Ante la crisis, apelar a la crítica racional
Elena Valero Narváez
Historiadora, analista política y periodista. Autora de “El Crepúsculo
Argentino. Lumiere, 2006. Miembro de Número de la Academia Argentina de Historia.
“El totalitarismo moderno es solo un episodio dentro de
la
eterna rebelión contra la libertad y la razón”
(Karl Popper)
Las soluciones a los urgentes problemas que ha provocado el
Gobierno deberán pasarse por el tamiz de una crítica racional, si es que se desean resultados relativamente
confiables. Se necesitará mucha tolerancia en las discusiones entre los
políticos y economistas que intentarán salir lo antes posible de la situación, cada vez más complicada, en la que los
argentinos estamos inmersos.
Karl Popper nos invita en “La Sociedad abierta y sus
enemigos” a adoptar una actitud en que predomine la disposición a escuchar los
argumentos críticos, a procurar resolver la mayor cantidad posible de problemas
recurriendo a la razón o sea, al pensar claro y
a la experiencia, más que a las emociones y pasiones.
El gran filosofo utiliza el término “racionalismo crítico”
para revelar la importancia de la actitud
de “razonabilidad”, la creencia de
que en la búsqueda de la verdad necesitamos cooperación y que con la ayuda del
raciocinio, podremos alcanzar, con el tiempo, algo de objetividad. Si muchas
veces argüimos con nosotros mismos, es
porque hemos aprendido a argüir con otros y de esta forma a reconocer que lo
que cuenta es el argumento más que la persona con quien se discute.
Debemos la razón, lo mismo que el lenguaje- productos espontáneos de la vida social- a la comunicación con otras personas; cada
una de ellas es una fuente potencial de información razonable que permite “la unidad del género humano”.
Su concepción de la
razón es diferente de la de Hegel y sus discípulos, quienes considerándola
también un producto social, no le atribuyen ningún valor al individuo sino al
cuerpo colectivo, al cual consideran el
verdadero portador de todos los valores. Popper se diferencia, su teoría
es de carácter interpersonal pero nunca colectivista. No reniega, sin
embargo, de la Tradición, a la que se refiere como a un conjunto de
relaciones personales concretas, pero no
la considera sagrada, estima que se pueden apreciar las tradiciones como
valiosas o perniciosas según sea la influencia que tengan sobre las personas.
Se aleja también de
Platón, quien ve a la razón como a una facultad que los hombres poseen y puede
desarrollarse, Popper admite que los dones intelectuales puedan influir y
contribuir a la razonabilidad pero cree que
no es imprescindible tenerlos, ya
que no son pocos los hombres inteligentes que, a menudo, pueden ser extremadamente irracionales, aferrándose a prejuicios y negándose a
escuchar a los demás. El intuicionismo
intelectual de Platón pregona la fe
inmodesta en la superioridad de las propias dotes intelectuales, la pretensión
de ser un iniciado, de saber con certeza y con autoridad. Esta fe en la
posesión de un instrumento o método
infalible de descubrimiento, esta negación de la diferencia entre lo que
pertenece a las facultades intelectuales de un hombre y lo que proviene de la
comunicación con los demás , este pseudorracionalismo, recibe a veces el nombre de racionalismo, pero Popper lo desecha como tal. Se opone, de
este modo, a toda pretensión de autoridad: entiende que el
racionalismo no se concilia con el autoritarismo, porque la argumentación -incluida la crítica y
el arte de escucharla- es la base de la
razonabilidad. La razón, explica, como
la ciencia, se desarrolla a través de la
crítica mutua, es por ello que la única forma posible de planificar su
desarrollo, es fomentar aquellas
instituciones que salvaguardan la libertad de pensamiento. Adhiere al verdadero racionalismo, el de Sócrates, esto es, la conciencia de las propias
limitaciones, la modestia intelectual de
saber con cuanta frecuencia se yerra y
hasta qué punto dependemos de los demás para la posesión de conocimiento. Cree,
que aunque no debemos esperar demasiado
de la razón - todo argumento difícilmente deja totalmente aclarado un
problema- es el único medio para
aprender, para ver con mayor claridad
que antes.
Impugna, el gran pensador del siglo XX, la insistencia del irracionalismo en las emociones y pasiones,
más que en la razón, como fuentes inspiradoras de la acción humana. Si bien,
manifiesta, que puede ser así,
piensa que es un deber intentar
pasar la razón al primer plano, ya que la actitud de resignación ante la
naturaleza irracional de los seres humanos y,
en el peor de los casos, el
desprecio por la razón, conduce, en última instancia, al empleo de la violencia y a la fuerza
bruta. Así lo expone: ante un conflicto dado, si las emociones y pasiones más
constructivas como el respeto, el amor, la devoción por una causa común, entre
otras, que podrían en principio ayudar a resolverlo, resultaran insuficientes, solo le
queda al irracionalista acudir a otras emociones y pasiones menos
constructivas, como el miedo, el odio,
la envidia, y por último, la violencia.
