Clara Campoamor, gracias y perdón
Karina Mariani
Directora del CLUB DE LOS VIERNES Argentina.




Era una niña pobre y la repentina muerte de su padre la sumió en una pobreza mayor. La huérfana de 10 años debió comenzar a trabajar limpiando y cosiendo junto a su madre para sobrevivir a duras penas. Cuando esto tampoco alcanzó, logró que la empleran en un negocio y luego se animó a concursar por un puesto en el Ministerio de Instrucción Pública, donde fue destinada como profesora de mecanografía en las Escuelas de Adultas. La joven casi no había ido a la escuela y sólo podía enseñar a tipear.
Cuando se cuentan las luces y sombras de los personajes históricos se suele decir que eran seres “de su época”, haciendo alusión a las contradicciones y acciones que no son analizables sin entender su contexto. Bueno, Clara Campoamor no fue una mujer de su época, fue un prodigio futurista, un motor tracción a sangre, la suya, incontenible e incomprensible para ese contexto que le tocó en suerte.
Clara tenía 32 años cuando consiguió empezar, por fin, la secundaria y volemos con la imaginación a la España de 1920, para tener una idea de lo que hizo esta señora en esa vida que no le escatimó disgustos: se recibió de bachiller en dos años y acto seguido se inscribió en la Facultad de Derecho donde dos años después obtuvo su título. Las abogadas para ese entonces se podían contar con los dedos de una mano. En 1925 se convirtió en la segunda mujer en incorporarse al Colegio de Abogados de Madrid. La primera había sido Victoria Kent.
En estos días se cumplen 73 años de la sanción del voto femenino en Argentina y 89 del debate que dio el voto a las mujeres en España. El logro del voto femenino, en occidente, fue un efecto dominó desacompasado pero arrollador que se concentró mayoritariamente en la primera mitad del siglo pasado. Exactamente el 1 de octubre de 1931 se enfrentaron en un duelo sin cuartel Victoria Kent diputada socialista y Clara Campoamor diputada liberal, dos mujeres que no habían tenido el derecho de votarse a sí mismas. ¿Qué iban a discutir? Si las mujeres podrían o no, votar.

Momento magistral

Ese debate, esa escena de la historia del feminismo, ese momento magistral, es ciertamente útil para explicar la falsía con la que se manipulan casi un siglo después, las luchas de las mujeres. Estas dos aguerridas damas defendían polos opuestos: Kent, el representante de la izquierda, se negaba a otorgar el derecho a sufragio a las mujeres. Sí, así como se lee. La izquierda no quería que las mujeres votaran. ¿Por qué? Porque las consideraba incapaces de comprender su propio bien, dominadas por sus maridos, por sus padres o por la Iglesia. Consideraba que no estaban dadas las condiciones para su implementación y proponía postergar este derecho sine díe, o mejor dicho, hasta que a ella, su representante, se le cantara en ganas. Victoria Kent consideraba que la totalidad de las mujeres necesitaban cambiar de tutela, pasar del paternalismo opresor al paternalismo bueno, el que representaba ella:
"Si las mujeres españolas fuesen todas obreras, si las mujeres españolas hubiesen atravesado ya un período universitario y estuvieran liberadas en su conciencia, yo me levantaría hoy frente a toda la cámara para pedir el voto femenino.
Pero en estas horas yo me levanto para decir lo contrario y decirlo con toda la valentía de mi espíritu, afrontando el juicio que de mí pueden formar las mujeres que no tengan este fervor y estos sentimientos republicanos que creo tener. Es por esto por lo que claramente me levanto a decir a la Cámara: o la condicionalidad del voto o su aplazamiento (…) Hoy, señores diputados, es peligroso conceder el voto a la mujer (…) ”
Entonces Campoamor tumbó de lleno esta prolongada argumentación de Kent. Párrafo por párrafo. Defendió su postura frente a 470 hombres y una mujer. Se puso en contra de lo estipulado por su propio partido. Sus compañeros, que enarbolaban la bandera de la igualdad de la boca para afuera, la arriaron en el momento de la rosca política (actitud tan actual que duele) dejándola sola. Clara Campoamor era consciente de ser la única sufragista en el mundo que lograba exponer sus convicciones frente a un parlamento y no se planteó ningún retroceso. Soportó estoica argumentos como que la mujer no podía votar por ser naturalmente histérica y sumisa. ¡O peor! que las mujeres recién podrían votar a los 45 años, con la llegada de la menopausia ya que en ese momento adquirieron la suficiente serenidad de espíritu como para ejercer tan importante derecho.
Con sofisticada ironía contestó a su rival:
"Señores diputados: lejos yo de censurar ni de atacar las manifestaciones de mi colega, señorita Kent, comprendo, por el contrario, la tortura de su espíritu al buscar hoy en trance de negar la capacidad inicial de la mujer. Creo que por su pensamiento ha debido de pasar, en alguna forma, la amarga frase de Anatole France cuando nos habla de aquellos socialistas que, forzados por la necesidad, iban al Parlamento a legislar contra los suyos".
Convencida defensora de la igualdad por encima de todo, proclamó, entonces “el derecho de las mujeres a equivocarse”:
"¿No sufrimos las mujeres las consecuencias de la legislación? ¿No pagamos impuestos para sostener al Estado? ¿Cómo puede decirse que la mujer no ha luchado y que necesita largos años para demostrar su capacidad? Y, ¿por qué no los hombres? 
Somos producto de dos seres; no hay incapacidad posible de vosotros a mí, ni de mí a vosotros. Desconocer esto es negar la realidad. Negadlo si queréis; sois libres de ello, pero sólo en virtud de un derecho que habéis (perdonadme la palabra, que digo sólo por su claridad y no con espíritu agresivo) detentado, porque os disteis a vosotros mismos las leyes; pero no porque tengáis un derecho natural para poner al margen a la mujer".
Campoamor entendió el feminismo como un llamamiento por la igualdad de derechos, convenció y venció sin haber pedido jamás (ni aceptado) un trato favorable por ser mujer. El resultado de la votación fue de 161 votos a favor y 121 en contra, 188 diputados se ausentaron en el momento de la votación luego de escucharla advertir:
"No dejéis a la mujer que, si es regresiva, piense que su esperanza estuvo en la Dictadura; no dejéis a la mujer que piense, si es avanzada, que su esperanza está en el comunismo" 
Conquista mundial
El sufragio femenino fue una conquista mundial en la que Clara puso su grano de arena. Cientos de miles de personas, hombres y mujeres, compartieron con ella el mismo sueño. Desde fines del siglo XIX y principios del siguiente regiones y países se iban sumando al designio. El impacto de la gran guerra fue crucial respecto del rol de las mujeres a las que sacó mayoritariamente de sus casas como hábitat cívico y las sumó a las fábricas, a las administraciones públicas y ante todo a sostener el esfuerzo bélico de forma protagónica. Fue el envión más contundente, tal vez más crucial que las luchas de las sufragistas de preguerra desde la Convención de Seneca Falls.
Naciones Unidas en 1948, establecido, en el artículo 21 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que toda persona tiene derecho a participar en el gobierno de su país, directamente o por medio de representantes libremente elegidos. Casi todo Occidente ya había reconocido para esa época el sufragio femenino. Uno a uno, los países encontraron su forma a sabiendas de que la ola era imparable. Nuestra región picó en punta con Uruguay en 1918. El pintoresco caso de Ecuador se hizo remarcable luego de que Matilde Hidalgo Navarro interpusiera su reclamo frente al Consejo de Estado que le permitió votar en las elecciones de 1924 solamente a ella, cuatro años después era un derecho de las ecuatorianas. Terminando la Segunda Guerra llegaría el turno de las francesas, las italianas y las belgas.
En Argentina, la Provincia de San Juan fue vanguardia y en 1862 con voto calificado y en elecciones municipales las mujeres tuvieron su primer llamado. Julieta Lanteri en 1910 litigó para que se reconocieran sus derechos políticos y ganó, siendo la primera iberoamericana en votar en 1911, pero un fallo le quitó, tiempo después, el derecho. En 1932 Alicia Moreau de Justo logró que se aprobara el sufragio femenino en la Cámara de Diputados pero fue rechazado por los senadores. Fue la presión de la primera dama Eva Perón la que puso fin al tira y afloje parlamentario el 23 de septiembre de 1947 en el que se promulgó la ley que empadronaba a las mujeres y en consecuencia les concedía el voto.

