Día de la aviación civil: Entre un pasado glorioso, la decadencia
Luis Franco
Investigador Asociado de Fundación Atlas. Licenciado en Ciencias Políticas, magíster en Economía y Ciencias Políticas por Eseade. Ex asesor en la Cámara de Diputados de la Nación.
En la Navidad de 1907, despegó de la Sociedad
Sportiva Argentina, en Palermo (hoy Campo Argentino de Polo), el globo
“Pampero”. A bordo estaban su tripulante, Aarón Félix Martín de Anchorena y un
acompañante, el ingeniero Jorge Newbery. El
vuelo sería considerado el primero en la historia de la aviación civil argentina
y la fecha del natalicio de Anchorena, el 5 de noviembre, el Día de la
“Aviación Civil Argentina”.
La aventura del globo Pampero sería el puntapié
inicial de una aviación nacional que crecería vertiginosamente de la mano de
aquellos dos pioneros y de miles de
entusiastas simpatizantes, noveles aviadores, deportistas, técnicos e
innovadores y empresarios que fueron su motor primario.
Pocas semanas después de aquel histórico vuelo, el
13 de enero de 1908, se fundó el Aero Club Argentino, el primer club aéreo de América
y génesis institucional de la aviación civil y militar de la patria. La
fundación de tan insigne institución –hoy prácticamente desaparecida– también
tuvo como protagonista a Anchorena, quien sería su primer presidente, al
coronel Arturo Lugones, su vicepresidente 1º y al ingeniero Jorge Newbery, su
vicepresidente 2º.
En poco tiempo vendrían las hazañas con globos y
aviones y también las tragedias, como la desaparición de Eduardo Newbery,
hermano de Jorge, al intentar batir un récord de vuelo nocturno, y el accidente
fatal del propio Jorge Newbery, en el campo de aviación de la estancia Los
Tamarindos, en Mendoza, días antes de intentar un osado cruce de la Cordillera
de los Andes.
La Argentina
logró un gran desarrollo de la actividad aeronáutica deportiva, de transporte e
industrial a lo largo del tiempo, al punto de alcanzar un parque aeronáutico que
superaba las flotas sumadas de las naciones vecinas incluido Brasil.
Fueron épocas en las que el avión fu uno de los protagonistas del desarrollo y
crecimiento económico del país sirviendo como transporte y un cada vez más
amplio menú de actividades de trabajo aéreo, y lo que sucedía en el mundo en
materia aeronáutica, se replicaba rápidamente en la Argentina. Aquel progreso
duró hasta que el país cambió de rumbo y comenzó a resignar posiciones dentro
del selecto grupo de las naciones modernas y prósperas de la Tierra.
Poco después del
vuelo de los hermanos Wright, la actividad aérea mundial entabló una estrecha relación
con el ámbito militar y obtuvo un creciente apoyo estatal, en ese contexto la
Argentina no fue ajena a estímulos similares, pero mientras que en la mayoría
de la naciones la participación privada fue central y creciente, aquí, sin
solución de continuidad, se siguió con una política aeronáutica dominada por un
estatismo que costó a los contribuyentes sumas astronómicas sin resultados
concretos. Ejemplo de esto son, entre muchos otros, la Fábrica
Argentina de Aviones y la propia aerolínea de bandera, ambas en sus cambiantes
versiones y formatos.
Aunque para muchos la aviación civil es
fundamentalmente las aerolíneas, es oportuno resaltar que más de las dos terceras partes de la actividad aeronáutica del país y
el mundo, considerados el parque aeronáutico total y el movimiento de
aeronaves, es de lo que se denomina aviación general (aviones y helicópteros
sanitarios, transporte corporativo y no regular, aeroaplicadores y aeronaves
para la lucha contra el fuego y aviación deportiva, entre otros). En la
Argentina de hoy, la mayor parte de esas actividades dominantes e
imprescindibles para el desarrollo del transporte integral, tienen una media de
antigüedad de 45 años, lo cual explica claramente el estado de postergación de
la aeronáutica local y permite ponderar su evolución futura.
La aviación general local, como se ha dicho cimiento
de toda otra actividad aeronáutica, ha sufrido en lo industrial, el transporte,
la innovación y el comercio abierto, una errática política aeronáutica –o, peor
aún, la ausencia de ella– de parte de todos los gobiernos desde mediados del
siglo pasado a la fecha, y tanto en tiempo de administración militar como en la
civil actual (ANAC).
Antes que la pandemia dejara a la mayor parte de la
actividad aeronáutica diezmada en sus operaciones (en esta materia la Argentina
también fue campeona entre los países más cerrados del orbe), la aviación civil
local luchaba por sostenerse en el marco de un país en larga y severa recesión.
Las escuelas de vuelo trabajaban formando pilotos nacionales y extranjeros, la
actividad aeroagrícola aplicaba fitosanitarios a los cultivos, combatía la
plaga de langostas, el dengue y luchaba contra el fuego, el trasporte no
regular complementaba a las aerolíneas cuya oferta de servicios se había
incrementado por la apertura del mercado, los talleres hacían mantenimiento de
aeronaves y hasta se fabricaban bajo licencia italiana aviones de entrenamiento
y deporte. A partir de la pandemia aquellos monumentales y hasta heroicos
esfuerzos fueron detenidos y a la fecha un gran números de empresas han desaparecido
sin que se pueda estimar cuál será la realidad una vez que se pueda volver a
volar, algo que, dicho sea de paso, se podría hacer sin riesgo sanitario si se
tomara la decisión.
Como ocurrió con la errática reanudación de los
vuelos regulares cuya demora se extendió de marzo hasta hace unos días, el
resto de la aviación civil se encontró abandonada y sin respuestas de la
autoridad aeronáutica (ANAC). En ese sentido, el contraste con la mayoría de
los países de la región es enorme, ya que en ellos se instrumentaron distintas
políticas públicas como sostén de la actividad; ejemplo de ello fue Brasil, que
lanzó el programa “Voos Simples” que
es una muestra cabal de la importancia que el gobierno del vecino país asigna a
la aviación al brindarle estímulos y confianza. Brasil es un parámetro comparativo
cercano, ya que se trata de un país que estuvo muy por detrás de la Argentina, sin
embargo hoy cuenta con una formidable flota de aeronaves modernas, además haber
privatizado exitosamente EMBRAER –hoy el tercer fabricante de aviones del
mundo– y cerrar la emblemática aerolínea VARIG cuando fue necesario.
Hoy, 5 de
noviembre, es el Día de la Aviación Civil Argentina, pero lamentablemente hay
poco para festejar y mucho para reflexionar, pues queda claro que ya no somos
lo que fuimos o, para decirlo al son melancólico de un tango,
sufrimos “la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser”.
Publicado en diario Perfil.
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