El poder de la mentira
Matías Enríquez

Participante del Programa de Jóvenes Investigadores y Comunicadores Sociales 2020. Periodista argentino que ha trabajado en diferentes medios de comunicación, actualmente dedicándose a la comunicación institucional de organismos de gobierno. Trabajó en diferentes medios gráficos como El Mundo (España), Marca (España) y ESPN-La Revista (Estados Unidos), en radio y TV. Fue corresponsal, redactor, movilero, editor, columnista, conductor y productor. También se desempeña como docente en talleres de Comunicación, Periodismo y Argumentación. Ha publicado columnas de opinión en diferentes medios como Infobae, Diario Perfil, ADN Ciudad, Mundiario  y Visión Liberal, entre otros. 





La mentira es uno de los principales motivos por los cuales caemos en la desinformación, un fenómeno que tomó mas visibilidad este año pero que continuará presente en el 2021.

Confieso que todavía no tuve tiempo de escribirle la carta a Papá Noel. Me niego a ser quien destruya las esperanzas de aquellos, pequeños o adultos, que han comenzado a leer este artículo y que siguen fieles la leyenda navideña. Seguramente, haya un grado alto de probabilidad que ellos ahora hayan puesto su atención en sus celulares, tabletas o alguna otra atracción, mientras recorren estas líneas. Pero prefiero no correr el riesgo. En estos tiempos de liquidez informativa, el consumo de noticias y notas periodísticas se limita a la lectura del título y las primeras líneas, quienes predominan por sobre los textos en su totalidad. Esto lo saben los fabricantes de las noticias falsas que tanta relevancia tuvieron este año. Y, precisamente, en estos días navideños, caemos en ese coqueteo con la mentira que bien describe el periodista español Marc Amorós en su libro sobre fake news, el cual comienza desde muy pequeños en casi todos los seres humanos con estos personajes ficticios. Papa Noel es uno de ellos que nos enseñan de chicos junto a los Reyes Magos y el Ratón Pérez en lo que el autor español define como “pequeñas mentiras con las que crecemos que nos facilitan entender y recordar y nos ayudan a vivir con los demás”. 

El propio Amorós señala la mentira, mejor dicho nuestro gusto por consumirlas, como uno de los argumentos por el cual nos creemos las fake news. Pese a lo controvertido que suena, algo de razón tiene. Helicópteros de las fuerzas armadas que sobrevolaban las ciudades a las 11 de la noche rociando de un desinfectante que reduce los efectos del covid19, gárgaras de agua y sal que eliminaban el coronavirus, ingesta de agua caliente que mataba los efectos del virus y beber alcohol para reducir el accionar del virus en el cuerpo (cualquier excusa es buena para beber) fueron algunas de las tantas desinformaciones que circularon a lo largo del año sobre el coronavirus. Desinformaciones que, dicho sea de paso, tuvieron un indice de penetración altísimo en todo el mundo. En días de reflexiones y análisis de fin de año, indudablemente tendremos que asimilar que 2020 fue el año del coronavirus pero también fue el año en el que tomamos mayor conciencia sobre la importancia de combatir la desinformación. Y si todavía hay despistados que no lo han hecho, por favor, háganlo.

En este año tan peculiar conocimos funcionalidades de nuestros teléfonos que no sabíamos que teníamos, donde los más chiquitos tuvieron su primer contacto en serio con la tecnología y donde los más grandes tuvieron que amigarse con herramientas desconocidas. Los procesos se aceleraron y lo que debía tardar entre cinco y diez años se plasmó en un puñado de meses. Demasiado veloz para su procesamiento en tan corto lapso. Entre tantas mieles digitales también descubrimos la otra cara de la tecnología, esa faceta que ya existía pero que un poco ignorábamos (o no queríamos ver). Así, WhatsApp se convirtió en una herramienta indispensable para contactarnos con nuestros seres queridos y también con el mundo exterior, en tiempos de encierro. En esa misma plataforma interactuamos con lo desconocido de este nuevo virus que sacudió el mundo. Y allí no solo conocimos teorías conspirativas y absurdas sino que también consumimos presuntos médicos con los “huevos llenos”, panoramas apocalípticos y tantas barbaridades más. En su mayoría, todas falacias cuyas intencionalidades trascendían lo meramente económico o ideológico, dos de los principales motivos por los cuales se producen las fake news.

Y es que allí está el quid de la cuestión: el consumo de la mentiras bajo la forma de noticias falsas nos ocasionan un mayor daño dado que interactuamos con ellas desde el gobierno de lo emocional por sobre lo estrictamente racional. Desazón, ansiedad y pánico son solo algunas consecuencias que tienen sobre nuestra salud. Cuando propagamos mensajes de procedencia dudosa estamos dándole espacio en el ecosistema de lo público y lo privado. En ese aspecto, los sesgos ideológicos nos conducen a caer en las mentiras y a actuar de una manera muy particular. En muchos casos no creemos pero sí compartimos contenidos que pueden llegar a ser falsos (o parcialmente engañosos) porque ratifican nuestros prejuicios y somos mucho más taxativos con esas posturas que están en las antípodas de nuestro pensamiento. Como si miráramos la realidad con diferentes lentes. Eso pasó este 2020 y seguirá pasando en el 2021 en donde se prevé que la desinformación seguirá aumentando en su alcance y diversificando en su metodología. Será desafío del próximo año la implementación de nuevas estrategias para erradicar su visibilidad sin atentar contra la libertad expresión y tomar actitudes concretas, desde las plataformas, para enfrentar esta “otra pandemia”.

Pero hasta que se implementen acciones concretas la responsabilidad ciudadana es la única manera de hacerle frente a la desinformación y, con ella, a las mentiras que circulan. La desconfianza y el escepticismo sano son buenas conductas para llevar a cabo cuando estamos expuestos a la información, ya sea en un medio, las redes sociales o nuestras charlas privadas. En ese sentido es interesante destacar las actitudes frente a la desinformación que recibimos por whatsapp, según los hallazgos preliminares del estudio sobre adultos mayores que llevó a cabo el Proyecto Desconfío. Tal como cita el estudio en el cual se entrevistaron a personas de más de 60 años que utilizan la red social de mensajería, “en la mayoría de los casos, los usuarios manifiestan implementar alguna acción frente a un contenido que consideran sospechoso o poco confiable”. En el abanico de acciones se destacan la consulta a algún familiar sobre un tema particular, la búsqueda de mas información en los buscadores de internet y el contraste de información con los medios de comunicación como las tres estrategias más eficientes para identificar la falsedad de los mensajes. Tres comportamientos que bien podríamos aplicar todos, no solo los más grandes, para erradicar un poco el sinfín de engaños que circulan en las redes y los medios.

Casi como un hecho empírico, a estas alturas del artículo, producto del aburrimiento o el desinterés, los fieles seguidores de Papá Noel habrán abandonado la lectura. Espero que así haya sido para no ser yo quien les haga saber lo que muy pronto sabrán respecto de la existencia de Santa Claus. En el plano de la utopía, si eliminar las mentiras fuese tan sencillo como ese cachetazo de la realidad -por más shockeante que nos parezca en nuestros primeros años de vida- que diferente sería el discurso público y la convivencia entre todos nosotros. Seguramente seríamos una sociedad que cuidaría más y mejor de nuestra democracia porque tendríamos en la mesa toda la información adecuada para no seguir cometiendo tantos errores a la hora de elegir a quienes nos gobiernan. En tiempos de fiestas y deseos de fin de año, permítame jugar un poco con esa quimérica reflexión.



Publicado en diario Perfil.


 

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