El fracaso (y ocaso) de los órdenes deliberados
Martín Sáiz
Licenciado y Magíster en Recursos Humanos. Doctorando en Administración de Empresas e Historia.



Inicialmente, esgrimí la siguiente premisa: tal vez el fin justifica los medios. Consulté en el Banco Mundial el ranking de las mayores economías del mundo de 2017 a la actualidad: allí pude corroborar que de las diez primeras, sólo una presenta un régimen socialista (aunque por demás debatible en relación a los paradigmas teóricos del socialismo primitivo) y el resto se caracterizan en su totalidad por defender los principios de una sociedad liberal y republicana. Vale destacar que dentro de los diez primeros puestos, un solo país es latinoamericano y dentro de las cincuenta mayores economías del mundo sólo figuran tres países de esta parte del continente. Luego pensé que tal vez la economía podría jugarme una mala pasada por lo que recurrí a la política: consulté la última edición del Índice de Percepción de la Corrupción de Transparencia Internacional. Allí observé que los primeros cinco países defienden postulados liberales mientras que los últimos cinco países del ranking se caracterizan por tener gobiernos socialistas, totalitarios, dictatoriales o bien una inestabilidad política permanente desde décadas. 
En conclusión, el fin no justifica los medios. Porque aquellos marcos políticos y económicos asociados al socialismo y la intervención estatal no arrojan buenos resultados en ninguno de los dos ámbitos. Menos aún, no se convierten en referencias mundiales de buenas prácticas políticas o faros del progreso y la civilización.
Evidentemente los órdenes deliberados o intervencionistas no han asegurado resultados ni progresos. Han fracasado, y peor aún están aproximándose a su ocaso. Por eso aquí tomaré los postulados de una de las referencias máximas del liberalismo para sustentar algunas razones del fracaso y el ocaso de las intervenciones estatales en el natural rumbo de una sociedad.
Hayek dedicó uno de sus libros “a los socialistas de todos los partidos”. Al escribir “Camino a la servidumbre” en 1944 señaló los peligros de otorgar al Estado un pronunciado rol de planificación sobre distintos aspectos de la sociedad toda. El principal argumento detrás de quienes defienden esto es la voluntad del pueblo representada en la mayoría. Sin embargo, la determinación de lo que es el pueblo y su voluntad queda supeditada a una idea cuantitativa alejada de lo que sea mejor para sus ciudadanos o de la razón misma: quienes sumen mayor cantidad de adeptos serán quienes posean el arbitrio de la razón y la decisión.
Justamente ese argumento de corte socialista reviste el mayor peligro para denostar el otorgamiento de tamaña potestad a quienes de manera pasajera gestionan el poder ejecutivo y en consecuencia el aparato estatal. Resulta inviable (y utópico) representar la totalidad de las voluntades individuales, por ende ningún líder político podría arrogarse planificar políticas que representen a todo el pueblo. En suma a esto, ningún líder o espacio político podría conocer y/o dimensionar la multiplicidad de expectativas, necesidades y complejidades de cada sector de la sociedad. En otras palabras, centralizar la planificación en clave estatal parte de una premisa conceptual equivocada: tal planificación no es viable a la luz de los entramados sociales que sus individuos libremente generan en las interacciones económicas, políticas y sociales. Países centrados en el socialismo y la intervención, no han logrado más que romper tejidos sociales y desmembrar estructuras económicas a fuerza de control de precios y restricciones inadmisibles.
En otro orden de argumentos, la individualidad es clave para Hayek y para cualquier análisis por simple que sea sobre los órdenes sociales. Ya sea el hombre bueno de Rousseau, el hombre malo de Hobbes o la dualidad de Freud, la individualidad no puede minimizarse. Los órdenes deliberados han menospreciado la naturaleza humana, apostando a una concentración de ideas únicas que sugieren ser “lo mejor” para todos cuando evidentemente tal colectivo resulta imposible de contener en una unidad. Por lo contario, el aprecio de la libertad individual y la búsqueda de la máxima expresión en una sana competencia sin intervenciones es lo que generó riqueza a las naciones desde los tiempos de la Revolución Francesa (todos iguales ante la ley) y la Revolución Industrial Inglesa (orden del trabajo).
