Donald Trump y los límites de la libertad de expresión
Johan Norberg
Es académico titular del Cato Institute y autor del libro In Defense of Global Capitalism (Cato Institute, 2003).



¿La expulsión de Donald Trump de Twitter es un ataque a la libertad de expresión? Una gran cantidad de republicanos lo están diciendo. Ciertamente lo podemos llamar “desplataformar”: cuando usted pierde su invitación a hablar, sus derechos de postear en redes sociales o el contrato para publicar su libro. Josh Hawley, un senador republicano, ha dicho que sus derechos de la Primera Enmienda fueron violados por Simon & Schuster cuando ellos decidieron no publicar su libro. Esta es una definición problemática, dado que significa que Simon & Schuster también están violando mi derecho de libre expresión al no publicar mis libros. De hecho, los derechos de la gran mayoría de quienes aspiran ser autores alrededor del mundo.
Pero por supuesto, la Primera Enmienda explícitamente se refiere a las leyes elaboradas por el Congreso que violan la libertad de expresión. Esta detiene al Estado de castigar a las personas por sus opiniones. Esto no significa que Simon & Schuster o Twitter —o The Spectator— tengan la obligación de publicarlas. Así es como la libertad de expresión ha sido percibida en la tradición de la Ilustración Occidental, como uno de nuestros derechos humanos que son respetados cuando nos abstenemos de interferir en las vidas de otros. 
Considérelo como una distinción entre los derechos negativos (que le conceden libertad, y lo protegen de la intrusión) y los derechos positivos (cosas que tienes derecho a tener acceso). Esto toma prestado del lenguaje de Adam Smith: “La mera justicia es, en muchas ocasiones, nada más que una virtud negativa, y solo nos detiene de hacerle daño a nuestro vecino”, escribió en 1759. Agregó, “Puede que muchas veces cumplamos con todas las normas de la justicia quedándonos sentados tranquilos y haciendo nada”. Para Smith, estos derechos negativos le garantizan la libertad de la interferencia y de persecución. Pero esto es distinto de los derechos que usted tiene sobre las cosas: esto es, las plataformas y las páginas de opinión que usted cree que necesita para llegarle a una audiencia.
El derecho a la libertad de expresión es un derecho negativo. Este le garantiza el derecho a no ser molestado, a poder expresar sus pensamientos. Pero no le da otros la obligación de prestarle su imprenta para hacerlo.
El ensayo de Isaiah Berlin de 1958, “Dos conceptos de libertad”, es la descripción más famosa de esta distinción. Él le siguió el rastro a la definición negativa hasta Locke y Constant y la definición positiva hacia Platón y Rousseau. Cuando la UNESCO analizó la Declaración de los Derechos Humanos de la ONU luego de la Segunda Guerra Mundial, de hecho admitió que esta contenía dos teorías opuestas de derechos, la negativa, basada en las “premisas de derechos individuales inherentes”, y la positiva, “basada en principios marxistas”.
La Derecha Rouseauniana considera que Twitter viola su libertad de expresión cuando ellos son bloqueados. Pero Twitter es propiedad privada. Le ha concedido a usted con un megáfono que no tendría si no existiera, y esto es algo que nunca tuvo la obligación de hacer. Si decide retirarle el megáfono, usted libre de hablar sin este, o de conseguirse otro, o incluso construir otro.
Esto no significa que sea una buena idea desplataformar. No creo que la libertad de expresión es suficiente. Para que una sociedad prospere y para que nuestras mentes no se estanquen también necesitamos una cultura de apertura, donde seamos expuestos a una amplia variedad de ideas. Incluso (quizás especialmente) aquellas que consideramos erróneas, estúpidas o incluso malignas. Y hay un lugar especial en el infierno de informantes para aquellos que toman cualquier tweet con el que no están de acuerdo y se lo llevan al empleador del autor del tweet para demandar una acción disciplinaria. 
En este momento difícil para la República Americana podría ser incluso peligroso perder una ventana hacia el alma de Donald Trump, cosa que había sido hasta ahora su cuenta de Twitter. Y eso aplica a la gran mayoría de sus seguidores más radicales también. Empujar la furia hacia el subterráneo rara vez calma la situación. Por otro lado, cuando las cosas se vuelven violentas —y las empresas encuentran que han sido utilizadas para promover teorías de conspiración e incitar al odio— entiendo que las cosas se complican.
De manera que en algunos casos, el retiro podría ser razonable. Pero si se va demasiado lejos, se socava la diversidad que hizo valiosas a estas plataformas. Tal vez es un error terrible y contraproducente. Pero sea lo que sea, no es una violación de la libertad de expresión. Al menos no en el sentido de la tradición lockeana de la Ilustración. 
Todavía tiene la libertad de gritar “fuego”, pero no en mi teatro lleno de gente, por favor.


Este artículo fue publicado originalmente en The Spectator (Reino Unido) el 12 de enero de 2021 y en Cato Institute.

 

Últimos 5 Artículos del Autor
[Ver mas artículos del autor]