Desconcierto ideológico: Cristina en Cuba, mientras Gobierno culpa a Shell, pero celebra la devaluac
Hugo Grimaldi


Si realmente la eventual flexibilización del cepo cambiario hubiera sido una buena noticia, seguramente Cristina Fernández habría monopolizado el anuncio. Sin embargo, como sus reflejos políticos le indicaron que seguramente el término "devaluación" destacado en las odiadas "letras de molde" iba a opacar todo y que lo que se le estaba ofreciendo a la sociedad con los pocos dólares que quedan es apenas una aspirina sujeta a la autorización de la AFIP, prefirió correrse una vez más del centro de la escena e irse anticipadamente de viaje.
 
La Presidenta es francamente una experta en convocar el aplauso fácil cuando se trata de causas efectistas, como cuando da a conocer planes sociales u obras que alguna vez se concretarán o cuando hace el recitado de los logros de la década. Sin embargo, no se siente en condiciones políticas de hablarle a la sociedad de situaciones complicadas que son capaces de modificarle la vida.
 
A ella, por cierto, le encanta hacer discursos poniéndose siempre en el centro de la escena, provocar el aplauso fácil o arengar a los jóvenes con frases de sus tiempos de facultad hablándoles de "empoderamiento de derechos que son de la sociedad" o de la "tragedia del neoliberalismo", pero, como es muy rígida, "quisquillosa" y cree de verdad que "la vida es conflicto", también es incapaz de enmendar apreciaciones previas que han quedado desactualizadas. 
 
También es propensa a creer que la capacidad de convocatoria a la militancia le suma ante el resto de la gente y, en ese error, es capaz hasta de dilapidar un anuncio tan abarcativo como debería haber sido el Plan Progresar para jóvenes que no trabajan ni estudian, un programa más que interesante que, junto a su reaparición y a la luz de los hechos económicos que se sucedieron en estos días, bien parece haber tenido más un propósito distractivo que efectivo.
 
A la luz de estos elementos tan claros de su personalidad política y hasta el viaje a Cuba y a Venezuela que apenas le sirve para entusiasmar a muchos seguidores, el anuncio de retorno condicionado hacia el primer cepo que hizo el viernes el Gobierno, en realidad pareció ser una bengala de tipo oportunista para que no se recordara aquella frase del 6 de mayo del año pasado que decía que "mientras yo sea Presidenta, los que pretenden ganar plata a costa de una devaluación que tenga que pagar el pueblo van a tener que esperar a otro gobierno".
 
La lectura de los hechos indica que, ante la aceleración de los tiempos, Cristina tuvo que admitir de modo implícito y no sin que le haya costado mucho tomar la decisión, el error de haber dejado atrasar el tipo de cambio, debido a que esencialmente su gobierno nunca reconoció como un problema la situación inflacionaria, barrió debajo de la alfombra la crudeza de los índices para que no se notaran los pobres, criticó por anti argentinos a quienes marcaban esa falla central del modelo y hasta hizo querellar a los economistas que divulgaban sus propias mediciones.
 
Objetivamente, cuando la Presidenta realizó el último cambio de Gabinete en noviembre, el valor del dólar para el comercio exterior era de $6,05, mientras que el viernes pasado cerró a $8 por cada unidad de la moneda estadounidense. El ajuste del tipo de cambio en dos meses fue de 32% (casi igual a todo 2013) lo que, a la inversa, significa que el poder del peso frente al dólar se debilitó cerca de 25%.
 
Por la dinámica política o por el arrinconamiento económico o por ambas causas a la vez, lo cierto es que todo se aceleró en 2014 y que desde el 1 de enero hasta el viernes, en apenas 17 ruedas, el precio del dólar mayorista saltó 22% o sea que el peso soportó una devaluación de 18%. Dicho de otra forma, el orgullo presidencial del "salario mínimo más alto de América latina", que era de 600 dólares, se cayó a U$S 450.
 
Cuando ahora se quiere ver cómo sigue la película, lo que predomina es saber cuánto tiempo ha de pasar para que tan importante adecuación se traslade a los precios internos, sabiendo ya que los comercios han comenzado a efectuar remarcaciones sobre los 9.800 productos que están afuera de la lista de "precios cuidados".
 
Para el Gobierno, eso no debería suceder porque en la carrera, suponen, es el tipo de cambio el que se va a acercar a precios que ya habían aumentado, pero el resto de la cátedra piensa otra cosa, ya que cree que sin un verdadero plan por detrás no hay anclas serias para que la espiralización no se verifique y pone como ejemplo de expectativas negativas no al dólar oficial, sino a la brecha que se crea con el valor del blue.
 
Ante tanto ruido y como el horno no estaba para bollos tras el descalabro cambiario que armó el propio Gobierno sobre todo el jueves, las autoridades decidieron tapar el baldón devaluacionista con otro anuncio, comunicando de modo sorpresivo el giro hacia algún grado de menor rigidez del cepo cambiario para las personas, el viernes bien temprano y antes de la apertura de los mercados, a través de dos de sus primeras espadas.
 
