Se las lleva el viento

Rogelio López Guillemain
Autor del libro "La rebelión de los mansos", entre otras obras. Médico Cirujano. Especialista en Cirugía Plástica. Especialista
en Cirugía General. Jefe del servicio de Quirófano del Hospital Domingo Funes,
Córdoba. Director del Centro de Formación de Cirugía del Domingo Funes
(reconocido por CONEAU). Productor y conductor de "Sucesos de nuestra
historia" por radio sucesos, Córdoba.
“Cuando
la necesidad es la norma, cada hombre es a la vez víctima y parásito”
Ayn Rand
“Cuando
los gobiernos temen a la gente, hay libertad. Cuando la gente teme al gobierno,
hay tiranía”
Thomas Jefferson
¿A las palabras se las
lleva el viento? Hace rato que las
palabras se volaron, esas palabras que son los símbolos que articulan el diálogo
y el pensamiento. Porque sin
palabras no existen ninguno de ellos, en nuestra Argentina hemos reemplazado
el diálogo por la bajada de línea y el pensamiento por el dogmatismo. Te pido que inviertas 5 minutos de tu tiempo,
no abandones estas líneas y que, con oídos abiertos y espíritu crítico,
dialogues con ellas.
En nuestra imposible e
impostergable búsqueda de la verdad, hemos abandonado el poder de la razón y
nos hemos entregado al capricho de las emociones, hemos reemplazado el análisis
lógico por el ciego fanatismo, quimera que nada ve y que nada escucha. El fuego de las pasiones nubla el entendimiento
y nos aparta de la esencia inteligible de nuestra condición humana, nos aleja
de la verdad (concepto acorde con la realidad).
Pero, ¿importa la
búsqueda de la verdad?, ¿acaso no es perder el tiempo? ¡Para nada!, esa búsqueda de la verdad la llevamos
adelante todos los días de nuestra vida, a cada segundo, aunque no nos demos
cuenta.
No desayunamos veneno
para ratas porque somos conscientes de que ello nos mataría. Esa es una verdad de la que dudamos, una
verdad que nadie consideraría “relativa”, ¿cierto?
Pues tengo algo que
decirte: ninguna verdad es relativa (decir que las verdades son
relativas transforma a esa propia definición en relativa y por lo tanto
inválida). Nuestro conocimiento de la
verdad es provisorio, incompleto y a veces errado, pero nunca relativo. El veneno de ratas no es nutritivo, no
importa lo que yo “crea o sienta”, como decía Aristóteles (si, Aristóteles no
Perón) “la única verdad es la realidad” y yo agrego: mientras más nos
acerquemos a la verdad, nuestras vidas serán más completas, eficientes y
felices.
La verdad está siendo
atacada por los cultores del posmodernismo por medio de palabras que desacreditan
el valor de las palabras y con afirmaciones (verdades) que desacreditan el
valor de las afirmaciones (verdades).
Al quitarle significado
y sentido al concepto “verdad”, reemplazando su inevitable lazo con la realidad
por una sujeción a la caprichosa interpretación “relativa” individual, los
posmodernistas han logrado que “todo sea verdad” según el cristal con que se
mire. El problema de esta posición
buenista, conciliadora y políticamente correcta es que: si todo es verdad,
entonces nada es mentira.
Así como la palabra
mentira queda desterrada de nuestro vocabulario (y por lo tanto de nuestros razonamientos
y valoraciones, ya que todo es verdad), también queda exiliado lo feo, lo
descortés, lo malo, lo desagradable, el demérito, lo inmoral y la opresión (con
la misma “lógica relativista” todo arte es bello, todo acto es cortés, bueno,
agradable, meritorio y moral).
Bajo esta dialéctica: todo
es verdad, todo vale lo mismo, lo único que importa es no ofender y no fijar
una posición argumentada (no caprichosa) de lo que es verdad, bello, bueno o
ético. Se nos intima a someternos a la
imposición de una ambigüedad en la que lo blanco y lo negro se funde y confunde
bajo un cemento gris.
Los tiranos de la
posverdad, atrincherados en la política, en las cátedras y en los medios, se
aprovechan de las buenas intenciones (aunque irreflexivas) de las personas de
bien, del calor de sus pasiones y de sus sentimientos humanitarios; llevándolos
a confundir lo deseable con lo justo, lo necesario con un derecho, la libertad
individual con la explotación del otro y la igualdad con el igualitarismo.
Así vemos como los
sacerdotes del culto a la posverdad, nos ofrecen como sacrificio en el altar
del relativismo. Jueces que no actúan
contra las usurpaciones (porque hay una “necesidad” habitacional), políticos
que justifican “salir de caño” (porque hay “necesidades”), funcionarios que
atacan el mérito y por ende avalan la mediocridad (porque hay “necesidad” de
inclusión), voceros que ponen en igualdad de consideración a la víctima y al
delincuente (apelando a la “necesidad” de no discriminar), ministras que
reconocen en videos que “robamos”, concejales que creen tener el derecho a
esclavizarte y para ello le ponen impuestos al viento y al sol (así “redistribuyen”
lo tuyo y cubren “necesidades”) y comunicadores que llaman homofóbico a quien no
satisface la “necesidad” de reconocer como lo que no es a quien tiene disforia
de género (todo el mundo tiene derecho a sentirse lo que quiera mientras no le
imponga al otro su irrealidad), o que llaman machista patriarcal a quien se
opone a la “necesidad” de realizar una interrupción del embarazo (eufemismo que
esconde el asesinato de un ser humano individual que anida en el vientre
materno).
Recuperar la “verdad”
como valor señero de nuestra conducta, aun siendo esta verdad provisoria y
debatible (desde lo lógico-racional no desde lo emotivo-pasional) es
fundamental para volver a ser una sociedad armónica y próspera.
La “verdad” establece
pautas de convivencia basadas en el respeto al otro, en la búsqueda de lo
bueno, lo bello y lo correcto; funda las bases de la defensa de los derechos
humanos (a la vida, la libertad y la propiedad) como postulados esenciales en
el desarrollo personal y social del ser humano y garantiza la primacía del
individuo sobre el conjunto, individuo que nunca y bajo ningún concepto,
puede ser inmolado en el altar del bien común.
Desde hace casi 100
años venimos soportando políticas “solidarias”, ataques a los “egoístas” que
piensan en su propio beneficio y que no tienen “consciencia social”. Hace casi 100 años vienen profundizando este
modelo criollo de socialismo que nos ha empobrecido y sumergido en la miseria,
la apatía y la mediocridad.
Los políticos lo han
hecho porque vos y yo se lo hemos permitido.
Porque les dejamos el camino libre y nos desentendimos de nuestros
deberes cívicos, porque ser honesto, trabajar y votar cada tanto no nos
transforma en ciudadanos.
Vivimos El Imperio de la Decadencia Argentina. Está en nuestras manos el asumir el
compromiso de comenzar a ser protagonistas.
Está en nuestras manos el desatar La
Rebelión de los Mansos.
Últimos 5 Artículos del Autor
.: AtlasTV
.: Suscribite!
