Un balance
Manuel Hinds
Ex Ministro de Finanzas de El Salvador y co-autor de Money, Markets and Sovereignty (Yale University Press, 2009)
En estos años prácticamente toda la América Latina está cumpliendo 200 años de ser independiente. Es un momento propicio para hacer un balance de nuestro progreso. El resultado no es satisfactorio. Nos independizamos en un momento propicio, cuando la revolución industrial estaba empezando y la distancia que nos separaba de Europa en ingreso por persona no era muy grande, alrededor de $1.200 anuales por persona. Pero no pudimos aprovechar la revolución industrial por falta de educación, y tampoco pudimos establecer las bases institucionales de la democracia. Como resultado, económicamente, la diferencia ahora es de más de $25.000. Políticamente, lo que avanzamos lo perdimos y al final, después de muchos avances, estamos regresando a los tiranos autócratas que surgieron con la independencia. ¿Por qué no podemos superar esta etapa primitiva, por qué regresamos una y otra vez al siglo XIX?
Esta pregunta se puede contestar con cuatro razones concatenadas.
Primero, siempre le echamos la culpa de los problemas a alguien más. Así, le hemos echado la culpa de nuestro fracaso a España, acusándola de haberse hecho rica a costa nuestra. Si fuera cierto que España sacó su riqueza de América Latina sus ingresos por persona hubieran caído cuando nos independizamos y eso no pasó. Durante toda la colonia, de 1492 a 1820, el ingreso por persona de España creció 0,03% anual en promedio. De 1821 a 1921, a un promedio anual de 1,3%; y de 1940 a 2018, al 3%. España acumuló mucha más riqueza después de la colonia que durante ella. Al culparla de nuestra pobreza no tenemos que enfrentarnos a nosotros mismos con la verdad, que la culpa es de nosotros mismos.
Segundo, como no queremos enfrentamos a nuestras propias culpas, identificamos mal la fuente de las riquezas: queremos creer que estas provienen de los recursos naturales y no de la educación que debimos darnos. Si el tener esos materiales bajo tierra fuera la fuente de la riqueza, ¿por qué Venezuela, tan lleno de recursos naturales, es un país tan miserablemente pobre mientras que Japón, que no tiene recursos naturales, es uno de los más ricos? Esto es así porque, ¿qué valor tienen los minerales sin industrias que los usen? ¿Qué valor tienen el oro y los diamantes sin los que los compran y pagan con cosas que necesitan los que tienen recursos naturales? ¿De qué sirve tener minerales si no se tiene la tecnología para extraerlos? La riqueza la da el conocimiento para explotar minas, para crear industrias, para tener empresas de puro pensamiento.
Tercero, como resultado de creer que la fuente de las riquezas son los recursos naturales, en Latinoamérica coexisten dos ideas nefastas: una, que el crecimiento se puede alcanzar quitándole los recursos a los ricos y dándoselos a los pobres, y la otra que no hay necesidad de estudiar porque para arrebatar no hay necesidad de conocimiento. El resultado de esto ha sido un fracaso total, porque las fuentes de la riqueza no se pueden confiscar, están en la educación de cada uno, y porque, creyendo que sí se pueden confiscar, en Latinoamérica la educación –exceptuando Costa Rica y Uruguay– ha tenido una prioridad bajísima.
Cuarto, la idea que la riqueza de las naciones es algo que se puede apropiar con solo arrebatarla creó la oportunidad para que políticos populistas busquen el poder total ofreciendo quitársela a unos y dársela a otros. Y aunque, por doscientos años, han fallado en mejorar los países con esa idea, la gente les sigue creyendo y los siguen llevando al poder.
Así es como estos cuatro factores, ligados, explican el atraso de América Latina. Al buscar culpar a otros por nuestros fracasos, hemos perdido la capacidad de autocrítica que es la base del progreso; sin autocrítica, no hemos logrado pasar del pensamiento económico más primitivo, que la riqueza está en las cosas y no en la producción; pensando esto, no hemos descubierto que la base del desarrollo es la educación, y, de pasada, por ignorantes, hemos creído todo lo que dicen los aspirantes a tiranos. El resultado ha sido odios y destrucción.
En la celebración de 200 años de la independencia, estamos cerrando un ciclo.
Económicamente seguimos siendo subdesarrollados, más lejos de los ahora desarrollados que lo que estábamos. Políticamente, después de haber avanzado por 200 años, con costos terribles, en la separación de poderes y el imperio del derecho, hemos vuelto al derecho divino de los reyes. Todo por falta de educación. ¿Vamos a aprender?
Este artículo fue publicado originalmente en El Diario de Hoy (El Salvador) el 16 de septiembre de 2021 y en Cato Institute.
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