La implosión que llegó en Navidad
Karina Mariani
Directora del CLUB DE LOS VIERNES Argentina.



La mañana era gélida pero el Kremlin ardía en la Navidad de 1991. Funcionarios de todo rango atestaban los pasillos. Ansiedad, temor, desconcierto y perplejidad. Ese 25 de diciembre el presidente de la URSS renunciaba ante las cámaras de la televisión nacional. La realidad era que Gorbachov ya no tenía poder sobre las repúblicas soviéticas, que la bandera roja era arriada mientras en su lugar flameaba la tricolor rusa. La imagen recorría todas las pantallas del mundo: el gran imperio soviético había dejado de existir.
Hace 29 años se hundía el imperio que fue cuna y usina del sistema más letal del mundo. Bastaron 74 años para extender por el planeta a la más criminal de todas las sectas, la que asesinó a más de 100 millones de personas. ¿Cuál fue el empujón que desencadenó el dominó? ¿Afganistán? ¿Lech Walesa? ¿El Muro de Berlín? ¿La URSS fue sólo un mal sueño o había llegado El fin de la historia? ¿Implosión o metamorfosis?
El Golpe de Estado perpetrado por Lenin el 7 de noviembre de 1917 fue fácil, un paseo por el parque que casi no tuvo víctimas en una Rusia agotada. Los bolcheviques contaron con múltiples beneplácitos y omisiones y en menos de 24 horas el Palacio de Invierno ya era regido por un gobierno provisional que duró más de siete décadas.
Lenin también pensó entonces que era El fin de la Historia, la etapa definitiva, el punto cúlmine de la humanidad. Lo que habían conquistado era de un tamaño, población y riquezas que sólo podían augurar éxitos y más éxitos. Y por mucho tiempo el experimento sovietico se vio así. Lenin supo legar a Stalin un imperio que éste consolidó luego de la Segunda Guerra Mundial. Para la época de la Conferencia de Dumbarton Oaks en agosto de 1944, donde se formuló y negoció el inicio de las Naciones Unidas, el mundo soviético contaba con 180 millones de habitantes y el lado capitalista lo superaba largamente. Hacia 1950 la proporción se había invertido a favor de su órbita. La URSS llegó a ocupar 1/6 de la Tierra y equivalía a 2,5 veces el área de Estados Unidos. Llegando a su ocaso contaba con 5,1 millones de soldados contra 2,1 millones de EEUU. Cuando cayó tenía 45.000 cabezas nucleares y EE.UU. 23.000.

MANUAL DEL TERROR

Conforme avanzaba la guerra fría, más de un tercio de la humanidad vivía bajo el comunismo, sometido a la égida de Moscú y usando, como no podría ser de otra manera, su manual de estilo: partido único, intervención estatal en la vida privada, censura, economía planificada, represión de la disidencia. Los campos de concentración servían para estos fines y por sus resultados fueron copiados por el nazismo. Aleksandr Solzhenitsyn denominó Archipiélago Gulag al sistema de represión soviético que llegó a contar con 53 campos y 400 colonias de trabajo.
Para cuando, en 1964, Brézhnev se hizo con la Secretaría General del Partido Comunista los líderes del partido creían haber logrado un sistema que funcionaba por sí solo. Equipo que gana no se toca y a eso se abocó Brézhnev, trazando un consenso se convirtió en política de estado, la iniciativa individual nunca fue bien vista y se fue consolidando una auténtica gerontocracia.
Pero para 1979, con expansión, represión y todo, era imposible ocultar la cuesta abajo. La burocracia entendía esto pero no podía imaginar soluciones. En 1982 Andrópov agarró la papa caliente y planteó un programa de reformas, pero ya era tarde. Hacia 1985, la nueva guardia encabezada por un joven Mijaíl Gorbachov quería, realmente, sacudir el sistema. Y acá empezaron a ceder las miles de grietas del dique obsoleto. Aún hoy los nostálgicos del modelo soviético le reprochan al joven Mijaíl aquellos cambios como innecesarios o lo perciben como el topo que aceleró el final. Argucias para no aceptar que el monstruo estaba herido de muerte.
En diciembre de 1985, Gorbachov nombra a Boris Yeltsin como jefe del Partido Comunista y empieza el reemplazo de la línea dura. En el año 1987 los soviéticos se desayunaron con dos palabras que explicaban todo: Glasnot (apertura) y Perestroika (reestructuración). Conforme crecía la popularidad occidental de Gorbachov, también se agrandaba la contienda con Yeltsin para ver quién era más reformista. El diario comunista Sovetskata Rossiya, en 1988 llama a la resistencia contra las reformas, el ala conservadora soviética no podía creer ni la velocidad ni la dimensión de lo que pasaba: sobre llovido, Gorbachov recibió al presidente de Estados Unidos, Ronald Reagan.

