Cuando la desinformación se vuelve oficial
Matías Enríquez

Participante del Programa de Jóvenes Investigadores y Comunicadores Sociales 2020. Periodista argentino que ha trabajado en diferentes medios de comunicación, actualmente dedicándose a la comunicación institucional de organismos de gobierno. Trabajó en diferentes medios gráficos como El Mundo (España), Marca (España) y ESPN-La Revista (Estados Unidos), en radio y TV. Fue corresponsal, redactor, movilero, editor, columnista, conductor y productor. También se desempeña como docente en talleres de Comunicación, Periodismo y Argumentación. Ha publicado columnas de opinión en diferentes medios como Infobae, Diario Perfil, ADN Ciudad, Mundiario  y Visión Liberal, entre otros. 




La interpretación electoral y el revisionismo sobre los dichos respecto de Córdoba son algunos ejemplos recientes de desinformación oficial

“Podríamos decir que en la provincia de Buenos Aires hubo empate” dijo Gabriela Cerruti en días posteriores a las elecciones legislativas. Sus dichos van en sintonía con los testimonios de Leandro Santoro y el llamado a celebrar en la Plaza de Mayo del presidente pero están plagados de interpretaciones para movilizar a sus propios votantes. No obstante, su testimonio es impreciso teniendo en cuenta el resultado final en las elecciones legislativas: Juntos por el Cambio obtuvo el 39,81% de los votos contra el 38,53% que sacó el Gobierno. Más de un punto de diferencia no es empate: o, en clave futbolera, no hay empate posible con un 1-0 o 0-1. El errático análisis del oficialismo, que perdió el quórum en el Senado luego de 32 años, no es un mero hecho aislado sobre el uso del espacio oficial para desinformar. Antecedentes en los últimos días han sobrado.

Días atrás se filtró un video del presidente en el cual tenía algunas palabras poco felices para con los cordobeses. Seguramente mucho tenga que ver el resultado electoral de la oposición en dicha provincia tras sus dichos. Según la óptica desde la que se lo analizaba, en el marco de esta grieta que vivimos, hay quienes lo prendían fuego como férreo enemigo de la provincia como también aquellos que suavizaban sus dichos, bajándole el pulso al tema en la agenda periodística. Incluso también surgieron extraordinarios memes como el que lo ubicaba al primer mandatario argentino junto al popular cantante (y canciller, según la pieza), Mona Jimenez o una adulteración fotográfica de un pasaporte con el lema “República de Córdoba”. Una verdad que dice A, la otra que pregona B y varios memes inundando nuestros timeline: todo muy 3.0.

Luego del revuelo que levantaron sus dichos, la portavoz del Presidente, Gabriela Cerruti, manifestó su posición al respecto, apropiándose del discurso oficial, afirmando que “el presidente no dijo lo que le intentan hacer decir, sino que dijo todo lo contrario” y que “Córdoba nunca ha sido discriminada durante este Gobierno y que espera que se integre, como todas las provincias, a la senda del crecimiento de la Argentina”. En su flamante rol, sonó repetitiva la “aclaración” de Cerruti, parafraseando casi de manera exacto los dichos de su jefe. Más allá de las diferentes interpretaciones que se puedan realizar al respecto, sobre si efectivamente hubo alguna suerte de discriminación para la provincia o no, lo concreto es que en el video difundido por el oficialismo, Fernández si reconocía dos afirmaciones: “Córdoba es un terreno hostil” y “necesitamos que Córdoba de una vez por todas se integre al país, para que de una vez y para siempre sea parte de la Argentina y no esta necesidad de siempre parecer algo distinto”. A confesión de partes relevo de pruebas. 

Es un tanto llamativo esta peculiar manera de desinformar por parte de la ahora portavoz. El problema radica precisamente en que ella ya no está en su rol de diputada nacional en el que también brindaba algunos datos inexactos en sus diferentes informes en la Cámara que coqueteaban con la desinformación, como su ferviente cruzada en defensa del Observatorio de la Desinformación Nodio, que impulsó la Defensoría del Público en octubre del año pasado, en la que poco y nada se profundizaba sobre como sería el accionar para la “desarticulación de las estrategias argumentativas de noticias maliciosas”, tal como decía el proyecto. Un Observatorio que, sí hubiese deseado realmente hacer un aporte para erradicar esta problemática de la desinformación, habría convocado a diferentes actores civiles y periodistas que realmente quieren ponerle fin a este tema y no solamente a quienes militan una ideología similar al poder de turno.

Queda claro que el Gobierno necesitaba reordenar un poco su estrategia comunicacional porque tenía demasiados interlocutores -acorde a la heterogeneidad de sus alianzas políticas intrapartidarias- pero no queda muy claro como puede canalizar todas esas voces oficiales desde la ex diputada Cerruti. En definitiva surgen varios interrogantes al respecto: ¿Desde qué lugar se desarticularán las estrategias argumentativas si es el propio Gobierno quien impondrá su verdad? ¿Cómo se “combatirán los rumores y las noticias falsas” si es el mismo Gobierno quien, como mínimo, adulteró la famosa Foto de Olivos y fue impreciso sobre el resultado electoral, para citar dos casos de los más recientes? Y, también ¿qué sentido tiene que se repita lo mismo que dijo el Presidente y posicione esa postura como la única verdad, supuestamente combatiendo la desinformación, si todos escuchamos lo que efectivamente dijo sobre Córdoba? 

Es que en este nuevo rol y, tal como dijo en su presentación, como portavoz del Gobierno, ella sería la encargada de transmitir las informaciones oficiales. Desde allí resulta inexplicable que utilice los canales oficiales para desinformar de una manera tan abierta como lo hizo. “La desinformación es un problema de Estado y no un problema del Gobierno para que sea utilizada como un arma para una lucha de partidos” sostiene la periodista de Maldita.es, Luisa Bernal. Quizás esa sugerencia de la periodista española sea fundamental para que sea analizada desde el equipo comunicacional de la Casa Rosada, para evitar el uso de canales oficiales para incurrir en falsedades o asuntos que poco y nada tienen que ver con el compromiso por la verdad.


 

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