Urgencia de una patriada
Elena Valero Narváez
Historiadora, analista política y periodista. Autora de “El Crepúsculo
Argentino. Lumiere, 2006. Miembro de Número de la Academia Argentina de Historia.
La
democracia, que es el conflicto pacifico dentro de una pluralidad de
concepciones, necesita garantías de libertad e igualdad ante la ley, para los diferentes competidores. Por
ello, para lograr el objetivo, es necesario que funcione lo mejor posible, la libertad de expresión, el
sistema de partidos, el mercado del voto y una justicia independiente. Estos
son los pilares de la democracia, la cual, en la práctica, dista de de ser perfecta: incluye peligros terribles para la libertad, bajo
movimientos populistas y socialistas. En Argentina, no halla la responsabilidad individual y
grupal necesaria para trazar los límites de su propia operatividad.
Vale
recordar, que la igualdad entendida como irrestricta, a la que apela
demagógicamente el presidente Alberto Fernández, fue la aspiración máxima del socialismo, pero tropezó con dificultades insalvables
para ser concretada, como lo demostraron las experiencias de la URSS y todos
los países que estaban bajo su órbita. A pesar del gran material empírico que
existe al respecto, se soslaya, aún,
que en Cuba y Venezuela, no hay igualdad ante la ley, democracia, ni grados de libertad cercana a los países no
socialistas, de tradición liberal.
El liberalismo entiende, que la igualdad, solo puede ser evidente en el campo de la ley
pero, imposible, en el campo de la propiedad. Las mismas experiencias históricas dan la
razón: el socialismo para entrar al
verdadero reino de la libertad, donde cada uno recibiría ingresos de acuerdo
con sus necesidades, reservó al futuro, cuando se aboliera la propiedad privada
y el Estado, la obtención de la
igualdad, la desaparición de la
burocracia, del ejército, y la policía,
además de los partidos políticos. Otra
vez la historia mostró el error, las
consecuencias de las políticas socialistas
condujeron a la represión
sistemática de los que piensan diferente y a la eliminación de la democracia
pulverizando, además, la igualdad ante
la ley. El Estado al que –siguiendo a Marx- se pretendía destruir, se convirtió en totalitario, desde el golpe
de estado ocurrido en Petrogrado, en noviembre de 1917.
En Argentina, esta experiencia histórica no se
tiene en cuenta, se está acabando la tolerancia. El kirchnerismo dividió a los
argentinos, logró que el enfrentamiento
y el insulto sea cosa de todos los días, basta observar las redes sociales. Lo
que se considera inseparable de la
democracia, la diversidad de puntos de vista e intereses, está lejos de ser
esencial, los postulados tanto del Gobierno como de buena parte de los
opositores, son los de la unidad y la
unanimidad. Esto, lleva, a que cada grupo crea poseer la verdad
absoluta, lo que desvirtúa el lenguaje, las ideas correctas no vienen solas, sino con
desvalorizaciones de las personas, por pensar distinto, olvidando que no somos
omniscientes. Deberíamos aprender a ser
tolerantes, los liberales con más razón,
ya que tenemos argumentos demoledores para lograr que la gente rechace
el populismo socialista. La validez de
las opiniones debería ser consecuencia
de la fuerza persuasiva, de la capacidad de impresionar a los electores, por ser razonables y, por ello,
convincentes.
El
mundo desarrollado nos está pasando el trapo, la tecnología, que se ha vuelto cada vez más
sofisticada, está modificando, radicalmente,
la división del trabajo, creando un horizonte nuevo para el trabajo
humano. Mientras, en nuestro país, hay chicos que no pueden acceder a una
computadora y, lo que es peor, pasan hambre.
El empobrecimiento está abarcando,
con intensidad variable, a
regiones y ciudades y con más
estrangulamiento económico, no obstante
los controles desesperados del gobierno.
La riqueza, depende de los
favores o de las prebendas a que da
lugar su ejercicio y no de la rentabilidad que surge del mercado.. Como viento
arrasador, avanza, la fiscalización sobre
la actividad económica y, también, de la
vida social, con la excusa de la pandemia.
La
inflación depreció la moneda y la está haciendo desaparecer, los impuestos
encorvan las espaldas de quienes intentan producir; la vida urbana languidece: teatros,
restaurantes, negocios, bares, están cerrados o pasando penurias, inimaginables, para subsistir. El comercio exterior está cada vez más
reglamentado, se ha restringido peligrosamente. El intervencionismo estatal es
acompañado de una coerción mayor, cuanto
más ineficaz, disolviendo también el comercio interno ligado al internacional.
El
Estado, se ha transformado en un organismo de reparto y de apoyo a intereses
sectoriales. Así prosperan caciques gremiales y empresarios prebendistas; el poder legislativo ha resignado muchas de
sus facultades, somos gobernados más que por nuestros representantes a través de ciertas corporaciones. Se ha generado escepticismo de parte del
electorado, el cual desconfía del papel del Congreso y duda de la integridad
ética de muchos de sus integrantes. Los canjes de favores trascienden y minan
la credibilidad, se agrega la poca dedicación
de diputados y senadores quienes,
por todo ello, han minado su prestigio.