CAE EL MURO

En marzo de 1989, por primera vez con candidaturas múltiples, Boris Yeltsin gana un escaño por Moscú con una mayoría abrumadora. Gorbachov pone fin a la invasión de Afganistán y retira las tropas, al tiempo que anuncia que los miembros del Pacto de Varsovia pueden decidir su propio futuro. Lech Walesa gana las elecciones en Polonia, y en Hungría se abren las fronteras. Las imágenes de miles de personas cruzando hacia los países occidentales es una estocada, pero el golpe de gracia ocurre en noviembre de 1989 cuando a martillazos cae el Muro de Berlín.
El 22 de diciembre de 1989, Nicolae Ceausescu convoca a una manifestación en su propio apoyo en Bucarest y recibe sólo insultos. Huye de los manifestantes furiosos y es atrapado por el mismo Ejército que hasta hacía unas horas le respondía fielmente. En un juicio exprés fue condenado a muerte y fusilado públicamente en la Navidad de 1989. El efecto sobre la jerarquía soviética fue brutal. La historia no ahorra en ironías.
En febrero de 1990 las protestas logran que se convoquen elecciones multipartidarias y Gorbachov se convierte en el único "presidente soviético" existido. Uno a uno, los países reclaman su soberanía: Ucrania, Armenia, Turkmenistán y Tayikistán. Para engrosar el odio de quienes lo consideran un traidor, ese año Gorbachov obtiene el Premio Nobel de la Paz y, trascartón, acuerda el tratado para reducir las armas nucleares estratégicas. El 17 de marzo de 1991 un referéndum convierte a la URSS en una federación de repúblicas independientes con política exterior, militar y presidente en común. Las elecciones de Rusia, de junio, convierten a Boris Yeltsin en Presidente de Rusia y ambos se ven obligados a convivir en el Kremlin.
Cuestión que en agosto de 1991, con temple envidiable, Gorbachov se va de vacaciones a su casita en Crimea. Tenía planeada la vuelta a Moscú para el día 20 cuando el Tratado de la Unión sería firmado. Pero la incansable ala dura aprovecha y pone un plan en marcha para tomar el poder y evitar la descomposición total, revirtiendo las reformas y volviendo al control central sobre las repúblicas. Yeltsin resiste el golpe y hace fracasar la asonada. Gorbachov vuelve a Moscú en el avión que Yeltsin, su contrincante antisoviético, envió para salvar al líder soviético. Moscú ya era irremediablemente de Yeltsin, el gran triunfador, y las actividades del Partido Comunista de la Unión Soviética son proscritas. En octubre desaparecía la KGB. Días después el Consejo de Estado reconoció la independencia de Estonia, Letonia y Lituania, mientras el 90.3 % de los ucranianos votaba por la independencia.
El 8 de diciembre, Rusia, Ucrania y Bielorrusia dan luz a la Comunidad de Estados Independientes compuesta por diez de las quince ex repúblicas soviéticas sepultando a la URSS como Sujeto de Derecho Internacional y realidad geopolítica.
El 25, finalmente, Gorbachov anuncia la desintegración de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. La URSS fue un leviatán con un legado: un sistemático genocidio que actuó igual no importaba ni la cultura ni el lugar donde se implantara: China, Cuba, Rumania, Camboya, Benín, Congo-Brazzaville, Angola, Nicaragua, Mozambique, Etiopía, Somalia, Afganistán, Corea del Norte, Vietnam, Laos, Venezuela y más. Tiranía, tortura, corrupción, hambre y miedo.

EL PELIGRO CHINO

La URSS ya no existe, pero la carrera por la instalación del comunismo ahora está en manos del Partido Comunista Chino. Mucho más versátil, con un aparato de propaganda y de relaciones exteriores aceitado y eficaz que aprendió la lección del imperio que lo precedió. Heterodoxo, tenaz y paciente. Si el siglo XX terminaba con el monstruoso régimen soviético, el XXI comenzó con el crecimiento brutal del régimen chino. En la Navidad de 2020, a los 29 años de la caída de la URSS, el mundo ve como colapsa su economía y declina su libertad, la postal es trágica. Curiosamente, sólo China se salva de la debacle planetaria.
Quiso la paradoja que la dictadura soviética desapareciera un día de Navidad, celebración que tanto había prohibido. A pesar de toda la represión y la muerte, a pesar del enorme poderío obtenido y de la férrea pulsión de dominio de sus caudillos, el comunismo cayó aquella vez mostrando las miserias de su fracaso. La historia nos recuerda que hemos estado peor, y que vencimos a los enemigos de la libertad. Es cuestión de no dormirse.
 
Publicado en La Prensa.

 

Últimos 5 Artículos del Autor
[Ver mas artículos del autor]