La necesidad de una primavera latinoamericana
Javier Cubillas
Analista de Asuntos Públicos, Fundación Atlas para una Sociedad Libre.


Recientemente el cardenal hondureño Oscar Rodríguez Maradiaga en ocasión de una entrevista reflexionaba sobre la fatiga democrática que padece Iberoamérica, en tanto eran escasos los resultados en materia de crecimiento si se tenían como meta alcanzar los Objetivos del Desarrollo del Milenio y si se tenía en cuenta el nivel de corrupción actual, teniendo en vista como caso testigo a Venezuela; y entonces se preguntaba ¿Cuándo vendrá la primavera Latinoamericana? Haciendo un paralelismo con lo sucedido en las revoluciones que arrancaron no hace mucho en el mundo árabe.
Más allá de cuán cerca o lejos estemos de todo el contenido de la nota y de su posición en variados temas, la pregunta tiene un valor emotivo y motivacional de amplias consideraciones. Esto porque las diferencias sobre lo ocurrido en la primavera árabe y el contexto latinoamericano no tienen punto de equivalencia salvo por el hecho de que en ambos contextos sí hay un elemento técnico que facilita acciones horizontales y son las redes sociales y la masividad de acceso a unidades de comunicación móvil.
Ahora, bien, más allá de los renovados agoreros que confían en la utopía tecnológica como base para el cambio seguimos hablando de dos contextos francamente disimiles, y además, todo cambio tecnológico sí bien puede democratizar conocimiento e instrumentos o herramientas para la acción política siempre beneficia y empodera también a las elites, grupos concentrados o poderes facticos, con lo cual resulta naif pensar en que el mero cambio tecnológico nos permitirá superar el estado actual de la política. Si se confunde las formas con el fondo se sigue sin entender la política y a lo político.
Motivo por el cual, haciendo foco en lo político, ¿Qué puede implicar una primavera latinoamericana? Puede implicar, paradójicamente, recomponer el imperio de la ley y empoderar la autonomía en los estilos de vida, tanto sociológicamente como económicamente, retirando la actuación paternalista de meros funcionarios grises por sobre nuestras expectativas y decisiones de vida. ¿Por qué digo paradójicamente? Porque no es algo nuevo, no es una revolución lo que hay que desarrollar, más bien hay que recuperar el régimen constitucional que cimento las bases de la ciudadanía moderna en la que el ciudadano importa porque es el único sujeto de derecho que da lugar a los pactos políticos y a los contratos privados para su desarrollo intelectual y económico. El Estado en tanto debe volver a ser una herramienta suficiente para la vida particular de cada ciudadano y no la exclusiva causa y origen de mis posibilidades de vida.
Por lo tanto, si hay algo que no necesita más Latinoamérica es venerar revolucionarios que se adueñen de las administraciones públicas, parafraseando Juan Bautista Alberdi, cuando este reflexionaba sobre la necesidad de dejar de lado a los libertadores para ser libres nosotros, y para esto, hay que forjar una primavera liberal que dé lugar a las múltiples personalidades emprendedoras y creativas. Así, del mismo modo que la primavera nace y nos deslumbra con su potencia creadora y diversa, necesitamos nosotros potenciar nuestra autoestima, nuestra educación y la tolerancia cultural para que no volvamos a un desierto sin ley, sin orden y sin respeto por la diferencia en lo político, religioso y económico. Resulta claro entonces que, sin cambios sostenidos que recuperen el régimen constitucional liberal no habrá primavera en la política y seguiremos transitando el invierno de las autoestimas individuales que instauraron los populistas.
 

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