Un país ¨en llamas¨
Gabriel Boragina

Abogado. Master en Economía y Administración de Empresas. Egresado de ESEADE (Escuela Superior de Economía y Administración de Empresas). Autor de numerosos libros, entre ellos: La credulidad, La democracia, Socialismo y Capitalismo, La teoría del mito social, Apuntes sobre filosofía política y económica, etc. como sus obras más vendidas.



Siempre que he podido he tratado de eludir hablar de Argentina por haber tantos que lo han hecho y lo siguen haciendo -con acierto o con error- y porque más de una vez he confesado que, en las circunstancias actuales, me ha resultado y me sigue resultando penoso hacerlo. Sin embargo, ocasionalmente me he visto obligado a ello. Y el grado de descalabro al que ha llegado el país a la fecha, me exige otra vez más a tener que decir algo al respecto, aunque lamentablemente tenga que repetir cosas que ya he dicho otras veces antes.
El estado de degradación política, económica, institucional, jurídica y moral del país al que lo ha llevado el régimen cuasi-despótico instaurado por el FpV (Frente para la Victoria) de los dos Kirchner no encuentra antecedentes en la historia política argentina desde el segundo gobierno de Perón hasta el día de la fecha, como tantas veces lo he manifestado. Ni siquiera el pésimo gobierno de Alfonsín, plagado de errores económicos de tremenda magnitud, puede ya a estas alturas superarlo.
Por supuesto que, no voy a caer en la ligereza tan frecuente de creer que el pueblo argentino es "víctima" de sus "victimarios" gobernantes. Es absolutamente cierto que el FpV está destruyendo el país con un empeño, dedicación y énfasis pocas veces puesto por ningún otro gobierno anterior, pero también lo es que, la mayoría del pueblo argentino ha sido -en buena medida, y por un tiempo desmesuradamente largo- cómplice de dicha desolación.
Lo que subyace en el fondo es ignorancia. Ignorancia de las leyes económicas, cuyo cumplimento inexorable es lo que, tanto gobernados como gobernantes han querido y persisten siempre en querer desconocer, y por ende violar.
Del lado de los gobernados, la ignorancia de seguir creyendo en la idiotez de que los gobiernos pueden "crear riqueza" y que "su función" sólo consiste en repartirla, ("de todo para todos" o "para los que menos tienen" lo que es otra tremenda estupidez) y del lado de los gobernantes la ignorancia de que podrán "eternamente" exprimir a "la gallina que pone los hueros de oro" mediante impuestos, regulaciones de todo tipo y clase, sin llegar nunca a exterminarla. Por supuesto que, esta ignorancia no deja de lado los casos tan frecuentes de mala fe de quienes positivamente saben que ninguna de las dos creencias es verdadera y, sin embargo, siguen robando en consecuencia de ambas. Pero digamos que, la enorme mayoría de los dos bandos se mueve dentro de ese círculo de ignorancia. En suma, la que se puede sintetizar -tanto para un caso como para el otro- en que, se puede conseguir "un beneficio sin costo alguno".
Los gobernados están convencidos que pueden obtener dadivas, prebendas, privilegios y riqueza "a granel" por parte del gobierno sin "nada" que sacrificar por ello (en esta "fe" reside el "valor" de sus votos), y los gobernantes creen exactamente lo mismo... pero a la inversa: que pueden enriquecerse "indefinidamente" a costa de los gobernados. Ambos grupos obran en consecuencia bajo estas dos premisas. Ninguno de los dos sectores parece comprender que se trata de un juego de suma cero: lo que gana uno lo está perdiendo la otra parte. La gente -en general- no parece percibir que lo que recibe del gobierno no es otra cosa que lo que ese mismo gobierno le ha sacado previamente (a otra como a ella o a ella misma).
En la mayoría de los casos, las personas están de acuerdo en que el gobierno sustraiga a "los ricos" para darle a "los pobres", sin entender que los gobiernos despojan a todos : a ricos y a pobres, y sin importar el orden en que comiencen a hacerlo, para luego proceder a apropiarse de la mayor parte del botín obtenido, del cual arrojan sólo algunas migajas a la gente de menores recursos, únicamente con el objeto de mantenerlos sujetos como manadas obedientes y sumisas a la hora de emitir su voto, clientela política que -a su turno- cree que podrá vivir eternamente de subsidios, trasferencias directas, exenciones impositivas, créditos baratos, etc.. y que ven al gobierno como encarnación de un enorme Santa Claus o Papá Noel, que dispensa sus "obsequios" las "24 horas del día los 365 días del año".
Pero, cuando los recursos -que siempre son escasos como dice una primer ley económica fundamental- empiezan a mostrar signos de agotamiento (como sucede en la Argentina del FpV), es cuando se inician los malestares de ambos bandos, y principian los primeros conflictos que se prolongan en el tiempo, ya que ninguna de las dos partes en pugna modifica sus paradigmas, sino que refuerzan sus reclamos : los gobernados piden "mas" al gobierno y los gobernantes hacen lo propio con los gobernados en un mutuo y simultáneo "pase de facturas" y demandas cruzadas. La tendencia se acrecienta y ninguno de los dos sectores cejan en sus exigencias al otro, y los enfrentamientos se multiplican: el gobierno reprime y el pueblo se defiende y contraataca. Y de la represión económica se pasa a la física, y la situación se descompone más aun.
En este fase del ciclo descripto, el pueblo no se da cuenta que el gobierno no puede darle más de lo que pide, en tanto el gobierno -del lado de enfrente- no comprende que no puede robarle al pueblo más de lo que ya lo ha expoliado. El triunfo en esta puja, estará del lado de la mayoría siempre, y esta mayoría invariablemente está del lado de los gobernados y no de los gobernantes (y ello, aun cuando esta mayoría no tenga conciencia de su propia condición de mayoría, lo que -aunque parezca paradójico- es harto frecuente). Porque todo gobierno, por muy "poderoso" que luzca a los ojos de sus gobernados (y aun a los de los mismos gobernantes) no deja de ser una minoría en comparación con estos. Y el poder -en última instancia- siempre residirá en aquel a quien le cedemos nuestro poder, ya sea gustosa o desagradablemente, consciente o inconscientemente.
 

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