¿Corrupción? ¡Piedra libre!
Natalia Motyl
Licenciada de economía de la Universidad de Buenos Aires y economista de la Fundación Libertad y Progreso.
Uno de los problemas que más aqueja a la región latinoamericana son los altos grados de corrupción. Desafortunadamente, es moneda diaria escuchar casos en dónde los funcionarios públicos aceptan sobrecitos por debajo de la mesa o sobrefacturan ciertos gastos.
Según el Índice de Percepción de la Corrupción, publicado por Transparencia Internacional, de 180 países, Bolivia se encuentra en el puesto 124, Brasil y Perú en el 94, Colombia en el 92 y Argentina en el 78.
La raíz del problema es que en la región latinoamericana abunda el exceso de intervencionismo que posee su origen en la noción de que el individuo es un ser débil per se. Es decir, el individuo es incapaz de valerse por sí mismo y necesita ser, constantemente, velado por un gobierno paternalista.
No obstante, ninguna intervención estatal es beneficiosa para el individuo; todo lo contrario, termina perjudicando a toda la sociedad a la larga. Cada vez que el estado confisca parte de los recursos de un determinado grupo para dárselo a otro, crea distorsiones que provocan una gradual igualación hacia abajo.
Hoy una Pyme de alrededor de 60 empleados debe pagar un 106% en impuestos sobre sus ganancias netas, en Bolivia del 84%, en Colombia del 71%, en Brasil del 65% y en Perú del 37%. Todos esos recursos que hoy podrían ser utilizados en el sector privado para generar avances tecnológicos, crear puestos de trabajo e incrementar los salarios reales de las personas, son despilfarrados por los diferentes gobiernos.
Es bien sabido que no existe ninguna evidencia empírica que una unidad adicional en el sector público logre compensar toda la pérdida que se ocasiona en el sector privado por la transferencia de recursos.
No obstante, existe la falsa creencia de que el sector público es altruista y el sector privado es egoísta. Cuando vamos a los hechos, lo cierto es que, por naturaleza, el individuo es egoísta. El individuo actúa porque desea pasar de un grado de satisfacción a otro mayor. Es decir, no pasaría de un estado a otro si no creyera que eso no le daría una mayor satisfacción. Por ejemplo, nos levantamos a trabajar todos los días porque, de esa forma, creemos que vamos ascender en nuestra carrera o a ganar dinero. Lo hacemos porque no estamos conformes con nuestro estado actual de bienestar. El hombre actúa porque la acción podría implicar mayor satisfacción que no actuando.
En sí, toda acción es egoísta. Es decir, la satisfacción es, primordialmente, personal. Es el individuo el que siente satisfacción al pasar de un estado a otro con esa acción. Inclusive, el mismo sentimiento, se da en situaciones que, popularmente, son conocidas como “altruistas”. Si uno siente placer ayudando a los demás, ese sentir es, totalmente, egoísta.
Partiendo de esta premisa de que la naturaleza del individuo es egoísta, no hay manera de considerar que un grupo de personas que hoy poseen el poder puedan actuar pensando en el bienestar de todos, cuando esto es imposible de concretarse.
Debemos partir de la base de que los que hoy tienen el poder, son seres egoístas que actuaran entorno a su provecho siempre y cuando la situación así lo amerite. Por ende, hay que limitar ese poder.
John Locke, en Ensayos sobre el gobierno civil, reconoce que los hombres se unen en comunidades políticas y se ponen bajo el gobierno de ellas para garantizar su propiedad privada. Pero es necesario que los gobiernos se rijan por normas del poder legislativo y no por decisiones unilaterales del ejecutivo. Montesquieu, en el mismo sentido, argumentaba que cualquier hombre con poder, tiende a abusar de él. Por ende, había que reducir, al máximo, el poder de este.
La cuestión es cómo limitar ese poder. La respuesta es bastante sencilla: a través de la libertad. Si el poder es descentralizado y se distribuye entre los diferentes actores del mercado, este prolifera, generando oportunidades de progreso para todos. Sin embargo, si se concentra en un grupo minoritario de personas, estas se beneficiarán acosta del resto.
Eso lo vemos en los países de la región. Cada vez hay más Estado, menos mercado y más atraso. No obstante, vemos como se enriquece un pequeño grupo por sobre el resto. Eso es lo que hay que reducir.
Cuando logremos esa descentralización del poder entre todos, bajaremos los niveles de corrupción y estas ya no serán noticias.
Este artículo fue publicado originalmente en Visión Colombia 2022 (Colombia) el 23 de noviembre de 2021 y en Cato Institute.
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