Vicepresidente Ejecutivo del Cato Institute
El vicepresidente ejecutivo David Boaz es un comentarista controversial en una gran variedad de temas culturales y políticos. Ha jugado un papel fundamental en el desarrollo del Cato Institute y del movimiento libertario. Es el autor de Libertarianism: A Primer, publicado 1997 y descrito por el Los Angeles Times como "un manifiesto bien investigado de las ideas libertarias." También es el editor de The Libertarian Reader. Es la principal autoridad en temas domésticos como la libertad de elegir en la educación, la legalización de las drogas, el crecimiento del Estado y el resurgimiento del liberalismo, y es un invitado frecuente en la televisión nacional y en programas de radio. Un artículo de Boaz en marzo de 1988 en el New York Times encendió un debate nacional sobre la despenalización del consumo de las drogas. Algunos de sus artículos han sido publicados en el Wall Street Journal, New York Times, Washington Post, Los Angeles Times, National Review, y Slate. También ha aparecido en "Politically Incorrect with Bill Maher," de ABC, "Crossfire," de CNN, "Talk of the Nation," de NPR, Fox News Channel, BBC, Voice of America, Radio Free Europe, entre otros. Boaz, un egresado de Vanderbilt University, fue editor de la revista New Guard y también se desempeñó como director ejecutivo del Council for a Competitive Economy antes de unirse a Cato en 1981. Su libro más reciente es The Politics of Freedom.
Guerra sin fin. Una deuda nacional de $28 billones (“trillions” en inglés). Regulaciones intervencionistas. La injusticia criminal. Los presidentes que no piensan que la Constitución limita su poder. El auge del anti-liberalismo tanto en la izquierda como en la derecha. Es fácil señalar los aspectos problemáticos del EE.UU. moderno, y paso mucho tiempo haciendo eso. Pero cuando un periodista me preguntó qué libertades damos por sentadas en EE.UU., encontré una buena oportunidad para reflexionar y considerar cómo EE.UU. es distinto a gran parte de la historia mundial —y por qué los inmigrantes todavía quieren venir.
Si preguntamos cómo la vida en EE.UU. es diferente a la vida en gran parte de la historia mundial —y todavía diferente de gran parte del resto del mundo— algunos elementos claves se me vienen a la mente.
El Estado de Derecho. Tal vez el logro más importante en la historia es la subordinación del poder ante la ley. Esto es, en EE.UU. moderno hemos creado estructuras que limitan y controlan el poder arbitrario del estado. Ya no puede un hombre —un rey, un sacerdote, el jefe de un partido comunista— tomar la vida o propiedad de otra persona según el capricho de un gobernante. Los ciudadanos pueden desarrollar sus asuntos, generalmente confiando que no serán arrastrados de las calles y desaparecerán para siempre, y confiados de que su propiedad ganada con mucho esfuerzo no será confiscada sin advertencia. Puede que demos por sentado el Estado de Derecho, pero los inmigrantes de China, Haití, Siria, Afganistán y otras partes del mundo saben cuán valioso es.
La igualdad. Durante gran parte de la historia las personas eran asignadas firmemente a un estatus particular —el clérigo, la nobleza y los campesinos. Los reyes, los señores feudales y los siervos. Los bráhmanes, otras castas y los intocables en la India. Si su padre fue un noble o un campesino, usted también lo sería. La Revolución Americana barrió con tales distinciones. En EE.UU. todos los hombres fueron creados iguales —o al menos esa fue nuestra promesa y nuestra aspiración. Thomas Jefferson declaró “que la masa de la humanidad no ha nacido con monturas en sus espaldas, ni tampoco unos pocos favorecidos con botas y espuelas, listos para conducirlos legítimamente y con la gracia de Dios”. En EE.UU. algunas personas puede que sean más inteligentes, ricas, fuertes, o más bellas que otras, pero “Soy igual de bueno que tu” es nuestro credo nacional. Todos somos ciudadanos, iguales ante la ley, libres de llegar tan lejos como nuestros talentos nos puedan llevar.
La igualdad para las mujeres. A lo largo de la historia las mujeres eran la propiedad de sus padres o de sus esposos. A ellas muchas veces se les prohibía poseer propiedad, testificar en una corte, firmar contratos, o participar en asuntos de estado. La igualdad para las mujeres tardó más que la igualdad para los hombres, pero hoy en EE.UU. y en otras partes civilizadas del mundo las mujeres tienen los mismos derechos legales que los hombres.
El auto-gobierno. La Declaración de la Independencia proclama que “los gobiernos son establecidos” para asegurar que aquellos gobiernos “derivan sus poderes justos del consentimiento de los gobernados”. Los primeros gobiernos muchas veces se formaban en la conquista de un pueblo por otro pueblo, y el derecho de los gobernantes a gobernar se le atribuía a la voluntad de Dios y era heredado del padre al hijo. En pocos lugares —Atenas, Roma, la Alemania medieval— hubo intentos irregulares de crear un gobierno democrático. Ahora, después del ejemplo de EE.UU., damos por sentado en los países civilizados que los gobiernos se erigen o caen según el consentimiento popular. La libertad de expresión. En un mundo de Fox y MSNBC, Facebook y Twitter, es difícil imaginar cuán nueva y extraña es la libertad de expresión. Muchas personas murieron por el derecho de decir lo que creían. En China, Rusia, África y en el mundo árabe, todavía lo hacen. Afortunadamente, nos hemos dado cuenta de que mientras que la libertad de expresión puede que nos irrite en algún momento, todos nos beneficiamos de ella.
La libertad religiosa. La iglesia y el estado han estado conectados desde hace tiempos inmemoriales. El estado afirmaba la sanción divina, la iglesia obtenía dinero y poder, la combinación dejó poco espacio para la libertad. Hasta tan tarde como el siglo 17, Europa fue estremecida por las guerras religiosas. Inglaterra, Suecia y otros países todavía tienen una iglesia establecida, aunque sus ciudadanos son libres de practicar otra religión. Muchas personas solían pensar que un país solo podía sobrevivir si todos veneraban a un solo Dios verdadero de la única manera cierta. Los Padres Fundadores de EE.UU. establecieron la libertad religiosa. La propiedad y los contratos. Le debemos nuestro estándar de vida sin precedente a las libertades capitalistas de la propiedad privada los mercados libres. Cuando las personas son capaces de poseer propiedad y celebrar contratos, estas crean riqueza. Los mercados libres y las instituciones legales que hacen cumplir los contratos posibilitan grandes empresas económicas —desde el diseño y la construcción de aviones hasta el Bitcoin y Venmo. Pero para apreciar los beneficios de los mercados libres, no tenemos que maravillarnos con los rascacielos mientras que escuchamos música en nuestros iPhones. Simplemente podemos agradecer por tener suficientes alimentos para vivir, la calefacción central, y cuidados médicos que han disminuido la mortalidad infantil desde alrededor de 20 por ciento a menos de 1 por ciento.
Un niño keniano que logró llegar a EE.UU. le dijo a un reportero de la revista Woman’s World que EE.UU. es el “cielo”. Comparado con los países que carecen de un Estado de Derecho, de la igualdad, de los derechos de propiedad, los mercados libres y la libertad de expresión y religiosa, ciertamente lo es. Un buen punto a tener en mente en el día de Acción de Gracias.