De fracaso en fracaso
Elena Valero Narváez
Historiadora, analista política y periodista. Autora de “El Crepúsculo Argentino. Lumiere, 2006. Miembro de Número de la Academia Argentina de Historia.




 Luego de la Revolución Libertadora de 1955, el país siguió soportando el abandono de políticas de estabilidad monetaria y de autentico desarrollo económico. Reiteradamente, los gobiernos se embarcaron  en políticas de base intervencionista que llevaron, casi siempre,  a liquidar las reservas monetarias netas, provocar  la caída del peso y la destrucción del orden financiero. Los gobiernos de distinto signo, terminaron en similares resultados: periodos de inflación incontrolable o con altos índices y perturbaciones políticas y sociales,  como consecuencia de las aventuras iniciadas por políticos irresponsables.
 Cada nuevo gobierno,  transfiere al anterior,  los resultados que habrán  de provocarse financiando, mediante la expansión de los medios de pago, un presupuesto,  cuyo déficit,  en ningún momento se pensó seriamente combatir. Y se hace a la vista del FMI y otros organismos internacionales, como, así también, de dirigentes del país, quienes, tendrían la obligación de  denunciar los peligros que avecinan.
Una de las oportunidades perdidas fue la del gobierno de Mauricio Macri. Fracasó,  aunque se trató de ir hacia la estabilidad política, liberar a la opinión pública del temor y de la inseguridad en la que se vivía con los gobiernos kirchneristas,  e ir a fondo en los hechos de corrupción política. Se le dio un crédito de confianza y hubo expectativas esperanzadoras debido a la responsabilidad y buen sentido del gobierno al volver a los cauces constitucionales, provocando un estado de ánimo favorable hacia la Argentina del mundo democrático, tal es así,  que  visitaron el país los presidentes más importantes del mundo,  en señal de apoyo.
 El gobierno del ex presidente Macri, pensó que con ello se  daría un vuelco positivo a las inversiones.   La buena relación con el campo, se sumaba a sus buenas intenciones. Tuvimos una oportunidad poco común, que difícilmente  vuelva a presentarse,  era indispensable aprovecharla. Hubo,  también, un buen margen de tolerancia de buena parte de la sociedad,  no se le pidió cosas imposibles. La prensa lo trato con consideración. Solo las pujas políticas  y de intereses,  dentro del gobierno,  y la acción de los elementos nacionalistas, socialistas, y kirchneristas,  conspiraron contra el Gobierno,  tratando, estos últimos, de encaminarlo hacia el desprestigio y falta de autoridad.
Se hicieron daño a sí mismos por no animarse a hacer las reformas estructurales que hubieran dado el puntapié inicial para el progreso. Era lo primordial, pero hicieron oídos sordos a los buenos consejos de serios y experimentados dirigentes políticos y de instituciones que quisieron mostrarles la importancia de tomar medidas  rápida y eficientemente. Fueron afectos  a algún tipo  de coerción en materia económica, y  a la vez campeones de la libertad política,  generando,  pese a las buenas intenciones, debilidad política y,  una vez más,  problemas económicos.  Se creó un clima donde apareció,  entre bambalinas, Cristina Kirchner,  con la máscara de Alberto Fernández, quien se decidió por  una política intervencionista,  cada vez más estatista,  y nacionalista,  una economía basada en  recursos netamente inflacionarios. Se emite para pagar un tremendo déficit de presupuesto, aumentado por la pandemia y la incapacidad con la que se ha actuado en diversos campos.
 
