Poder militar y poder civil
Carlos Mira
Periodista. Abogado. Galardonado con el Premio a la Libertad, otorgado por Fundación Atlas para una Sociedad Libre.


El papelonezco episodio del Fútbol para Todos ha servido para confirmar una vez más -por si hiciera falta a esta altura- que el gobierno de la Sra. de Kirchner solo está guiado por el poder. No importa si ese poder es o no funcional a la mejoría del estándar de vida de la gente. Lo importante es imponerlo; dejar en claro que es el gobierno el que tiene el poder y que los demás no tienen nada.
La interpretación fáctica de ese poder se manifiesta a través de la imposición. Y la herramienta de la imposición es la fuerza. El gobierno está muy lejos de dar prioridad a lo que es mejor o, incluso, a muchas cosas que -al menos en el terreno de las palabras- dicen ser sus prioridades: éstas serán tales en la medida en que puedan obtenerse por la vía de imponer el poder; si hubiera una manera agonal de obtenerlas, el gobierno preferirá desecharlas.
En el caso absolutamente marginal del fútbol, lo que pareció entrar en debate en algún momento era la idea de entregarle un mejor producto a la gente. Pero ese objetivo debía obtenerse al mismo tiempo que quedara claro que el gobierno tenía el poder. Si de la entrega de un mejor producto se fuera a inferir que el gobierno perdía poder, al diablo con el mejor producto.
Los "mejores productos", el bienestar de la gente, el mejor funcionamiento económico, nada, en definitiva, vale más que el poder. Alguien dirá ¿pero para qué sirve el poder si no es un vehículo para entregar mejores productos, más bienestar a la gente o mejor funcionamiento económico? Pero esa es una pregunta propia de gente común, de civiles con sentido común. Pero el nuestro no es un gobierno de gente común, ni siquiera de civiles. El pensamiento característico del gobierno es un pensamiento bélico, en muchos sentidos, hasta "militar" (no en vano algunas de las palabras preferidas del régimen son "militante" y "militancia" y no por casualidad, despacio, casi en silencio, la presidente tejió una alianza estratégica con el Ejército).
Ese pensamiento gira centralmente alrededor de la idea de la restricción de las libertades porque la restricción de libertades es la unidad de medida de la imposición del poder. Un gobierno que privilegie la autonomía de la voluntad de los ciudadanos es un gobierno más "débil" en términos de imponer su voluntad, aunque, probablemente sea un gobierno más fuerte desde el punto de vista de los logros sociales. Claro está que para ser un gobierno más fuerte desde éste último punto de vista primero debe estar convencido de que ése y no el poder por el poder mismo, es el verdadero objetivo de un gobierno sano.
La Sra. de Kirchner no tiene, claramente, esa convicción. En cuanto sospechó que el episodio del FPT podía dar la sensación de que su poder fuera "inferior" al de Tinelli, hizo volar todo por los aires. Así se lo hizo saber a Julio Grondona a quien le preguntó ¿qué se cree Tinelli, que tiene más poder que yo?
Esa manía militarista en donde permanentemente la presidente pone en competencia su poder con el de los demás, organiza una sociedad de conflicto, en la que contantemente se enfrenta a unos con otros.
Esto es particularmente visible en el campo económico en donde la Sra de Kirchner cree en la existencia de grupos que desafían su poder y que, como tales, deben ser doblegados.
En esa guerra se inscribió el lamentable episodio del viernes en el que la organización paragubernamental sustentada con fondos públicos "Unidos y Organizados" empapeló la ciudad con carteles en los que aparecían fotografías de ciudadanos privados bajo el título "Conócelos, estos son los que aumentaron todo y te roban tu plata". Un frío estremecedor debería correr por la columna vertebral de una sociedad cuando un hecho así sucede. Nada diferencia este hecho de las escuadras que con baldes de brea y brochas gordas pintaban cruces negras en las puertas de los judíos alemanes antes de la segunda guerra mundial. Se trata del mismo escrache fascista, que invita a una parte de la sociedad a alzarse en odio contra otra parte. Llamó la atención que  entre los fotografiados no estuviera el presidente de YPF, Miguel Galuccio, que aumentó los combustibles por encima del propio límite del 6% que el gobierno había autorizado.
Y también llama la atención cómo el jefe de gabinete se extraña y se enoja porque los recursos de los que compran dólares no se vuelcan al circuito productivo. ¿Adónde, si no al circuito productivo, volcaron sus recursos Shell, Fravega, Carrefour, Walmart, Garbarino, Coto y todos los demás escrachados? ¿A quién le pagan sus sueldos esas empresas? ¿Adónde están hundidos sus activos fijos? Quien observa esta sinrazón y tiene algunos dólares, ¿tendrá ganas de meterse en el circuito productivo?
Allí tiene su respuesta Jorge Capitanich. Por eso quienes compran dólares no los vuelcan al circuito productivo: porque su gobierno, mi estimado Coqui, luego los escracha públicamente como los enemigos públicos número uno. Nadie tiene ganas de entrar en ese club. La Sra. de Kirchner habrá saciado su sed de demostrar quien tiene el poder, pero los que tienen los recursos los fugan o los "amarrocan" (en palabras de Capitanich)... Y justificadamente.
Más allá de la irresponsabilidad de un gobierno que avala un delito -como es la incitación a la violencia (porque en un país como la Argentina nadie sabe las consecuencias que se podrían producir para la seguridad física de esas personas)- la Sra. de Kirchner ha demostrado un muy rudimentario entendimiento de lo que es el verdadero poder.
Ella tiene, lo decimos una vez más, una visión militar del poder en donde éste consiste en aplastar al enemigo, sea por el medio que sea. Pero esa no es la visión "civil" del poder. La visión civil del poder consiste en lograr que los individuos hagan lo que yo quiero por la vía de permitirles  hacer lo que ellos quieren. Se trata de una concepción más sofisticada del poder, evidentemente reservada para personas con una concepción menos tosca de las cosas.
Según esta visión la gracia del gobierno consiste en hacer que a los individuos les convenga hacer lo que yo quiero que hagan. Así, si el jefe de gabinete está preocupado porque la gente no vuelca sus recursos al aparato productivo, debería preguntarse primero por qué sucede eso,  y luego qué tendría que hacer para que a las personas naturalmente les convenga darle a sus recursos ese destino. Ese es un gobierno civil realmente poderoso. Obviamente, en términos bélicos, no lo parece  porque nadie termina aplastado, escrachado,  ridiculizado, o echado. Pero en términos prácticos, esto es, de conseguir el objetivo que digo perseguir, ese tipo de gobierno es mucho más poderoso que el militarista que cree que gobernar significa imponer un criterio desde abajo hacia arriba a como dé lugar y, antes que nada, para que quede claro quién tiene el poder.
Por eso, frente a este tipo de gobiernos es válido preguntarse si es realmente cierto que lo guían objetivos que tengan que ver con el mejoramiento de los niveles de vida de la sociedad. ¿Es realmente así? Porque si lo fuera, deberían darse cuenta que la manera de lograr lo que quieren es hacer que sus objetivos de interés general coincidan con los objetivos de interés particular de las personas. Solo así éstas harán naturalmente lo que sea más conveniente para todos y el gobierno vería realizadas sus metas. Si en cambio lo que al gobierno le interesa es demostrar quién tiene el poder, como si fuera un He Man ansioso por levantar la espada de Grayskull, entonces habrá que concluir que sus dichos, llenos de dulzuras sociales, no son más que llamaradas de demagogia que ocultan una concepción totalitaria de la vida, sin libertad y sin progreso.
 

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