La perniciosa admiración de la pobreza
Manuel Sánchez González

Autor de Economía Mexicana para Desencantados (Fondo de Cultura Económica, 2006).




n varias ocasiones, el Presidente de la República ha elogiado la situación de las personas de bajos ingresos, realizando una apología de la pobreza. El mandatario ha manifestado su admiración por el estilo de vida “simple” de la gente pobre, sobre todo la que habita en zonas rurales, a la cual califica como buena, sabia y honesta.
Asimismo, ha mezclado esa noción con la idea, contraria a la evidencia internacional, de que la pobreza material trae la felicidad. Tal vez sea por ese razonamiento que ha defendido la conveniencia de adoptar como indicadores de bienestar las mediciones de felicidad, más que las del PIB. Además, ha propuesto la estrechez como principio de comportamiento para la sociedad mediante una invitación para que los individuos y las familias se conduzcan con austeridad, sin aspirar a muchos bienes y lujos.
La exaltación presidencial de la pobreza parece reflejar una confusión entre la sencillez de vida como opción libre y la indigencia involuntaria.
En efecto, desde la antigüedad, ciertos filósofos y algunas religiones han enaltecido la autodisciplina y el desprendimiento de los bienes materiales como virtudes, producto de la elección y la voluntad personales. No obstante, esas corrientes jamás igualaron la opción de la renuncia con la pobreza no deseada.
La miseria no es algo que les guste a los pobres. Las personas de ingresos bajos no son diferentes a las demás y, si estuvieran a su alcance, desearían gozar de los mismos satisfactores que disfrutan las de ingresos altos.
A pesar de ello, ciertas obras literarias y artísticas han buscado glorificar a los pobres, colocándolos como superiores moralmente o gozando de una vida más plena que los ricos. Estas expresiones, más que una realidad, podrían estar reflejando un deseo de liberación de una sensación de culpa por la miseria o la aspiración de alcanzar una existencia “más auténtica”.
Sea cual fuere la motivación de quienes impulsan esos argumentos, la interpretación romántica de la pobreza representa un insulto para los pobres. Refleja una ausencia de comprensión de lo que significan las carencias no elegidas, desde una perspectiva de personas que viven una situación más holgada y cómoda.
Lo anterior resulta aún más grave tratándose del gobierno federal, cuya función debería incluir la promoción de las condiciones para un mayor bienestar de todos los ciudadanos, especialmente los más pobres. La sublimación de la pobreza implica la abdicación de esa responsabilidad y un llamado a la autocomplacencia.
La tergiversación del significado de la pobreza ha tenido, al menos, tres consecuencias negativas en la política pública.
En primer lugar, el Presidente se ha referido a los pobres como personas que hay que sostener, en lugar de impulsarlas para que busquen el progreso. En su argumentación, ha recurrido a la analogía de que los pobres son como las mascotas, animales a los que se les debe cuidar y alimentar. Con esa imagen, ha dejado en claro su deseo de formalizar una relación de dependencia duradera entre el gobierno providente y los pobres asistidos.
En segundo lugar, el Ejecutivo ha buscado promover una economía “popular” basada en el uso intensivo de la mano de obra de las comunidades pobres, así como de instrumentos básicos de trabajo manual, como los de labranza. Este enfoque se ha aplicado al financiamiento de los caminos rurales construidos por los propios lugareños. El mandatario ha afirmado que esas obras no necesitan “mucha ciencia” ni contratistas especializados. Más ampliamente, ha llamado a promover el empleo en trabajos que no requieran tecnología, sino mano de obra no calificada. El resultado esperable ha sido el mal estado de las obras de infraestructura edificadas con recursos públicos, pero sin la maquinaria y la asesoría adecuadas.
En tercer lugar, el Presidente ha denostado a los individuos de altos ingresos y a las grandes corporaciones, como agentes de lucro y corrupción. La caracterización de ese mundo dual entre honrados y deshonestos ha traído como efecto la polarización social, así como el menosprecio por los estudios avanzados, el esfuerzo empresarial y el éxito en los negocios.
Esta visión se ha complementado con el engrandecimiento del papel del gobierno en la economía, aun a expensas de inhibir y cancelar oportunidades de inversión y creación de empleos por parte de los particulares.
La admiración gubernamental de la pobreza es una ofensa para los que la padecen y se presta para su manipulación política. Además, constituye un pésimo principio para el diseño de la política económica, y apunta al retroceso de largo plazo de la economía y al agravamiento de la miseria.
Este artículo fue publicado originalmente en El Financiero (México) el 24 de marzo de 2021 y en Cato Institute.

 

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