Populismo: el camino fácil
Exequiel Santiago Pérez López
Tesista de Lic. en
Administración (UNSE). Tesorero de Biblioteca Popular Club de Maestros. Miembro
de la Fundación Federalismo y Libertad.
Precario andamiaje,
construido para promesas providenciales que toda sociedad demanda en su afán de
superación. Tarde o temprano la degradan aun más. No por utópica, por infortunio
o culpa de otros, sino por no aceptar la esencia del desarrollo.
-¿Qué es el populismo?
El populismo es la
forma que el autoritarismo actualmente ha encontrado especialmente efectiva
para hacerse presente en la sociedad. No distingue continentes ni matices
políticos, sean izquierdas o derechas. Es una praxis política, una forma de
hacer, más que una ideología. De origen marginal, el acceso y ejercicio del poder
es su objetivo primero y último. Con matices disruptivos-renovadores, avanza
paulatinamente encarnado en la figura de un líder, generalmente carismático que
evoque sentimientos positivos-negativos en el electorado. Éste plantea
soluciones fáciles a problemas complejos. Es un articulador que responde al
llamado de una sociedad impotente, expectante, desprotegida, confundida, cómoda
y/o ignorante, que actuando cual salvador, cumple con las expectativas de ésta
o se empeña en así mostrarlo aunque diste de realizarlas.
-¿Cuáles son sus
características?
Se caracteriza por ser caudillista,
ya que muestra una excesiva voracidad por la centralización del poder,
traducido en culto a la conducción, al líder articulador de los reclamos
sociales, responsable de un liderazgo mesiánico, superlativo casi milagroso,
que logra penetrar en la emocionalidad del electorado, y así en la cultura, en
el imaginario popular. De esta manera el conductor, de naturaleza autoritaria, conduce
al pueblo por el sendero del virtuosismo que solo él conoce, el cual está
determinado por su juicio y condicionado por las contingencias. Volviendo sinuoso
un camino transitable, lleno de fantasmas, no alcanzable para aquellos que no
sean dignos y no logren compartir su visión. Por supuesto, un camino siempre
impregnado de las arbitrariedades y caprichos del líder. Así, en la búsqueda de
poder materializar su visión utópica y movilizadora, hace uso y abuso del lenguaje,
el relato y la propagada, siendo el discurso un elemento clave del
entramado populista.
También arremete contra cualquier obstáculo que lo aleje de
su quimera, oponiéndose a las instituciones de la democracia liberal. Éstas
limitan el poder de coerción/coacción en favor de la libertad y la dignidad de
las personas, sin distinguir el origen de esta fuerza, sea
que éste provenga del estado, la iglesia o cualquier otra fuente. Entre las
instituciones contra las que embate están la división de poderes, siendo la
justicia la presa que desvela a más de un populista. La igualdad ante la ley, la
duración limitada de cargos, la autonomía
económica del individuo, la libre prensa que observa y denuncia al poder,
cualquier activista o líder político que represente una amenaza cierta, la
libre asociación, la libertad de culto.
Es segregacionista/ nacionalista,
producto de que hace una construcción identitaria y moral desde la dicotomía
pueblo/nación versus los enemigos del pueblo/nación. Encuentra aquí el líder populista el
justificativo para su avance sobre la propiedad y derechos de los “anti pueblo”. Los combate y así puede
financiarse, logrando ofrecer al pueblo supuestos privilegios previamente
robados o negados por los malvados del colectivo opositor. Crea así enemigos
internos o externos sobre los cuales descansa parte de su estrategia, tales
como la oligarquía opresora de los pobres, los agricultores e industriales
explotadores de los trabajadores, los inmigrantes que ponen en riesgo la nación
(xenofobia), los productos baratos chinos que matan la industria nacional y
generan desempleo.
Tiene un motivo
pragmático esta acción segregacionista, es que se encuentra fácil y redituable,
económica y políticamente dividir de manera paretiana según el principio del
80/20[1], se toma por un lado la
mayor parte del electorado que produce la menor proporción de la riqueza en su
conjunto, y por el otro, se toma a la menor parte del electorado que produce la
mayor parte de la riqueza del país, facilitando así la posibilidad de financiarse
y echarle la culpa de sus errores o limitaciones, usándolo de chivo expiatorio.
El criterio económico no es excluyente, los beneficios pueden ser
políticos-electorales.
A su vez es estatista, busca el avance
del estado protector sobre los particulares, a los cuales considera infantes
que necesitan de cobijo, control y mano dura para desenvolverse de una manera
correcta y moralmente apropiada. Sobre todo, hace foco en el sector productivo,
los “fríos y calculadores empresarios”. Es
por esto que sostiene una convicción por incrementar las regulaciones que restringen
las libertades civiles e individuales, interviniendo en la economía y
utilizando, muchas veces de manera desmedida e imprudente, el gasto público
para financiar beneficios, caratulados de derechos, a los seguidores del
régimen. Muy popular se ha vuelto la frase “para cada necesidad un derecho”,
verdaderos pseudoderechos como expresa A. Benegas Lynch (h)[2]. Eslogan que se promueve
para normalizar el clientelismo disfrazado de justicia social. Todo esto en
detrimento del ahorro y la inversión, consumiendo el capital económico, social
y cultural.
¿Cuáles son las
consecuencias del populismo?
Depende de las
características que condicionen su manifestación, del momento y lugar donde se desarrolle,
pero generalmente en el corto plazo se da el disfrute miope de un mayor nivel
de vida del “pueblo” por los beneficios otorgados a costas de la expoliación y alteración
de derechos del “anti pueblo”. Esto es posible siempre que existan recursos que
redistribuir o al menos capacidad de financiamiento.
En el mediano y largo
plazo se observan actitudes asentadas como la violencia, el resentimiento, la
envidia que se manifiesta más claramente en una grieta social, a veces
irreconciliable. A nivel económico está presente el desorden fiscal provocado
por medidas reclusivas, de aislamiento, expoliación y por el alto gasto público.
Un estado desfinanciado o fuertemente drenado, que a su vez lleva a incrementar
los impuestos, la deuda pública externa e interna o a la emisión monetaria. En Latinoamérica,
los países se valen demasiado del precio de los commodities para engrosar sus
arcas, por lo que si tienen un buen precio internacional se vuelven otra “fuente
de ingreso adicional” para el redistribucionismo cortoplacista.
Como consecuencias tenemos
el inexorable pago del hipotecado bienestar de los ciudadanos, a causa de la
disminución paulatina de la renta per cápita y el salario real, porque el nivel
de actividad, productividad y precios se ven comprometidos según sean los
desajustes y los parches que se apliquen para mantener al sistema parasitario
(control de precios, inflación, regulaciones, castigo a la producción, etc.). Esta
espiral descendente se desacelera a medida que los recursos del país se agotan,
momento en el que las fuentes de ingreso complementarias de carácter ilícito se
vuelven preponderantes.
Muchos más peligrosos y
perenes son los populismos que entienden los beneficios del capitalismo y los
explotan (populismo políticos). También aquellos que se establecen en regímenes
híbridos (un punto medio entre autoritarismos puros y democracias liberales),
los cuales suelen hacer concesiones democráticas a cambio de la permanencia en
el poder. Éstos muestran características de estados rentísticos, combinado con raros
rasgos de prudencia fiscal que logran
equilibrar sus cuentas, muchas veces a costa del desarrollo social, condenando
a la comunidad a un “subdesarrollo sustentable” (Argentina).
Se aprecia en casos
extremos (Venezuela), la transformación
 
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