J.B. Alberdi se dará una vuelta por las urnas …
Elena Valero Narváez
Historiadora, analista política y periodista. Autora de “El Crepúsculo
Argentino. Lumiere, 2006. Miembro de Número de la Academia Argentina de Historia.
En Argentina
antes del gobierno de Carlos Menem era mala palabra hablar de liberalismo. Se
entendía que tener fe en la libertad era ser socialdemócrata, como eran los
radicales, la libertad era divisible, todos aceptaban la libertad política pero
no la económica. Las cosas fueron cambiando desde que se vio que con las
reformas de apertura mejoraba la
situación.
Hoy, posiblemente por reiterados fracasos, la prédica liberal
ha calado hondo en muchos argentinos, han visto que pertenecer al mundo
subdesarrollado no trae ventajas. Entre ellos, no son pocos los jóvenes que se han dejado
conquistar por las ideas de la libertad, al
sentirse privados de ella están comprendiendo lo que significa poder
explorar el cuerpo y el espíritu, sus posibilidades, reconocerse
y reconocer a los otros como personas. Han notado que en vez de una
meta, la libertad es un horizonte, no les asegura la felicidad o la certidumbre
pero les permite ejercitar la posibilidad de realizarse, es en suma, la garantía del individualismo
que exalta la responsabilidad personal, permite la crítica al propio grupo y la
acción electiva.
El agotamiento de las experiencias kirchneristas es remarcado por nuevos líderes que refutan
las teorías socialistas, marxistas y populistas. Tengo la convicción de que hay un florecimiento de las ideas liberales, como
decía Ortega, en la lucha por su destino el hombre hace mundo, hace horizonte, está siempre en el problema que es su
circunstancia, por ello mismo está forzado a reaccionar, vive siempre
en una relativa solución y
buscándola, muchas veces luchando contra las ideas dominantes de su
tiempo.
Las
fundaciones liberales, varias en el país, han ayudado pródigamente en la
divulgación de grandes pensadores liberales: Hayek, Popper, Mises, North, Friedman, Sowell entre otros, ya no son
desconocidos y se ha vuelto con pasión a uno de los padres fundadores: Juan
Bautista Alberdi. Es importante que se revalorice en escuelas y universidades
al padre de la Constitución y su prédica,
en Argentina faltan muchos Alberdi. Sus ideas no diferían de las de Belgrano, San Martin,
Sarmiento, Mitre, incluso de las de Ingenieros, Juan B. justo y Repetto. Todos se
insertaban, más allá de sus diferencias, en el liberalismo clásico. Aceptaban los
logros de la cultura occidental: la secularización, la institucionalización de
la ciencia, la democratización, el respeto a las personas, el poder limitado, la libertad de comercio y de expresión, así como de religión y el Estado de Derecho.
Deseaban que el Estado limitara su acción a las esferas que le
correspondía, permitiendo a las personas
realizar su vida como quisieran mientras no avasallaran los derechos de los
otros. Intentaron organizar al país imitando el perfil de los países más progresistas del mundo. La Generación
del 37, a la que pertenecía
Alberdi, inspiró a la del 80, la cual realizó un esfuerzo de gigantes, en un país donde todo estaba por hacer y que
había estado inmerso durante años en cruentas luchas civiles. Con la llegada de
los ferrocarriles, comunicaciones financiadas por capitales ingleses, vieron la
importancia que estos tenían para el despegue. El crédito exterior ayudó a
realizar la infraestructura necesaria para salir adelante; leyes y acciones
tendieron a eliminar las trabas a la libertad individual: libertad
religiosa, matrimonio civil, libertad de comercio, entre muchas otras.
Hoy, la esperanza de nuestro país son los
jóvenes y el combustible para la acción se encuentra en las ideas
liberales, tienen que cultivarse,
estudiar, observar la historia, reaccionar ante la Argentina actual, mejorarla.
Hay que alentarlos para que no esquiven la responsabilidad ni renuncien al derecho
de construir su propio destino, para que
se movilicen en sus casas,
oficinas, fábricas, en las aulas, apoyarlos para que formen
opinión sobre los problemas del país y sus soluciones concretas y
posibles, con los pies en la realidad, que no se pierda su entusiasmo. Deben rechazar los partidos de un solo hombre.