Las
provincias dependen de las dadivas del gobierno, por lo cual, son obligadas a ofrecerle favores, cuando los necesitan, mermando sus autonomías. El presidente
dispone del patrimonio y, ahora, hasta
de la vida de muchos argentinos, gestionando mal el tema vacunas y propagando
miseria por su fracasada gestión económica.
La
pandemia nos ha permitido ver parte de la trastienda de nuestro país, como el estado pauperizado en que se encuentra
la atención pública, tanto la infraestructura técnica, como humana. Percibimos
la precariedad en que tienen que desenvolverse médicos y enfermeras, con
ridículas retribuciones, y como tratan de paliar estas falencias. Desde hace años no se ha asegurado un nivel
sanitario, razonable, a la gente, se ha proletarizado la medicina
pública. Durante el gobierno del Gral. Onganía, por apremio de las circunstancias, se concedió a las
entidades gremiales, la recaudación de cuantiosos recursos aportados, obligatoriamente, por todos los asalariados del país. Con ello,
se ha permitido enormes negociados, el Gobierno actual, como los anteriores, hace la vista gorda para tenerlas de aliadas,
mientras expropia, o exprime, cada vez más,
a quienes perciben rentas más
altas. Emplea los fondos para derroche
público y subsidiar a los grupos de presión más poderosos. Millones de dólares
anuales son manejados a través de las
obras sociales por quienes las dirigen, cuentan con la complicidad de algunos
empresarios prebendistas que no aprecian la competencia internacional. Ambos
grupos claman por cerrar la economía.
Queda
poco en la práctica de un sistema representativo, republicano y federal. Se han debilitado los pesos y contrapesos que
manda la Constitución. Ya no hay duda:
por un procedimiento democrático los argentinos le han concedido el poder a un
gobierno con pretensión totalitaria.
Por todo esto, y mucho más, es necesario que la dirigencia
republicana involucre a la sociedad
demostrando, sin medias
tintas, que el modelo que se
impone, una y otra vez, en nuestro
país, nos lleva al fracaso, a la
desocupación, a la disminución de la producción y la productividad, peor salud
y educación, entre otros males.
No se puede seguir atrasando una necesidad básica, la patriada de formar un gran frente nacional para
rechazar al kirchnerismo en las elecciones y, con
ello, volver a tener esperanzas en un
futuro mejor, donde la Constitución sea respetada, con gobernantes que vean en
la expansión comercial e industrial, una
promesa de aumentar la prosperidad nacional.
Hay
que tratar terapéuticamente a la Argentina, para ello, se necesita
una buena porción de consenso de
una parte significativa de la población,
acerca de los valores que guiaran el cambio de sistema y de los instrumentos básicos para lograrlo.
No podemos quedarnos inactivos esperando que la situación se revierta
mágicamente. Solo un gran compromiso de la dirigencia y un gran acto de generosidad, de muchos de ellos, nos permitiría dejar de vivir de las glorias pasadas, para emprender el camino hacia un futuro
mejor, reconstruyendo la república democrática y la economía.
Trabajar
por esta alianza es, hoy, la principal tarea que tienen los partidarios de la libertad, tan necesaria, si es que se quiere evitar ir hacia el
régimen que está haciendo penar a cubanos y venezolanos. Los líderes de
partidos, deberían aportar un grano de
arena: terminar con las disputas internas, recelos y reticencia, para cooperar
por un objetivo superior. Deberían
jerarquizar las urgencias que puedan servir de guía, en caso de que la unión pueda generar
conflictos: defender las instituciones, velar por la libertad de elección,
evitar ser obligados a aceptar las arbitrariedades del Gobierno,
para el que solo vale lo que no
le molesta, ponerse de acuerdo en cómo
solucionar los problemas fundamentales. Ir por lo que los une: inflación, salud,
seguridad, no otorgar al Estado un poder
más allá del necesario, pensar cómo se
puede terminar con la miseria económica y
exigir la libre competencia de ideas que promueve el progreso y la libertad de elección.
En resumen: rechazar toda política que desprecie al
individuo, toda concepción en la que éste no tenga importancia. Hay que
proponerse luchar por nuestros valores amenazados. Es imprescindible amigar a
los argentinos, dejar de considerar
enemigos a las personas cuyas ideas atacamos, luchar contra las ideas
perniciosas que contribuyeron a nuestra decadencia pero, prestando atención a la argumentación y crítica de los otros. La democracia no es la panacea, nunca
podremos traer el paraíso a la tierra,
ni lograr evitar conflictos
individuales y sociales tan patéticos y llenos de incertidumbre como los
actuales, porque no existe sociedad
alguna sin frustraciones y conflictos graves. La vida es problema pero, hoy tenemos mejores herramientas para intentar
solucionarlos.
No hay
tiempo para cavilaciones, el Gobierno avanza rápido en el rumbo que nos aleja
del mundo desarrollado y democrático, es fácil pronosticar que la riqueza
nacional disminuirá dramáticamente al afectarse
los mercados, el dinero y la propiedad privada. Si bien nos amenaza el autoritarismo, permanece desde 1983 la democracia y la
república como modelo del resto de la oposición. Debemos acompañarnos, todos
los que nos proponemos defender y sostener su soterrada presencia, hasta que vuelvan a fortalecerse los partidos,
la opinión pública y el estado de derecho en plenitud.
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