Ignorancias, vulgaridades y soberbias
Carlos Mira
Periodista. Abogado. Galardonado con el Premio a la Libertad, otorgado por Fundación Atlas para una Sociedad Libre.



Algunos hechos políticos de la semana francamente llaman la atención. Algunos por su grosería, otros por su antigüedad, otros por una combinación de desorientación con ignorancia, pero todos con la marca registrada de que la Argentina está gobernada por la peor clase de gente con la que un país podría toparse.
Algunos de esos hechos impresentables fueron protagonizados por el principe aspirante a la Corona, Máximo Kirchner que desparramó obcecación, ignorancia, ausencia de formación intelectual, falta de preparación y una marcada creencia en que aún tiene margen para aplicar la teoría del atropello.
Solo a la combinación de todas esas malarias puede atribuirse que haya insistido en llevar al recinto de la Cámara de Diputados un proyecto de ley cuyo tratamiento no había sido consensuado con los diputados de la oposición y, aparentemente, ni siquiera con algunos de los propios.
En efecto, Máximo Kirchner no pudo lograr quórum para el tratamiento de la ley de etiquetado frontal (un estupidez fuera de todo lo importas que necesita ser resuelto en la Argentina) porque no solo la oposición sino 7 de sus propios diputados no se sentaron en sus bancas.
Enojado, como si no pudiera tolerar el fracaso, levantó la voz con un discurso lleno de lugares comunes y propio de los años ‘40.
El diputado que dijo que no hay que “enamorarse de los números”, como si el voluntarismo pudiera rebelarse contra la ley de gravedad, representa lo peor de este drama argentino que no logra emerger de las profundidades de una antigüedad mental más digna de los enfermos que de los sanos que aspiran a vivir mejor.
El enojo parece ser una constante en las reacciones de la familia Kirchner. 
El heredero también se enfadó cuando un periodista le preguntó por qué tenía necesidad de tener tantas propiedades, máxime cuando ningún dato de la realidad es suficiente para justificar esas tenencias.
Máximo se escudó en la herencia de su padre, explicando que antes de entrar en la función pública Néstor Kirchner tenía más de 20 propiedades.
Ese hecho está controvertido por vídeos del propio es presidente en los que se lo ve asegurando que solo tenía un “terrenito” de 27 mil pesos.
Su madre no se quedó atrás a la hora de convertir al Senado poco menos que en una feria de barrio donde las chusmas de la cuadra se juntan para intercambiar chimentos.
Cuando la oposición quiso poner de manifiesto la irregularidad de una votación que, en ignorancia del propio reglamento que rige la cámara que preside, Su Majestad estaba dispuesta a endosar, dijo, refiriéndose a los senadores de JXC y en una escena mal actuada, “parecen gallinas”, acompañando los dichos con un gesto fuera de lugar.
Ver cómo las más altas instituciones de la República son regadas día tras día con baldazos de vulgaridad de la mano de una señora que cree pertenecer a una clase superior pero que en realidad es una ignorante que adolece de los más mínimos encantos de la educación y de los buenos modales, constituye uno de los golpes a la democracia que más duelen porque es como si se violaran los valores de la Constitución por la televisión.
En otro hecho sorprendente el presidente de la Cámara de Diputados, Sergio Massa, dijo que se daría entrada a un proyecto de ley para transformar los “planes” en “trabajo genuino” como si el tigrense adhiriera a la teoría de que el trabajo genuino pudiera ser creado de la nada por la sola voluntad de los legisladores que así lo disponen por el simple expediente de levantar la mano.
El trabajo genuino es el resultado de las decisiones de inversión que un conjunto de gente toma porque considera que el beneficio de tomarlas será mayor al perjuicio de no tomarlas.
Para estimular a que esas personas tomen esas decisiones la Argentina debería emprender un enorme proceso de derogación de leyes y de simplificación de todo su aparato administrativo que termine con los obstáculos, los trámites, las regulaciones, los impuestos, las trenzas, la corrupción, el feudalismo, las mordidas, las rigideces laborales, los cotos de caza, la mafia sindical y por sobre todo las imposiciones estatales que en las ultimas siete décadas han pasado por encima de los derechos individuales, en particular sobre el derecho de propiedad y el de disponer del fruto lícito del trabajo.
Sin ir más lejos, en ese sentido, se está dando un ejemplo en estos días que viene a ilustrar lo lejos que está del entendimiento de esta gente lo que hay que hacer para generar trabajo genuino.
Hace un par de meses la filial argentina de Dow Chemical hizo saber que cerraba sus operaciones aquí fruto de una reestructuración global de la compañía, por supuesto cumpliendo todos los extremos legales exigidos para esa circunstancia.
Pues bien el gobierno está resistiendo ese cierre. La pregunta es ¿qué empresa va a radicarse en el país -sea extranjera o de argentinos- si el día de mañana, por el motivo que fuese, se le ocurre cerrar cumpliendo todo lo que la ley exige y aún así el gobierno no la deja?
Eso es lo que se llama “disponer de la propiedad”. Mientras los gobiernos argentinos no entiendan ese principio básico de que los dueños pueden hacer con sus cosas lo que les venga en ganas (siempre que cumplan con la ley) nadie va a establecerse para generar “trabajo genuino”. Es tan sencillo como eso.
Y esa “ley de gravedad” de las decisiones propias no puede ser reemplazada por una ley que diga que, desde su sanción, los planes sociales pasarán a convertirse en trabajo genuino.
Todos estos disparates unidos a la patética imagen del presidente recabando opiniones de los vecinos del conurbano con un cuadernito dan como resultado un gobierno a la deriva, preso no ya de sus espantosas limitaciones, sino de ignorancias y soberbias que, si la lógica funciona, deberían dirigirlo a otra estrepitosa derrota en poco más de un mes.

Publicado en The Post.




 

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