La posible normalización monetaria estadounidense
Manuel Sánchez González

Autor de Economía Mexicana para Desencantados (Fondo de Cultura Económica, 2006).





En la reunión de la semana pasada, el Comité Federal de Mercado Abierto (FOMC) del Banco de la Reserva Federal de Estados Unidos decidió mantener sin cambio el intervalo objetivo de su tasa de interés de referencia en 0–1/4 por ciento, así como su programa de compras a gran escala de activos financieros.
Como aspecto distintivo que acompañó esta determinación, el Fed envió el mensaje de que podría estar cercano el inicio de un proceso de menor acomodamiento de su postura monetaria.
En su comunicado, este Comité advirtió que, si el avance hacia el mandato dual de máximo empleo y estabilidad de precios continúa como se espera, “pronto podría justificarse una moderación en el ritmo de compras de activos”. Aunque la fecha quedó abierta, parece probable que el inicio se anuncie en la próxima sesión de noviembre.
Asimismo, en la conferencia de prensa el presidente Jerome Powell aclaró que este proceso de estrechamiento (tapering) podría concluir a mediados de 2022. Señaló también que esa medida no debía interpretarse como señal de un inminente despegue de la tasa de interés de referencia.
Sin embargo, aunque no representa un compromiso del Fed, en las nuevas proyecciones trimestrales, nueve de dieciocho miembros del FOMC anticiparon, al menos, un incremento de esa variable el próximo año.
Por ahora, la conclusión del tapering se visualiza como la terminación del aumento de activos, no su reducción, por lo que su elevado nivel continuaría apoyando la política monetaria extraordinariamente expansiva que se ha aplicado en meses recientes.
Con el fin de atenuar los efectos económicos adversos de la pandemia por COVID-19, en marzo de 2020, ese instituto central aceleró el recorte de su tasa de interés de referencia, que había empezado en agosto de 2019, para llevarla a su intervalo actual. Ello constituyó el regreso a la cota inferior mínima de esa herramienta, que había prevalecido por seis años a partir de diciembre de 2008.
Con mucho, el mayor vigor en el relajamiento monetario durante la pandemia ha consistido en una explosión de las adquisiciones de activos financieros por parte del Fed. En la actualidad, las compras mensuales ascienden a, por lo menos, 80 mil millones de dólares en valores del Tesoro y 40 mil millones de dólares en instrumentos respaldados por hipotecas.
Para situarlo en perspectiva, durante solo 19 meses a partir de marzo de 2020, el incremento de activos en el balance del Fed ha sido 1,2 veces el acumulado en poco más de seis años, desde septiembre de 2008, cuando arrancó el primer programa de ‘relajamiento cuantitativo’.
Hasta ahora, los efectos de la advertencia de un posible estrechamiento monetario en los mercados financieros han contrastado con los generados en el primer tapering ocurrido en 2013. A diferencia de entonces, no se ha registrado volatilidad notable derivada de ventas abruptas de activos por parte del sector privado.
En particular, la tasa de interés de los bonos del gobierno a diez años, que en el episodio anterior mostró un marcado ascenso, ahora ha mostrado movimientos moderados y se mantiene en niveles relativamente bajos.
Si bien no es posible identificar con certeza las causas del menor impacto financiero, podrían estar influyendo una mejor comunicación del Fed, la experiencia ganada por los participantes de los mercados en el evento anterior, así como la expectativa de una frágil recuperación económica.
A pesar de ello, los desafíos parecen mayores que los de hace ocho años. Por una parte, la estrategia monetaria adoptada en agosto de 2020 contiene más requisitos: el objetivo de máximo empleo debe ser ‘incluyente’ y la meta de inflación de 2,0 por ciento ha de cumplirse ‘en promedio’, lo que implica el rebasamiento moderado de esa referencia por algún tiempo.
Por otra parte, no pueden descartarse nuevas variantes del coronavirus que limiten las posibilidades del aumento del empleo. Además, la inflación ha resultado más alta y duradera de lo que ese Banco Central había previsto, y podría continuar elevada.
Adicionalmente, la estrategia actual ha implicado un manejo monetario reactivo, más que proactivo. Los mercados financieros se han acostumbrado a la excesiva liquidez, y la deuda pública respecto al PIB ha alcanzado niveles únicamente vistos al final de la Segunda Guerra Mundial. Existe el peligro de que la política monetaria se perciba como subordinada a las necesidades financieras y fiscales.
El Fed deberá asegurar que está dispuesto a usar oportunamente sus herramientas para evitar los errores de subestimación de la inflación de los años setenta del siglo pasado. Solo así puede preservar la credibilidad ganada en las últimos cuatro décadas.


Este artículo fue publicado originalmente en El Financiero (México) el 29 de septiembre de 2021 y en Cato Institute.


 

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