Liberté, égalité, fraternité
Sergio de Haro

Porteño clase ’55. Tres hijos, tres nietos y un matrimonio de cuarenta años, en la escala de Mercalli. Egresado del Liceo Militar y con estudios incompletos de Ingeniería Electrónica y en Sistemas. Una carrera informática entre las multinacionales, la banca y las redes de grandes superficies comerciales. Rugbier mientras el cuerpo pudo. Un corazón enciclopedista, tardío aficionado a la Literatura, a punto de publicar mi primera novela. Un paso breve por la política, durante la fundación de “Recrear”, como presidente de la delegación partidaria en Las Heras (CABA). Fui un niño extraño, que podía entender el conflicto de Aquiles, pero no la pasión por el fútbol.




 
Días pasados, oía yo a ignoto politólogo ponderar la Revolución Francesa, por legarnos los ideales de “Igualdad, Libertad y Fraternidad” (SIC). Fuese semejante permuta hija de un acto fallido o de la premeditación, de todos modos me facilitó clasificar ese discurso, sin el tedio de escucharlo completo.
Como darwinista confeso, desde muy joven me obsesionó la cuestión del origen del mal. En su búsqueda, vi que él no existe para los fenómenos de la Naturaleza, que bien y mal sólo habitan nuestras mentes. Condición que de ningún modo los hace menos reales, sino más. Pero no es ese el tema de hoy.
El asunto es que la pesquisa me llevó a otra pregunta: ¿por qué el mal para algunos es el bien para otros? Siempre en un sentido teórico y no en el obvio caso de una balacera, donde el daño es claro e inminente. ¿Qué diferencias había entonces? La única que fui capaz de encontrar estaba en las creencias de cada individuo. Ese núcleo duro e inamovible, que no admite explicación, y cimenta toda moral dentro de una cabeza.
Primero fue una intuición, pero luego me quedó claro que una sociedad de nihilistas era un oxímoron. Entonces, igual que en la Naturaleza, un cuerpo social sostenido por la menor cantidad de creencias, sería el más sólido y flexible, a la vez. Y, si le hago caso a Darwin, el más apto.
Y partí, cincel en mano, a ver que salía sobrando de entre mis creencias. Con el único mérito de la curiosidad, tras los pasos de pensadores de las más diversas categorías. Eso sí, prevenido de que nadie pretendiese embutir nuevas creencias dentro de mi cráneo. Que mis guías fuesen profesores de Álgebra y no vendedores de fotocopias con los resultados.
El proceso fue largo, algunas veces doloroso y otras, sorprendente. Allí, muchas de mis creencias se fueron, no al olvido ni al repudio, pero sí a la categoría de las derivadas. Y por fin, llegué a los tres principios del principio, aunque esta vez en el orden correcto. Ese orden que es tan importante, como para considerarlo el principio cero.
La Fraternidad está última no por relegada, sino porque no puede existir entre el oprimido y el opresor, entre individuos a los que la Igualdad no garantiza los mismos derechos. Tampoco será Fraternidad si no es libre. Escenas como “Pedrito, pedile perdón a Pablito y dense la mano como amigos”, pueden calificarse como la más amorosa docencia, pero nunca como muestra de Fraternidad.
“Aquí somos todos iguales”, “¿Por qué?”, “Porque lo dice el Camarada Mao”.
Bueno, como mínimo deberán aceptar que el camarada Mao es un poquito más igual que los demás. Así la Igualdad, como concepto universal, es sólo viable sin tutelas, como expresión voluntaria de los que se reconocen como iguales. Por eso, la Libertad va primera.
Pero veo oportuno subrayar que una Libertad solipsista, que no tenga el destino de amalgama social, será un hormiguero de caníbales. Para ser auténtica, debe ser universal y reconocida. Condiciones que toman cuerpo bajo los nombres de Igualdad y de Fraternidad.
Me cuesta pensar que es el final del camino pero, no con poco trabajo, terminé por encontrar una sola creencia sobre la que podía edificar todos mis demás valores, sin necesidad de incorporarlos como dogmas. Entonces quedo satisfecho, pues más allá de este punto aguardan el nihilismo o el Buda. Y, al fin de cuentas, buscaba yo una creencia para compartir, para apalancar una sociedad, y la nada no califica para ese empleo. Que, entre el cero y el infinito, el uno es perfección.
Así reduje mis creencias a un solo axioma. Una brújula para mirar cuando todo está brumoso, una vara, para medir ab initio la aptitud de una propuesta.
 
Liberté…
 
Que lo demás, es hijo de la deducción y de la casuística.

 

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