No se han podido evitar  las consecuencias: elevación del costo de vida y la huída hacia el dólar. Otros resultados negativos que han escondido la cara por la pandemia,  mostrarán el rostro apenas la gente comience a vivir normalmente. La inflación  provocada por el gobierno de kirchnerista anuncia,  no solo aumento de precios,  sino  demanda de aumento de salarios, y agitación social. Nadie aprende de las equivocaciones: los políticos que estrangulan los mercados, disminuyen los grados de creación individual y colectiva y ello afecta los recursos humanos para enfrentar las crisis.
 La agresiva política, nacionalista y dirigista,  ha cortado,  prácticamente,  la inversión de capitales y aumentando la desocupación a un ritmo mayor de lo normal por la larga  cuarentena. Si el ahorro nacional y extranjero no se invierte bajo la forma de desarrollo de  actividades económicas no es posible crear nuevas fuentes de trabajo,  ni producir expansión económica perdurable.  Creer,  a esta altura,  que con emisión monetaria se podrán estimular las actividades productivas evitando el desempleo, es un error. Solo podría intentarse  bajo un régimen totalitario que planifique coercitivamente la actividad económica. La planificación en gran escala exige la dictadura. Y por suerte, todavía no es el caso. Este gobierno no tiene fuerza ni autoridad como para manejar dictatoríamente la economía,  en la forma que es necesario hacerlo,  cuando se quiere aplicar ese sistema.  
La mayor parte de servicios y empresas estatales,  han sufrido el impacto de la intromisión en sus organizaciones, de intereses políticos y concepciones ideológicas nacionalistas y socialistas, provocando desorden y anarquía dentro de las mismas. Se ha perjudicado lo que andaba razonablemente bien y agravado lo mucho que andaba mal,  resultado de las mismas  prácticas que arruinaron el país durante décadas.
Se está impulsando la escasez futura de los productos exportables y de primera necesidad. La fijación de precios máximos, control de cambios, producción y distribución de mercaderías, estatización de cuanta empresa fuera transferida durante estos años y la destrucción de cualquier competencia a la línea aérea de bandera,  terminara en un tremendo fracaso.  Prepara,  la corrupción institucionalizada que ya hemos visto funcionar en el anterior gobierno kirchnerista. Aparecerán los cupos, cuotas, permisos, adjudicaciones. La honestidad individual  de algunas personas nunca puede poner freno a un régimen que institucionalice la corrupción.
Las respuesta fácil del  Gobierno ante los malos resultados son atribuidos  a la herencia recibida. No es una justificación. Nadie le reprocha los problemas anteriores sino que los haya agravado y que no se atisbe un plan integral para morigerarlos o resolverlos.  La situación hacia dónde conduce al país es grave, no se reconocen las causas,  sobrevendrán más controles y una mayor interferencia y arbitrariedad, como lo percibimos el miércoles en el Congreso, y también mayor atropello a la actividad económica privada. Iremos hacia más recesión, inflación,  fraude y  mercado negro. Esto no es producto  de malos horóscopos sino de  una absurda política económica que nos persigue como la luz mala.
Dicen que de esperanza también se vive, quedan los liberales para salvar la República y mejorar la economía,  todavía son una fuerza dispersa y por ello,  sin gravitación electoral.  Deben buscarse líderes, con conducta y capacidad política, que representen bien a sectores amplios de la sociedad,  impulsándolos  hacia el Congreso,  para que  abran el camino hacia el poder y a la rectificación de la actual política económico-social.  Batallar, por medio de las ideas y el voto,  para desplazar a partidos o fuerzas políticas sin principios coherentes, cuyas decisiones provienen generalmente de improvisaciones o exigencias políticas, como también, de la ignorancia manifiesta de los problemas económicos.
   En la Argentina, el liberalismo  es una Idea en marcha: República y Capitalismo. Representa el impulso creador de la gente.  Contra la acción meramente electoralista sus líderes pretenden ponerse al servicio del país, no de los gobernantes. Han ayudado, en el pasado, a superar crisis, que otros provocaron. Es necesaria la unión en una fuerza que luche para que el país pueda gozar de libertad política y económica, como también de las libertades éticas y espirituales, alejándolas de las restricciones y tabúes que las acechan. Comprometer a la sociedad,  con un plan donde el mercado funcione, como principio ordenador espontaneo de la actividad económica,  que  consienta actuar de acuerdo a la competencia y la autorregulación de los precios,  y que la producción esté al servicio del consumo, no de los burócratas de turno.
Los liberales luchan contra el abuso de poder, no quieren que el Estado cubra a toda la sociedad.  La herramienta social capaz de controlarlo es la sociedad externa a él,  si es vigorosa por la magnitud de su sector económico privado, la vigencia de la opinión pública institucionalizada y un consolidado sistema de partidos. Por eso,  es fundamental  proteger  la democracia,  a pesar de sus debilidades.
El progreso no debe ser entendido como inexorable ni irreversible, gran parte de la mejora institucional se puede perder, pensemos en Cuba o Venezuela. La dictadura no es, necesariamente,  por maldad de los dirigentes,  sino de las exigencias  del sistema que necesariamente hay que cambiar.

 

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