Exiliada

Casualmente, por esos años, vivía en Buenos Aires exiliada primero por los republicanos y luego por el franquismo, y repudiada por los propios, Clara Campoamor. La miseria de corto plazo, la politiquería chiquita, taimada y siempre acomodaticia le había dado la espalda a la mujer que nació fuera de su tiempo. Sobrevivió en estas tierras trabajando, como lo había sabido hacer desde los 10 años. Hacía traducciones, daba conferencias y escribía las biografías de Concepción Arenal y de Sor Juana Inés de la Cruz.
Clara Campoamor fue elegida diputada en su país por el Partido Radical, al que se había afiliado por ser "republicano, liberal, laico y democrático", valores de su ideario que se empeñó en representar desde muy joven. Tardó 43 años en lograr esa representación, a la que accedió aún antes de poder votar, sin padrinos, sin cupos, sin trampas. En años donde el mundo se debatía entre dos monstruos, sola, sin esperar nada que no obtuviera a fuerza de su colosal coraje, declaró ante quienes la obligaban a elegir males menores: "Estoy tan alejada del fascismo como del comunismo, soy liberal".
Plenos e idénticos derechos nos rigen, en esta parte del mundo, desde la época de las gestas de Campoamor. ¿Qué queda entonces por reclamar? ¿Qué es aquello que mueve a la sarta de legislaciones, privilegios, discriminaciones positivas, cupos y diplomas de adoctrinamiento? La cruda verdad es que nadaSin embargo, no paramos de recibir regulaciones feministas rayanas en el supremacismo miserable. Funcionarias de gobierno que amenazan públicamente: “¡o se deconstruyen o sufrirán las consecuencias!”. Alumnos sometidos a rezar un dogma ideológico y sectario si es que quieren recibir la educación que (a la sazón) sostienen con sus impuestos, al igual que sostenemos todos el salario de los Savonarola de género. Un engrudo ideológico, regado con incontables e irrastreables fondos públicos para defender qué?
La Argentina, quebrada como nunca, destinará una descomunal masa de dinero para políticas públicas descabelladas, justificando la segregación y la discriminación contra los varones en un esfuerzo por sostener que las mujeres nacen víctimas y necesitan tutela, mientras se usan tretas que hacen de los cupos y los privilegios un solaz para las viejas prácticas de pagar amantes con dineros públicos.
Nos ha costado mucho llegar a ser una sociedad de mujeres y hombres libres e iguales. En honor a quienes, hace exactamente 89 años, se desgañitaban para conseguirlo, tratemos de que no nos estafen. De nuevo.

Publicado en La Prensa.


 

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