Los pueblos se equivocan
César Yegres Guarache

Economista. MSc en Finanzas. Profesor universitario. Director Ejecutivo de la Cámara de Comercio de Cumaná. Mención especial, Concurso Internacional de Ensayos: Juan Bautista Alberdi: Ideas en Acción. A 200 Años de su Nacimiento (1810-2010), organizado por Fundación Atlas para una Sociedad Libre.


@YegresGuarache / cyegres@udo.edu.ve





Uno de los pilares de la sabiduría convencional es la premisa de la infalibilidad de los pueblos, de asumir que un colectivo -entendido como la suma de sus integrantes- es lo suficientemente sabio y sagaz para no cometer errores. Partiendo del añejo dicho: “dos cabezas piensan más que una”, se asume que mientras más gente forme un grupo, eso minimiza la posibilidad de cometer un error. Se manifiesta de esta forma el “efecto de manada” o “desidia del espectador”, un sesgo conductual o heurístico muy común, que lleva a la personas a renunciar a su responsabilidad individual de tomar decisiones cuando forma parte de un grupo. Algunos, más allá de esa supuesta sabiduría, le adosan también a esa masa multiforme cualidades excepcionales de bondad, solidaridad, honradez, nobleza y humildad.

Desde la antropología hasta la psicología, las ciencias sociales tienen en sus fundamentos básicos la posibilidad cierta y clara de que las personas cometan errores en su diario accionar, independientemente de su grado de conocimiento, experticia o voluntad.  Estudiosos de la conducta humana como el Nobel de Economía 2002, Daniel Kahneman, plantean que muchos aspectos con los que nos identificamos, como nuestras preferencias políticas, ideológicas, culturales, religiosas y deportivas, por muy individuales que parezcan, siempre tienen su origen en el entorno que nos rodea desde nuestro nacimiento, al que no solemos aplicarle razonamiento lógico y que, no en pocas ocasiones, puede estar basado en premisas falsas.

En ese sentido, cuando nos encontramos con algo o alguien que contradice esas creencias, podemos bloquear la capacidad de escuchar las argumentaciones y más aún la de cambiar de parecer. Inclusive, buscamos apoyo en otros que compartan nuestras creencias y nos permitan refutar esos planteamientos en contrario. Este tipo de sesgos suelen tener potenciales y serias consecuencias, especialmente en temas políticos. Cuando surgen líderes que actúan en función de lo que señalen las encuestas, que asumen a la opinión pública como palabra sagrada, que afirman sin pudor que el pueblo es sabio y, por eso mismo, puede estar por encima de la Ley y las instituciones, entonces, es muy fácil caer en el mesianismo, porque ese colectivo debe ser representado e interpretado por alguien. Una figura que personifica y reúne todas esas supuestas virtudes colectivas, por lo que todos sus actos poseen esa aura de legitimación popular y no puede ser cuestionada en modo alguno. De este modo se corrompe cualquier vestigio del sano ejercicio de la política, de buen gobierno, democracia, rendición de cuentas o contraloría pública, sustituyéndolos por un régimen plebiscitario que rápidamente deriva en una autocracia.  

Así que esa cadena de errores colectivos le abre el camino a los autócratas: prácticamente todas las dictaduras tienen el denominador común de una sociedad que le brindó la oportunidad de constituirse como tal, de permanecer en el poder tanto tiempo como les fue posible, de ejercer el mando a sus anchas. Pero los errores no terminan cuando el dictador abandona el poder, sino que pueden transcurrir décadas y seguirán muchos, en ese colectivo, añorando al mesías y buscando uno nuevo.
 
 
 

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