Afganistán es un ejemplo de cómo fracasa la ayuda externa
Steve Hanke
Senior Fellow en Cato Institute, Washington DC.
En una rueda de prensa ante el país acerca de Afganistán, el Presidente Joe Biden intentó justificar la rendición de EE.UU. y el retiro de ese país afirmando que, entre otras cosas, “nuestra misión en Afganistán nunca se suponía que debía ser aquella de construir una nación”. El Presidente Biden luego dijo que nuestra misión nunca “se suponía debía ser la creación de una democracia unificada y centralizada”.
Estas afirmaciones son sorprendentes —literalmente fantásticas. ¿No han leído el Presidente y sus asesores el Acuerdo Bonn que fue firmado en diciembre de 2001 luego de la salida del Talibán u observado cualquier cosa que ha sucedido después? Aún cuando todo podría haber sido una fantasía, nadie con cualquier conocimiento o experiencia en la era post-Acuerdo Bonn negaría que EE.UU. y sus aliados estaban involucrados en un ejercicio de construcción de nación, uno que estaba enfocado en construir un gobierno centralizado.
A pesar de nuestro terrible récord con la construcción de naciones, marchamos hacia adelante en Afganistán, repetidas veces recurriendo a la chequera de ayuda externa. Lo que hace que esto sea tan sorprendente es que los profesionales de todos los colores saben que los esquemas de ayuda externa de un gobierno hacia otro típicamente fracasan y son muchas veces poco más que una fachada para el desperdicio, fraude y abuso. Como lo dijo un Comité en el Congreso de Asuntos Exteriores en 1989, los programas de ayuda externa de EE.UU. “ya no avanzan los intereses de EE.UU. en el extranjero ni promueven el desarrollo económico”. Una comisión de la administración de Clinton llegó a una conclusión similar acerca de la eficacia de la ayuda externa: “A pesar de décadas de ayuda externa, gran parte de África, y partes de América Latina, Asia, y Medio Oriente están peor económicamente hoy que hace 20 años”.
En Afganistán, a nada de la montaña de evidencia que señalaba los fracasos de la ayuda externa y del esfuerzo de construcción de nación se le permitió ver la luz del día. Resulta que las élites profesionales que viven de la “entrega” de la ayuda externa son una comunidad epistemológica estrechamente unida que promueve y dirige el show de la ayuda externa. Para ellos, el show debe continuar. En Afganistán, continuó, y vaya qué espectáculo.
Para entender la magnitud del desperdicio, fraude y abuso en Afganistán, utilizo cifras reportadas por la Oficina de Ayuda Oficial (ODA, por sus siglas en inglés). ODA incluye tanto la ayuda humanitaria como aquella para la reconstrucción, en gran medida en la forma de subvenciones y otras asistencias en términos de concesión. ODA excluye transferencias militares, contra-narcóticos, y una serie de otro tipo de transferencias.
El cuadro abajo muestra las cantidades anuales totales de ODA que fluyeron hacia Afganistán en el periodo 2002-19. El total fue de $76.600 millones. Este total es segundo solo frente a los $79.400 millones recibidos por Irak durante el mismo periodo. Para Afganistán, la ODA proveía una porción muy significativa del PIB del país, llegando a 22,2 por ciento en 2019. La cifra comparable para Irak era de tan solo 1,0 por ciento. La relativamente grande porción del PIB de Afganistán provisto por la ODA y el hecho de que ha permanecido siendo “grande” durante gran parte de los 20 años simplemente significa que la economía formal de Afganistán depende de la ayuda externa. Las llantas de entrenamiento nunca han sido retiradas.
Otra característica de los datos de la ODA que vale la pena mencionar es que esta ayuda aumentó cuando Barack Obama llegó a la presidencia en 2009. Recuerde que fue el jefe de estado Obama quien aumentó las operaciones en Afganistán. Bajo su supervisión, no solo aumentó la ayuda externa, sino también el nivel de soldados estadounidenses presentes allí, alcanzando su nivel máximo de 110.000 soldados en 2011. Es interesante que durante la rendición de EE.UU. y la fase de retiro en Afganistán, Obama ha desaparecido como un fantasma. Incluso cuando ha tratado de no dejar siquiera una huella, los datos de la ODA revelan algo de su trabajo.
Precisamente, ¿qué ha conseguido este tren de favores? Una cosa es una cornucopia de corrupción. En 2010, los sobornos en Afganistán ascendieron a la sorprendente cifra de $2.250 millones. Luego llegaron a $2.880 millones en 2016 y se redujeron a $1.600 millones en 2018. Para poner estas sumas en perspectiva, los impuestos recaudados de los afganos fueron de solo $1.200 millones en 2019 y $889 millones en 2019.
La economía afgana era controlada por lo que era, en esencia, un sindicato de crimen organizado: la élite afgana que estaba conectada a los donantes de ayuda externa. Los sobornos que fluían hacia lo alto de la jerarquía constituían el tributo, el dinero de protección, o los impuestos informales que eran necesarios para obtener un empleo y hacer negocios en Afganistán. Mientras que la cornucopia de corrupción enriqueció a la élite afgana, también sembró un resentimiento en contra de ellos. No era un modelo diseñado para ganar amigos e influir en la gente.
La otra cornucopia que los disparatados planes de ayuda externa abrieron fue aquella de la producción de opio. En lugar de fomentar la agricultura tradicional y los mercados en las zonas rurales donde viven la mayoría de afganos, los planes mal concebidos dieron paso a una masiva industria de opio. Hoy, más de 40 por ciento de la tierra agrícola de Afganistán está dedicada a la producción de opio. Como resultado de esto, Afganistán produce un impresionante 85 por ciento del opio del mundo.
Una cosa que el dinero de ODA nunca consiguió fue lo que las Naciones Unidas denomina “desarrollo humano”. Desde 1990, la ONU ha venido midiendo el Índice de Desarrollo Humano. Este mide, con una variedad métricas, tres dimensiones amplias: una vida larga y sana, la adquisición de conocimiento, y la calidad de vida. Hoy, luego de 20 años de programas de ayuda externa, Afganistán se ubica en una miserable posición de 169 de entre 189 países cubiertos en el Reporte de Desarrollo Humano de la ONU para 2020. Esto es solo una posición por encima de Haití, otro estado fracasado que ha sido inundado con ayuda externa.
Si la posición actual de Afganistán no fuera lo suficiente mala, vale la pena notar que durante los últimos cinco años, está ha venido empeorando. Su actual posición de 169 es casi exactamente aquella que tenía en 1993 (171), el primer año entero después de que el gobierno comunista saliera de Afganistán.
Queda claro que nuestros líderes en la comunidad de ayuda externa sufren de una patología que Moisés Naím ha identificado como “necrofilia ideológica”. Están afligidos por un amor por ideas que repetidas veces han producido fracasos incuestionables y deberían estar muertas. De hecho, solo mire cómo la administración de Biden propone detener el flujo de inmigrantes provenientes de Centroamérica. Usted lo adivinó.
Nuestro presidente ideológico-necrofílico ha abierto la chequera de los contribuyentes estadounidenses y ha prometido grandiosamente que la ayuda externa logrará para los centroamericanos lo que se suponía que debía lograr para Afganistán.
Este artículo fue publicado originalmente en The National Review (EE.UU.) el 1 de septiembre de 2021 y en Cato Institute.
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