?
Ya algo
anticipamos en artículos anteriores, el Banco Mundial realiza sus rankings en
base a las normas de cada país. Así, los principales destinatarios son los
poderes normativos, es decir los miembros del poder legislativo, poder
ejecutivo y autoridades fiscales de turno (todos en sus tres niveles, nacional,
provincial y municipal). En distintos grados, son los responsables por
comisión, por haber actuado en violación de una sana política fiscal y de los
principios básicos constitucionales y tributarios.
Pero
también hay responsables por omisión, como el poder judicial, dado que si se
hubieran puesto suficientes límites y en forma oportuna no se hubiera llegado
al último puesto fiscal.
Y, para
reflexionar, cabe analizar el rol que el sector privado (empresariado y
profesionales) ha tenido y va a tener ante esta realidad fiscal. Es cierto que este sector no está para dictar
la política tributaria; pero también es cierto que hasta ahora ni unos ni otros
hemos logrado que nos den razón a la hora de plantear problemas, reclamos y
propuestas de tipo fiscal, especialmente los referidos a la cuantía de la carga
tributaria.
Al
respecto, esta dramática realidad fiscal que estamos viviendo puede ser mirada
desde dos puntos de vista.
El primero,
desde un pesimismo sin igual. Parecen no haber más evidencias para ello: desde
hace años, un último puesto fiscal mundial; ayer, un par de reformas fiscales
que agravaron la situación (a fines de 2018 y 2019, por ambos gobiernos); hoy,
este proyecto de impuesto a la riqueza que provoca un éxodo fiscal sin
precedentes, especialmente de los representantes más productivos; y mañana, una
anunciada reforma tributaria aún más progresiva, para así terminar de redondear
nuestra insana realidad fiscal. Frustración
sin límites.
El segundo,
desde un optimismo proporcional y apalancado en esta dramática situación. Si
nunca tuvimos tantas evidencias, también es cierto que nunca tuvimos tantas
razones para actuar en consecuencia, una inédita posibilidad de transformar
semejante frustración en acciones positivas. Primero, el sector privado tiene
la oportunidad de liderar la concientización de esta realidad en todos los
sectores y niveles de la sociedad. Segundo, es esperable que la justicia
reaccione con mayor firmeza, consistencia y en forma oportuna ante semejantes
violaciones constitucionales. Y tercero, aquellos sectores políticos más
racionales (incluso dentro del oficialismo), los que están de acuerdo en tomar
medidas pro inversión para sacar a Argentina adelante ante tantas recurrentes
crisis, tienen la oportunidad y obligación de hacerse oír con el peso de sus
fuertes argumentos.
Aldous
Huxley decía que lo importante “no es lo que te sucede, sino lo que haces con
lo que te sucede”. Así, nuestro destino
como personas, como grupo, como país depende –digamos- un 10% de lo que nos
sucede y un 90% de lo que nosotros hacemos con aquello que nos sucede. El 10% es el “último puesto fiscal”,
incluyendo este proyecto de impuesto a la riqueza. El 90% es lo que nosotros como sociedad vamos
a hacer con ese último puesto, a corto y largo plazo. Este porcentaje está por
escribirse. Y el envío de este proyecto –cualquiera sea su suerte- es la
oportunidad y el detonante para ponerse manos a la obra y empezar a escribirlo.
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