Abril mató a los tiranos, pero no a la tiranía

Karina Mariani
Directora del CLUB DE LOS VIERNES Argentina.
Aquel 7 de abril en la plaza del Campidoglio, en Roma, una multitud vitoreaba a quien los venía gobernando desde hacía cuatro años. La adoración era tal, que resultaba casi imposible moverse entre los enfervorizados manifestantes. Debió sentirse muy sola Violet Gibson al ver ese espectáculo. ¿Es que acaso toda esa gente no entendía lo que pasaba? Como pudo y a duras penas, sin espacio y sin pulso sacó su Lebel y disparó tres tiros, quiso seguir disparando pero una de las balas se trabó y ya los adoradores del líder caían sobre ella. Sólo una de sus balas rozó la nariz de Benito Mussolini. De todos aquellos que atentaron contra el Duce mientras ostentaba un poder total, Violet, una frágil señora, fue la que más se acercó a su cometido, en ese abril de 1926.
IMITADORES EN TODAS PARTES
En 1922, Mussolini era un faro ideológico y político mundial al que le surgieron imitadores en todas partes. Las similitudes eran fáciles de apreciarse: el caudillismo autoritario, planificación central de la vida cívica y estatización de la economía son elementos que se repiten y que, además, son normalizados e institucionalizados. El nacionalsocialismo alemán de Hitler supera al maestro, pero no se queda corto el New Deal de Roosevelt cuya mutua simpatía con Mussolini era bien conocida. En épocas de entreguerras, millones y millones de almas apoyaron la utopía colectivista en sus versiones nacional, como el fascismo o internacional, como el comunismo. Apenas unos años después ambas utopías generarían una masacre jamás imaginada.
El 18 de abril, ya en Milán, todo se acelera mientras Mussolini acudía a una reunión pactada por Schuster con la mediación cardenalicia que no es más que fracaso. Ante los concatenados fiascos y la frustración, el 19 de abril, decide cruzar hacia Suiza pero mientras tanto, el 22 de ese, también brutal, abril que todavía lo retenía en Milán proclama:
`Nuestros programas son definitivamente iguales a nuestras ideas revolucionarias y ellas pertenecen a lo que en régimen democrático se llama izquierda; nuestras instituciones son un resultado directo de nuestros programas y nuestro ideal es el Estado de Trabajo. En este caso no puede haber duda: nosotros somos la clase trabajadora en lucha por la vida y la muerte, contra el capitalismo. Somos los revolucionarios en busca de un nuevo orden. Si esto es así, invocar ayuda de la burguesía agitando el peligro rojo es un absurdo. El espantapájaros auténtico, el verdadero peligro, la amenaza contra la que se lucha sin parar, viene de la derecha. No nos interesa en nada tener a la burguesía capitalista como aliada contra la amenaza del peligro rojo, incluso en el mejor de los casos ésta sería una aliada infiel, que está tratando de hacer que nosotros sirvamos a sus fines, como lo ha hecho más de una vez con cierto éxito. Ahorraré palabras ya que es totalmente superfluo. De hecho, es perjudicial, porque nos hace confundir los tipos de auténticos revolucionarios de cualquier tonalidad, con el hombre de reacción que a veces utiliza nuestro mismo idioma'.
CON LA AMANTE
El 25 de abril, disfrazado, comenzó la travesía en la que dejó atrás a su esposa, Rachele y a sus cinco hijos, pero se llevó a su joven amante Clara Petacci, la jovencita que siendo casi una niña, había empezado a escribirle cartas de amor luego del atentado que realizara Violet. Pero los partisanos el 26 del mismo tenaz abril, cortan los pasos, lanzados a la caza del tirano y detienen a su formación. Cuenta la leyenda que lo delatan sus botas de gran calidad y un abrigo de la Luftwaffe, pero tal vez sea esto un mito en homenaje a la huída de Varennes. El 27 es oficialmente detenido por los agentes de El Comité de Liberación Nacional Alta Italia (CLNAI). La captura se anunció en la radio:
"Trabajadores, el fascismo ha caído. (...) El jefe de esta asociación criminal, Mussolini, mientras estaba amarillo por el horror y el miedo al intentar cruzar la frontera suiza, fue arrestado. Tendrá que ser entregado a un tribunal popular para juzgarlo. Y para todas las víctimas del fascismo y para el pueblo italiano del fascismo arrojado a tal ruina, tendrá que ser ejecutado. Esto queremos, a pesar que creemos que para este hombre el pelotón de fusilamiento es demasiado honor. Merece ser asesinado como un perro rabioso''.
LAS IDEAS
CRUENTO FINAL
Cuesta entender cómo fue que el mundo se enroló en esa locura, que en unos pocos años fagocitaba a su ideólogo. El eterno abril de 1945 se resistía a terminar, tal vez con ánimo de ser testigo del cruento final. Ese 28 de abril, Mussolini y Petacci fueron conducidos a Giulino di Mezzegra, un pueblo en la provincia de Como, se los acomodó parados frente a una pared de piedra donde ambos fueron ejecutados por el fuego de ametralladoras. Sus cuerpos recién acribillados fueron cargados en un camión que los llevó hasta la Piazzale Loreto. Fueron descargados en el piso de la estación de combustible de la Standard Oil donde pasaron unas horas siendo pateados, mutilados, orinados y disparados. Luego de esta faena se los colgó de los pies, con un gancho de metal, del techo de una estación de servicio.
Quedó irreconocible el despojo humano de Benito Mussolini, el hombre que había inspirado el clima de una época y que había gobernado Italia al comienzo como primer ministro desde 1922. Un hombre al que las multitudes idolatraban y al que el rey Víctor Manuel III, (rey que años más tarde lo destituyó y apresó), llegó a ofrecerle títulos nobiliarios. Los estadistas del mundo lo imitaban y halagaban, el fascismo era un herpes cómodamente instalado en la cultura y en la moral de tanta gente que resulta infantil pensar que con el pis y la saliva se lavaría la barbarie.
Con esta ideología instalada, fue dictador a partir de 1925 afirmando al Estado como el depositario absoluto del bien colectivo que justificaba toda crueldad y toda muerte, extendiendo su intervención a la vida privada como parte del bienestar colectivo. Instaló a sangre y fuego la doctrina de que nada puede existir fuera del Estado ni ir contra el Estado, concepto de singular vigencia.
Las noticias del pavoroso final de Mussolini fueron transmitidas por radio, y en consecuencia escuchadas por Adolf Hitler el 29 de abril, resonaban los detalles en el búnker que se hallaba debajo de Berlín. Era el mismo 29 de abril en que se producía la rendición de las fuerzas alemanas en el Palacio Real de Caserta en presencia de los delegados del Reino Unido, Estados Unidos, URSS y Alemania. El cadáver masacrado, tal vez determinó o tal vez sólo afirmó la decisión suicida del monstruo que el día 30 mordió la cápsula con el tósigo que clausuraría para siempre ese histórico abril.
Y con el final de abril, concluía también la exhibición del cuerpo de Mussolini que fue entonces enterrado anónimamente bajo el número de tumba 384. Sin embargo, quiso la ironía que un año después, el 23 de abril, su cadáver fuese robado, comenzando un humillante derrotero de desmembración y descomposición que incluye altares, cajas y armarios.
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