La Cámara de Diputados: Una representación distorsionada
Martín Pereira
Investigador, especializado en "Law & Economics", Fundación Atlas para una Sociedad Libre.


Este 14 de noviembre elegiremos diputados para que nos representen en el Congreso Nacional y esa representación debería ser proporcional a la población y a las preferencias de los ciudadanos. Sin embargo, la Cámara de Diputados de la Nación dista de ser realmente representativa por varios motivos.
En primer lugar, se eligen diputados por medio de las llamadas “listas sábanas”, tema del que se ha hablado mucho, pero sigue vigente y siempre es bueno recordarlo. Resumidamente, se trata de una boleta con un listado de varios candidatos de un mismo partido político (o alianza de partidos) sin la posibilidad de excluir a ninguno; es decir, se votan listas completas. Los ciudadanos conocemos solamente a quienes encabezan las listas, pero poco o nada sabemos quiénes son y qué piensan los que vienen más abajo. Y éstos no tienen ningún estímulo para comprometerse con sus votantes, dado que el puesto se lo deben al dirigente político que los ubicó en la lista. Así, gran parte de la Cámara de Diputados está conformada por personas que nadie conoce.
En consecuencia, el sistema de “listas sábanas” contribuye en gran medida a que la cámara esté integrada por diputados que no tienen una verdadera representatividad. Una posible solución sería adoptar un sistema de “circunscripciones uninominales”.
Este sistema permite elegir a un único candidato por cada circunscripción. Funcionaría de la siguiente manera: en la Ciudad de Buenos Aires hay que elegir a 13 diputados, por lo que debería establecerse 13 circunscripciones electorales, y en cada una de ellas se votaría a vecinos de la misma; el más votado, es quién irá como representante al Congreso Nacional; de esta forma, no sólo se deja de votar a desconocidos, sino que hay una gran proximidad física entre ciudadanos y candidatos; a la vez que ese diputado sabe que el lugar en el Congreso no se lo debe a un dirigente político, sino a sus vecinos, a quienes les manifestó sus ideas y proyectos y decidieron votarlo. Este mecanismo de elecciones alguna vez existió en Argentina.
El sistema también es aplicable a provincias con grandes extensiones, por ejemplo, la Provincia de Buenos Aires debe renovar 35 diputados, por lo que en función de la cantidad de habitantes la provincia debería dividirse en 35 circunscripciones electorales, lo que en algunos casos puede implicar que una circunscripción se conforme con pueblos y ciudades próximos entre sí. Los candidatos serían habitantes de la circunscripción, y no como en la actualidad, que potencialmente los 35 candidatos podrían vivir todos en Nordelta.
Para los partidos políticos más chicos sería muy beneficioso este sistema. No se requeriría de grandes recursos para ganar en una circunscripción, debido a que sería mucho más fácil recorrerla y conocerla (de hecho, el candidato debería residir en ella). Seguramente por eso a los grandes partidos políticos no les interesa este sistema ni terminar con las “listas sábana”.
Otra cuestión es la “paridad de género”, que por ley obliga a ubicar en las “listas sábanas” a hombres y mujeres en forma intercalada. O sea, si un partido considera ubicar en los primeros lugares a los candidatos más estimados por la gente, independientemente de su género, no puede hacerlo. Este mecanismo está hecho para fomentar la participación de las mujeres y lograr la igualdad de género en la cámara, pero limita a los partidos políticos al momento de ofrecer a la ciudadanía una lista, así como a los ciudadanos les recorta la posibilidad de votar por quiénes realmente desean. Además de todo, es un mecanismo humillante para las mujeres, las cuales no saben si integran la boleta por mérito propio o por la necesidad de cumplir con la ley. Con el sistema de “circunscripciones uninominales” desaparecerían las “listas sábanas” y, con ellas, este sistema de paridad de género que, en definitiva, no debería existir, así como ningún sistema de paridad o “cuotas de”.
Luego aparece la obligación de formar parte de un partido político para ser candidato. Individuos que la ciudadanía quisiera como candidatos se ven obligados a ingresar a estructuras partidarias preexistentes con las que no se sienten del todo cómodos, entrando en negociaciones o haciendo concesiones. Muchos terminan usando “sellos de goma”; es decir, partidos políticos que tienen personería, pero no candidatos, como un envase vacío listo para ser rellenado a piacere del que lo alquila. Y, si no, la última opción, y la más difícil, es armar un partido político propio. Toda esta situación ahuyenta de la política a algunos potenciales candidatos (cuántas veces hemos escuchado a los oficialismos -o a sus adláteres- decir “armen un partido y ganen las elecciones” sabiendo lo que ello significa).
Una alternativa sería que el ciudadano que quiera ser candidato lo pueda hacer por fuera de cualquier estructura partidaria, con solo tener una determinada cantidad avales (es decir, firmas de ciudadanos que quieren que se postule). En un sistema de circunscripciones uninominales, serían las firmas que representen un porcentaje de ciudadanos de dicha circunscripción. Ese porcentaje, para no ser proscriptivo, no debería ser elevado.
Finalmente, un tema muy poco mencionado: algunas provincias están subrepresentadas, mientras que otras, están sobrerrepresentadas en la Cámara de Diputados. Esto se debe a que la cantidad de diputados que se elige por provincia está fijada por un decreto-ley del gobierno militar de julio de 1983 que establece que cada provincia debe tener un mínimo de 5 diputados en la Cámara. En consecuencia, este sistema otorga mayor representación a los habitantes de provincias con poca población en detrimento de provincias más pobladas. Uno podría pensar que es por un criterio de igualdad, pero la realidad es que la Cámara de Diputados debe representar a los habitantes en forma proporcional, y es en la Cámara de Senadores donde las provincias son igualadas: allí, todas tienen 3 congresistas.
Sumemos a ello que la Constitucional Nacional indica que por medio de los censos nacionales de población, que deben realizarse cada 10 años, se tiene que determinar la cantidad de diputados que debe elegirse por cada provincia, y el referido decreto-ley toma como parámetro el censo de 1980; situación ésta que, tras 4 décadas, sigue igual: ¡vamos a votar con el censo de 1980! Esto genera que haya provincias que envían al Congreso Nacional, proporcionalmente, menos diputados que los que deberían mientras que, en otras, ocurre a la inversa.
Para ejemplificar estas distorsiones de mínimos por provincia y falta de actualización por censo decenal, tomemos como base el censo poblacional del año 2010 (último realizado) y nos encontramos con estos dos casos extremos: cada diputado de la Provincia de Tierra del Fuego representa a 25.441 habitantes y cada diputado de la Provincia de Buenos Aires, a 223.215.
En resumen, si se pretende que la Cámara de Diputados de la Nación sea verdaderamente representativa de todos los ciudadanos, resulta imperiosa una pronta y profunda reforma política; demanda ésta que debería nacer en la sociedad civil y mantenerse vigente hasta tanto el Congreso Nacional haga los cambios necesarios, los cuales, a mi entender, deberían ir en el sentido aquí señalado.

 

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