El Gobierno
actual no piensa como Alberdi, quien predicó
que la política no debía tener miras diferentes de las miras de la Constitución,
los principios señalados en ella tendrían que ser los mismos en cuyo sentido
convenía encaminar la política que
necesitaba nuestro país. La libertad estaba unida al concepto de rechazo a la
arbitrariedad política y al de justicia; creía
que el destino político de un país no dependía solo de sus habitantes, de sus aptitudes, sino también del acierto en la elección del
sistema de gobierno. No admitía la
subordinación absoluta del individuo a la sociedad y desechaba la idea de
bienestar general adquirida a expensas del derecho y de la libertad individual,
por eso, ya desde el Preámbulo, se aseguran los principios de la libertad civil.
Consideraba, el preclaro hombre de leyes, a la
propiedad privada como principio general de la riqueza, la glorifica en la Constitución
considerándola inviolable: todo hombre tiene el derecho de gozar, usar y
disponer de ella libremente porque es el móvil y estimulo de la producción y el
aliciente para el trabajo, por ende de
la riqueza. Alertaba sobre los dictadores que la reconocen pero siempre atacan
el uso y la disponibilidad, de facto, se
la apropian.
Alberdi se está convirtiendo en maestro de ésta generación, cuando se crea riqueza, señalaba, no hay que
olvidar a quienes han participado para producirla, subrayaba la necesidad de
que el productor recibiera la parte que le correspondía porque de lo contrario dejaría
de colaborar en el futuro o trabajaría menos, por lo tanto generaría menos
riqueza y menguaría la prosperidad del país. En cuanto a las leyes que obstruyen la producción Alberdi demandaba que no le
hicieran sombra, asegurando a todos el
fruto de su trabajo y producción. Entre la actualidad que tienen sus enseñanzas
recalco la trascendencia que daba a los
tratados de amistad y comercio con otros países con garantía de nuestro régimen
constitucional. Cada tratado, aseguraba, es un ancla de estabilidad puesta a la
Constitución, porque en caso de intento
de violación, por parte de los
gobernantes, se haría respetar por las naciones signatarias.
Los argentinos están entendiendo la
importancia de tener una mejor justicia y reglas que detengan las
arbitrariedades de los gobernantes y defiendan la propiedad privada para que se
creen las condiciones para nuevos desarrollos de las fuerzas productivas. Es condición necesaria, no solo porque genera riqueza, sino porque
al elevar los grados de libertad permite construir, espontáneamente, centros dispersos de poder económico,
independientes del Estado, que actúan
como limite al Gobierno y al mismo tiempo
vigorizan los derechos del individuo y de la sociedad civil en su conjunto.
Perdimos el
papel preponderante que alcanzamos a principios del siglo XX con ideas
autárquicas, nacionalistas y
autoritarias. En 1943 comenzó el gran
cambio que acabó con la obra fundamental que con tantas dificultades se había
realizado en Argentina. Esperemos que esté próximo el día en que la mayoría de los argentinos cerremos filas detrás de las ideas
liberales para luchar contra el
naufragio: los países que progresan son los que orientan su economía hacia
afuera integrándola al mercado mundial, las consecuencias negativas de
orientarla hacia el interior se evidencian cuando observamos que los países
menos desarrollados, no se benefician de las ganancias derivadas del comercio,
porque no pueden producir todos los
bienes que precisan. Deberíamos haber aprendido la lección ya que la política
de autarquía económica fue moneda corriente en nuestro país durante buena parte
del siglo XX y también se intenta ahora, con malos resultados.
La
Constitución alberdiana promueve la libertad económica, por ello, si le abrimos los brazos, las fuerzas productivas se pondrán de pié. La
fórmula capitalista nos dice que a más
acumulación se aumenta el capital y a más capital por trabajador aumenta
la productividad, la inversión, la riqueza y el consumo, por lo
tanto, otra vez se genera más acumulación.
La rueda vuelve a girar.
Nuestra
prosperidad económica depende también de la prosperidad política, si logramos
tener un sistema judicial eficiente, funcionarios públicos honrados, y una constitución estable disfrutaremos, sin
duda, de un nivel económico más alto.
Vayamos
a votar! Siguiendo a Alberdi “todo soberano paga su
pereza con su corona”.
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