¿Y si mejor votamos en blanco?
Alfredo Bullard
Reconocido arbitrador latinoamericano y autor de Derecho y economía: El análisis económico de las instituciones legales. Bullard es socio del estudio Bullard Falla y Ezcurra Abogados.




El próximo 11 de abril, durante la jornada electoral, la frase que más escucharemos en televisión y en la radio será una variación de “cumplir con un deber cívico”. Será repetida por personas que esperan en la cola para votar, las que salen de los locales de votación o de periodistas o candidatos que nos recordarán la importancia de ir a votar.
Lo cierto es que es una frase bastante vacía. Si por no votar te ponen una multa, entonces no quedará nunca claro si uno va a cumplir con “un deber cívico” o va en realidad a ahorrarse los soles de la sanción.
Pero votar no es un deber. Es un derecho. Y es muy curioso que el no ejercicio de un derecho se multe. Es como ponerle una papeleta a una persona por no salir a caminar, por no expresar su opinión, o por no defenderse cuando un ladrón le arrancha el celular.
Lo cierto es que, en países más civilizados, el voto no es obligatorio (lo que es consistente con que sea un derecho), y a nadie se le considera un “pecador cívico” por quedarse en su casa. Los peruanos deberían declarar, mientras esperan en la cola, no que están cumpliendo un “deber cívico”, sino que están evitando una multa. Suena menos romántico o idealista, pero responde a la realidad. Sin embargo, para algunos, la referencia a “deber cívico” no se agota en el simple hecho de ir a marcar su voto en el local respectivo. Algunos posiblemente le den una connotación más ligada al “voto responsable”: el verdadero civismo es votar con conciencia.
En los últimos 20 años he votado en blanco (o viciado mi voto) en todas las segundas vueltas (salvo en una ocasión). Encontraba contrario a mi conciencia elegir entre Fujimori y Toledo, o entre Keiko y Ollanta o entre este último y Alan García: sea por autoritarios, incapaces, corruptos o ineptos (en la mayoría de los casos una combinación de las cuatro cosas). Y no me arrepentí en ninguno de esos casos. Todos los elegidos (y también los no elegidos) han tenido conductas lamentables: han ido a la cárcel o se han suicidado para no ir, han sido populistas, mentirosos o prepotentes. Más bien, de lo que sí me arrepentí fue de la única vez que voté por alguien en segunda vuelta. Debí viciar mi voto.
Pero debo confesar que nunca me he encontrado en la situación de sentir que debo votar en blanco o viciar mi voto en primera vuelta (lo que es sorprendente con 23 planchas presidenciales de las cuales escoger). Me parece un incumplimiento de cualquier “deber cívico” el votar por alguno de los candidatos actuales. Cualquier opción significa un voto inconsciente e irresponsable. Por suerte para la tranquilidad de los que votan, votar sigue siendo un derecho (con contradictoria multa incluida). Y también por suerte no te multan por votar irresponsablemente. Si así fuera, en estas elecciones te caería una multa tanto por no ir como por ir a votar.
Habrá algunos que me dirán que votar en blanco es irresponsable. Ellos quisiera que me expliquen por qué votar por alguno de los candidatos es un acto responsable. Les pediría que me lo expliquen muy detallada y claramente. Será muy difícil que su explicación no suene absurda.
Este artículo fue publicado originalmente en Perú 21 (Perú) el 21 de marzo de 2021 y en Cato institute.


 

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