El orden social no se planifica, quienes lo intentaron “interviniendo” han fracasado. No se planifica racionalmente, se construye dinámicamente a partir de las interacciones individuales. En la individualidad es donde Hayek halla un argumento para defender que lo importante es el orden espontáneo y descentralizado. Una sociedad construida de “abajo para arriba” como señaló Alberdi al pensar la República Posible y la federalización de Buenos Aires. Libertad e individualismo son según el autor los motores del orden social espontáneo que no estará determinado por la voluntad de líderes políticos de turno ni por la visión estructuralista de un espacio intelectual. Los países líderes de los rankings iniciales, tienen lineamientos políticos que trascienden los gobiernos de turno y la libertad es el faro de todos independientemente de las estrategias de momento.
Las libertades individuales deben ser promovidas, no soslayadas. Cada persona decide qué lugar ocupar en la sociedad y trabajará duro en pos de dicho objetivo. Ese trabajo será generador de riqueza tal como estableció Adam Smith, porque el individuo hará aquello que le genere placer, motivación, propósito y autorrealización. Los países con órdenes deliberados e intervencionistas han anulado la individualidad y dicha coerción se revela peligrosa porque anula los aspectos más destacables de la máxima expresión de la naturaleza humana. El socialismo ha ido en contra de los derechos individuales para generar obediencia a sus ideas y proyectos. El resultado de los últimos países de los rankings: migraciones masivas hacia destinos variopintos. El resultado de los primeros países de los rankings: personalidades destacadas en todos los ámbitos del conocimiento humano.
El fracaso de los órdenes deliberados tiene otro argumento relacionado a Hayek. La inteligencia es una facultad de las personas que al igual que cualquier virtud, puede convertirse en algo defectuoso si se la utiliza de manera equivocada. La crítica del autor a los órdenes socialistas ha encontrado en la connotación negativa de la inteligencia otro argumento a favor del fracaso: la arrogancia.
Arrogarse la inteligencia para decidir sobre otros, establecer qué es lo mejor para todos, suponer el entendimiento de la totalidad de necesidades sociales y lo que es realmente importante para las personas es la “arrogancia fatal” que Hayek asigna a los socialistas. Esta arrogancia en términos colectivos se traduce en controles e intervenciones a los sistemas de precios y restricciones diversas. Es decir, la arrogancia fatal no sólo atenta contra la naturaleza humana que sustenta la individualidad sino también contra los tejidos estructurales de las economías que promueven el progreso de las sociedades.
Habiendo compartido los argumentos relacionados al fracaso de los órdenes deliberados con especial y única referencia al Premio Nobel Friedrich Hayek, resta señalar los motivos por los cuales sostengo que el ocaso de dichos órdenes está teniendo lugar por estos días.
No hago referencia a la simple revisión de noticias sobre Venezuela, Yemen, Siria, Sudán del Sur y Somalía (últimos puestos de Transparencia Internacional) ¿Cuánto tiempo más aguantará la fatal arrogancia y la planificación centralizada de estos órdenes en el contexto de un mundo definitivamente globalizado y testigo de una nueva revolución industrial? ¿Asistiremos a países cuya población por completo migrará a otras latitudes en búsqueda de libertad y futuro? Las tendencias indican que las brechas económicas serán cada vez mayores entre los países liberales y republicanos, versus los países con órdenes socialistas y deliberados.
Reflexionaba al inicio que el fin no justifica los medios, porque los países socialistas no ofrecen resultados económicos y políticos dignos de admiración. Al cierre de esta columna, reflexiono que tampoco los medios socialistas son merecedores de observación y encanto. No respetan la individualidad ni la naturaleza humana; mucho menos la espontaneidad del orden social en todas sus facetas. Razones del fracaso, suposiciones del ocaso. Motivos que Hayek bien contemplaría para congratularse de haber pensado lo correcto, haciendo honor a la máxima “ante el hecho no hay argumento”.
 
 

Últimos 5 Artículos del Autor
[Ver mas artículos del autor]