Capitalismo y felicidad

Elena Valero Narváez
Historiadora, analista política y periodista. Autora de “El Crepúsculo
Argentino. Lumiere, 2006. Miembro de Número de la Academia Argentina de Historia.
El
sistema capitalista, con todas sus virtudes y defectos, es el responsable de la gran acumulación y concentración
de riqueza que existe en el mundo. Hizo posible combatir el hambre, el cual, tuvo como una de sus principales razones el
aumento de la población mundial. Fue también el que ayudó a terminar con un
mundo destruido por la Segunda Guerra donde el nacional- socialismo, el comunismo y
el fascismo fueron un peligro mortal con sus políticas favorables a la guerra y
a la planificación central, por la cual
la burocracia estatal intenta inmiscuirse, totalmente, en la vida social. Contrariamente, el sistema
capitalista, se caracteriza por no
rechazar ninguna forma de intercambio mientras que se respete la libertad de
contratación, la competencia, el trabajo libre y la propiedad individual.
Debemos aprender - lamentablemente en nuestro
país yendo de fracaso en fracaso- que es condición necesaria para que este
sistema funcione, una institucionalidad que vaya en la misma dirección. Es lo que consiente
una vida mejor y éticamente digna. Las desigualdades
que provoca el sistema de mercado no son
fruto de la coacción y la violencia como se ha visto en la URSS, Alemania nazi o Cuba, sino de las decisiones que tienen las personas en los múltiples
intercambios que este sistema permite.
El capitalismo y las instituciones liberales
que, por lo general, conceden gobiernos estables, controlados por la opinión pública, liberación
de los intercambios, aumento del número de interacciones sociales y más riqueza para repartir, no es sinónimo de
felicidad ni de igualdad, tampoco elimina los problemas y el sufrimiento que habita siempre en
cualquier sociedad, del pasado, el presente, y también del futuro. Tampoco nos asegura el
amor, la solidaridad y la igualdad que prometen, con desparpajo, los liderazgos populistas con sus invocaciones
a la felicidad. Parricidas de su cultura ofrecen cantos de sirena; con la intención de obtener
votos dibujan la realidad a su medida. La democracia liberal les molesta porque
se basa en la creencia de que no puede
haber una única voluntad.
Todas
las sociedades buscan subsistir. El amor
y la felicidad están reservados a la esfera privada de cada uno, sin olvidar al
azar y al esfuerzo personal. No son
bienes solo alcanzables por los ricos Son bienes escasos para todos pero los pueden
conseguir los más pobres y desvalidos. A lo que sí pueden aventurarse a
asegurar, quienes promocionan al
capitalismo, es que éste mejora los niveles de vida de las
personas por lo cual tienen más tiempo para explorar los goces de la vida.
También la solidaridad, el sacrificio y la colaboración tienen más respuestas
positivas que en cualquier otro sistema del pasado.
El sistema capitalista debió luchar y lo
hace, aun hoy en día, contra
la concepción ascética de la vida cuya consecuencia es el menosprecio
del mundo terrenal. Va contra los deleites de la existencia, el ensanchamiento
de la gama de elecciones, el ahorro, la reinversión, el trabajo y el cálculo
riguroso y, por supuesto, de la audacia emprendedora propia del
capitalista.
El
mundo que promueven y promovieron los ascetas que dirigen sus críticas a los
proyectos que incita a mejoras y a mayor productividad, causan la miseria espiritual y por ende ética.
San Francisco de Asís, y su imaginado mundo,
seria espantoso por su bajeza espiritual y ética. Es que el mundo
deseado por los ascetas, el propuesto, como el efectivamente vivido, es un mundo de miseria e inmovilidad, por eso
puede verse como igualitario. Si bien los hombres que deciden vivir en la
pobreza extrema pueden tener ideales muy nobles, de los que no se permite dudar, como en el caso de San Francisco, el mundo
que proponen seria de ínfimas
posibilidades pues estas disminuyen, drásticamente, en la medida que aumenta la
pobreza. Pensemos en un mundo de mendigos…
Muchos intelectuales modernos son admiradores
de la Edad media y feroces enemigos de la industrialización y la democracia,
enconados detractores del comercio, el
dinero y el liberalismo. No les costará mucho descubrirlos entre los más
venerados por la sociedad. Mucha gente se deja llevar por vidas pretendidamente
ejemplares, decididamente despojadas,
que desean alcanzar el nirvana, la ausencia total de deseos, alejados de
las gracias tentadoras de la terrenalidad y de los goces sensuales, como
también de la dignidad del cuerpo, una
vida de humildad, caridad y resignación, donde prevalece la austeridad
glorificada del ascetismo.
