Renacuajo europeo
Carlos Rodríguez Braun
Catedrático, Universidad Complutense de Madrid. Miembro del Consejo Internacional de Fundación Atlas para una Sociedad Libre.




Junto a sus incuestionables aspectos positivos, la Unión Europea tiene una faceta negativa: el riesgo de que se convierta en un Estado propiamente dicho y, por tanto, que incurra en las dinámicas antiliberales que han caracterizado a los Estados nacionales durante el último siglo. 
Dicho riesgo fue muy minusvalorado. De hecho, nadie pensó que Europa iba a terminar replicando a los Estados de toda la vida, lo que constituyó un acto masivo de wishful thinking. Como dijo Anthony de Jasay, era como contemplar un renacuajo y afirmar, sin dudarlo, que jamás ese bichito podrá convertirse en un sapo. 
Pero la mejor manera de desengañarse es prestar atención a los amigos de dichos batracios, a saber, el grueso de los políticos, los analistas y los medios de comunicación. Su entusiasmo no tuvo límites y llegó hasta el grotesco extremo de nuestro consejo de ministros, puesto en pie y aplaudiendo a Pedro Sánchez, el hombre que tiene todas las respuestas, cuando regresó del Consejo Europeo con todos los millones del plan de recuperación. 
Los plácemes del pensamiento único giraron en torno a la idea de que, por fin, Europa se va pareciendo mucho a un Estado. Hubo alusiones al “momento Hamilton”, o a la federalización de Europa, o al paso de la unión de mercados a la unión política, pero quedaba clara la evolución del renacuajo al sapo. La prueba del sentido de la celebración fueron los saludos al nuevo presupuesto, dos veces más cuantioso que el precedente, y a las políticas expansivas, que ya no son solo monetarias sino también fiscales, con la mutualización de una gran deuda pública europea. 
Si esto no se parece a un Estado, que venga don Thomas Hobbes y lo vea. Y lo prueban, repito, sus amigos, que saludaron lo que significa para el pueblo: una subida de impuestos. Lógicamente, se ha procurado disfrazar la renovada usurpación en todo lo posible, advirtiendo que los nuevos impuestos castigarán a cosas asquerosas como el plástico o el carbono; o a perversas empresas innovadoras, con la tasa digital. Y esto solo acaba de empezar, porque los bienhechores federales anhelan una Tasa Tobin a escala europea, un Impuesto de Sociedades común a todos, y, faltaría más, otro impuesto para las repugnantes empresas grandes. 
Todos estos impuestos serán centrifugados y generalizados, de tal manera que acabarán incidiendo en millones de trabajadores, que se verán empobrecidos por el gran salto federal. 
Durante mucho tiempo, por cierto, se mantuvo la ilusión de que el Estado europeo no podría crecer, y que los contribuyentes estábamos a salvo gracias a la regla de la unanimidad. Mire, señora, mire cómo se ríe el sapo.
Este artículo fue publicado originalmente en Expansión (España) el 8 de febrero de 2021 y en Cato Institute.

 

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