Más allá de los temores ciudadanos, la situación del desmanejo del día anterior ya había mostrado preocupantes derivaciones en la economía real, en simultáneo con la alocada escalada del dólar oficial: parálisis en el mercado turístico y en las concesionarias de autos, remarcaciones flagrantes aún a la vista del público en cadenas de electrodomésticos, suspensión de entregas ya pactadas, compras preventivas de la gente en los supermercados, etcétera.
 
Ante ese panorama, salieron a la cancha el jefe de Gabinete, Jorge Capitanich, y el ministro de Economía, Axel Kicillof, y desde las formas derraparon ambos, ya que el tono de general que utilizó el ministro coordinador para informar sobre la novedad, tal como si fuese un parte de guerra, no contribuyó para nada en darle brillo al anuncio, mientras que la postura granaderil de escolta y su visceral intervención del final, que pareció haber salido desde el fondo de un estómago cargado de aceite de ricino bebido a la fuerza, dejaron mal parado a Kicillof. El correctivo que la impuso el Club de París también la habrá resultado intragable.
 
En cuanto a los hechos prácticos, ambos dejaron en evidencia que estaban corriendo detrás de los acontecimientos, ya que no pudieron dar explicaciones sobre cómo se iba a instrumentar la posible compra de dólares para atesorar y trasladaron las expectativas a este lunes.
 
En ese sentido, los observadores plantean que el método no es el mejor para satisfacer las expectativas de cuidar las reservas que tiene el Gobierno. Al no haber trasvasamiento, el oferente de última instancia siempre será el Banco Central y será muy difícil evitar que quien compre en el oficial no venda en el blue. Parece mentira, pero en este punto, las autoridades confían en una solución de mercado, que si hay oferta en el paralelo el precio se desinfle casi al nivel del oficial más 20%, hoy $9,60.
 
Las expectativas es que apenas salga la reglamentación habrá aluvión de formularios y largas colas de gente queriendo comprar billetes verdes a este precio. Sin embargo, lo que está claro es que el nivel de reservas impedirá que haya dólares para todos, así que se están buscando pistas sobre el modo de evaluación que tendrá la AFIP para autorizar las compras, algo que se supone será vedado al conocimiento.
 
Sumado al corrimiento presidencial, la imagen que dejaron Capitanich y Kicillof planteó muchas dudas, porque si así se comportan quienes tienen la misión de pilotar la aeronave, qué otra cosa le queda hacer al pasaje más que rezar y esperar. Ambos cumplieron a las apuradas con el rito del "quiero transmitir" y se fueron y ni siquiera dijeron que pudiesen existir medidas fiscales y monetarias en estudio para sustentar la devaluación que indujo el Gobierno. Sin embargo, las cosas parecen alinearse debajo de la superficie, dentro de aquello que persiguen las autoridades, tal como esta columna lo anticipó la semana pasada.
 
Hubo en todo este minué un aspecto que hay que considerar, como es el grado de fragmentación ideológica que se vive en el kirchnerismo, algo que se complicó a la hora de las contradicciones, cosa que la política comunicacional, si todavía existe, ya no controla.
 
No hay anuncios concretos y todo se hace a los ponchazos con la única consigna que no hay que mostrar brazos torcidos, algo que todos saben que está sucediendo. Es público que Kicillof y el titular del Banco Central, Juan Carlos Fábrega, tocan cuerdas separadas. Pues bien, la receta "neoliberal" del enfriamiento que no se quería convalidar también llegó al Gobierno de la mano de la importante suba de tasas que instrumentó el BCRA ya desde esta semana.
 
El jueves mismo, Capitanich se había pisado sobre quién estaba devaluando, si el mercado o el Gobierno. En un mismo discurso el jefe de los ministros había dicho primero que lo sucedido el día anterior "no ha sido una devaluación inducida por el Estado", aunque luego para desdecirse, explicó que "no intervenir es un acto de administración".
 
Cuando el dólar alcanzó el valor de 8 pesos, el mismo funcionario señaló que el dólar "ha alcanzado un nivel de convergencia aceptable para los objetivos de la política económica", por lo que las chicanas contra los mercados dejaron de tener sentido y mucho más cuando el Gobierno mandó a los gobernadores y a las cámaras empresarias afines presionadas por la ministra de Industria, Débora Giorgi, a que celebraran públicamente y en tropel, por "competitiva" la escalada del tipo de cambio. Cosas del seguidismo, lo que antes era malo por neoliberal ahora ha pasado a ser benéfico por productivo.
 
Desnudado el juego, la operación de prensa que montaron sibilinamente Kicillof y las usinas gubernamentales para culpar de la devaluación a la empresa Shell y especialmente a su titular, Juan José Aranguren, quedó desactivada por la realidad y por el comentario de Capitanich sobre el equilibrio cambiario buscado por las autoridades.
 
En este punto hay que advertir que el propio Gobierno escupe al cielo cuando quiere hacer creer a los incautos que todo lo que sucedió ha sido como trata de contarlo, aunque quizás la operación de prensa contra Shell tenga como propósito final justificar la suba de las naftas que YPF necesita primero que ninguno.
 
Si un solo empresario con una orden de apenas un millón y medio de dólares ha sido capaz que el Gobierno salte en menos de una semana de la prohibición de comprar por Internet a que se permita el atesoramiento de dólares y además a modificar de raíz la política cambiaria, entonces flaco favor se hacen quienes desde la debilidad conceptual quieren mostrar fortaleza.
 

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