La
riqueza material no evita la maldad ni la crueldad, pero crea posibilidades
incomparablemente más variadas que la pobreza para la creatividad, incluso espiritual, y la vocación ética. La sociedad moderna en la
que vivimos ha dado muestras acabadas de esta idea. Incluso la capacidad de
amor es más alta porque los grados de individuación
-que aporta la posibilidad de alejarse del propio grupo- la independencia y autonomía personales como
la necesidad de elegir la propia vida, son más altos.
Un
principio sociológico dice que siempre
estamos en condiciones de desaparecer ya sea por fenómenos naturales o
sociales. Es que todas las sociedades tienen esta idéntica característica, pero
la occidental, capitalista y democrática,
tiene más recursos y condiciones para
tratar de solucionar los problemas a los que nos enfrenta, diariamente, la aventura de vivir. No es poca cosa.
La
afirmación marxista, de que será posible
dar a cada uno según sus necesidades es irrealizable, como el marxismo que
nació de la mente de intelectuales con buenas intenciones. Se equivocaron, como
también Platón y Aristóteles, en la antigüedad, defensores de la esclavitud y
enemigos de la democracia, el comercio y la economía dineraria, aterrorizados por al
cambio social que estaba disminuyendo a los sectores tradicionales y abría el
camino a una extensa movilidad social.
Una manera de mejorar es dejar de creer en la
utopía de que se pueden crear sociedades ideales. Todas ellas fueron y son el
resultado- como lo es el capitalismo y la democracia, también- de un
incalculable proceso histórico. Podemos solo imaginar proyectos tentativos para
mejorarla y sin la seguridad de lograrlo. Ello nos hace más tolerantes.
La nueva cosmovisión del mundo la refleja muy
bien Francis Bacon con su Novum Organum, donde ataca el pensamiento filosófico medieval
del gran filósofo Aristóteles. Propone
la búsqueda en la naturaleza, no en los libros sacralizados por la tradición,
invita a conocerla a través de la
observación directa para dominarla, y utilizarla en beneficio de la vida. Razón y
experiencia no deben separarse observaba Bacon en 1620. En realidad, la teoría esta en grado variable, sometida al
examen real o posible de lo que llamamos experiencia. Francis Bacon nos muestra, además, como la racionalidad y el individualismo son
también típicos no solo del empresario sino del hombre de ciencia.
Resumiendo,
solo el sistema capitalista probado en tantos lugares del universo, con éxito, reconoce un mundo natural que puede y debe ser
dominado y que puede dar al hombre una vida más plena, aunque de ninguna manera
tranquila ni feliz. Procura basado en la igualdad ante la ley, crear y ofrecer
productos materiales y espirituales deseables para los consumidores, por ello,
destinados al mercado.
La
sociedad capitalista y democrática propia de los países más avanzados de
Occidente, llamada también la sociedad del conocimiento, no nos trae incluida
la felicidad, ni un mundo de amor pero nos permite, como ninguna otra sobre la tierra, tener infinitas posibilidades para encarar
mejor nuestra vida, gracias al aumento de la autonomía personal, libre
promoción de las relaciones sociales y el aporte de cada persona a la
cooperación social, a la que inducen los
intercambios. Aumenta los grados de libertad en un ambiente de competencia y
buena fe como también el respeto por los derechos individuales.
Argentina
debe volver a creer en el mercado, y en las regulaciones que se creen para
resguardarlo, Estas nunca serán perfectas- nada en la vida lo es, siempre
existirán personas y situaciones humanas para los atropellos e
injusticias- pero ellas son vallas para
evitarlas conservando, al mismo
tiempo, la posibilidad de controlar al
poder y de renovar periódicamente a sus titulares. La opinión pública tiene
grados que indican el nivel de libertad
y democratización del que goza;
las masas regimentadas de los países totalitarios son la caricatura de
la opinión pública. Hay que dejar de sacralizar al partido, al Estado, al
líder, dejar de lado la necesidad enfermiza que tienen algunos por la
dependencia.
Todo
ello marcará la gran diferencia si exigimos con nuestro
voto el cambio de sistema que el actual gobierno está imponiendo aceleradamente.
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