Reconoce que la
actitud racionalista fundamental se basa en un grado mínimo de irracionalismo:
la fe en la razón. Según elijamos, nos dice Popper, una forma de irracionalismo más o menos radical, o solamente ese grado mínimo que denomina
racionalismo crítico, variará nuestra actitud total hacia los demás hombres
y los problemas de la vida social. El irracionalismo, al que no obliga ningún tipo de consecuencia,
puede darse en combinación con cualquier tipo de creencia, tal como en la división de los hombres en
conductores y conducidos, en amos y esclavos naturales, por lo tanto,
la decisión entre racionalismo critico o
irracionalismo implica una decisión moral. Toda vez, que nos vemos ante una decisión de este tipo, debemos analizar, cuidadosamente, las consecuencias correspondientes a las distintas alternativas entre las cuales debemos optar, así conoceremos el peso de nuestra decisión,
de otro modo actuaremos a ciegas, en vez
de hacerlo con los ojos abiertos. Deja claro, que si bien el análisis racional de las
consecuencias de una decisión puede influir en ella, no la
determina, ya que somos nosotros los que
decidimos, no las consecuencias. Pero,
analizarlas, nos asegura un remedio eficaz
para protegernos de las filosofías oraculares, uno de los medios más poderosos para
enloquecernos con palabras.
No es fácil, para la
actitud irracionalista, evitar entremezclarse con la actitud opuesta al
igualitarismo. No niega Karl Popper, que los individuos son, como todos los demás seres del mundo, por
muchos motivos, sumamente desiguales y
que además es deseable que así sea. La igualdad de derechos es a la que se
refiere él y la igualdad ante la ley, a la que considera una
exigencia política basada en una decisión moral. La adopción de una actitud anti igualitaria
en la vida política, es decir en los
problemas concernientes al poder del hombre,
no es ni más ni menos que un acto criminal porque justifica que el amo
tiene derecho a encadenar al esclavo,
y que algunos hombres puedan
utilizar a otros como herramientas.
Se opone, también,
a la equivocación de pensar que debe gobernar el amor en vez de la razón
porque quienes lo hacen, abren las puertas a aquellos que solo quieren
y pueden gobernar por el odio. Quienes creen en el gobierno directo del amor, desprovisto de racionalidad, deben tener en cuenta que el amor, como tal,
no fomenta ciertamente la imparcialidad, ni
es capaz de subsanar, por si
mismo, conflicto alguno, no puede reemplazar el gobierno de las
instituciones controladas por la razón.
“ Amar a una persona es querer hacerla feliz” ; toma Popper esta frase
de Santo Tomás, pero nos advierte
que de todos los ideales políticos este
es el más peligroso, lleva a la tentativa de imponer a los demás la propia escala de valores “superiores”, para
hacerles comprender que es de suma importancia para su felicidad. Esta idea
traslada a la utopía y al romanticismo, al intento de traer el
paraíso a la tierra, lo cual produce, como resultado no querido, el infierno. Este pensamiento ha engendrado la
intolerancia, las guerras religiosas y la salvación de las almas mediante la
Inquisición. Nuestra obligación es
socorrer a quienes necesitan
ayuda pero no hacerlos felices,
no depende de nosotros, por lo general resulta una intromisión, indeseable, en la vida de aquellos hacia quienes nos impulsan buenas intenciones. El empleo de medios
políticos para imponer nuestra escala de valores sobre los demás es una cuestión
diferente a la que uno tiene con sus amigos, los cuales pueden liberarse de
nosotros poniendo fin a la amistad. El dolor, el sufrimiento, la
injusticia, y su prevención, son los problemas eternos de la moral
política, pero los valores “superiores”
deben ser excluidos en gran medida de cualquier programa de gobierno y librados al imperio del Laissez faire.
El abandono de la actitud racionalista, la pérdida del
respeto a la razón, a los argumentos y
puntos de vista de los demás, la insistencia en las capas más profundas de la
naturaleza humana, conducen a considerar
a la persona, más que a sus ideas, a la creencia que pensamos con nuestra sangre,
con nuestro patrimonio nacional o con nuestra clase, concepciones
intelectualmente inmodestas que no juzgan las ideas por sus propios meritos.
El irracionalismo también se sirve de la razón, pero sin
ningún sentimiento de obligación, la deja y vuelve a tomarla a su antojo, en
cualquier momento, por ello, para
Popper, la única actitud digna de ser considerada
moralmente justa, es aquella que
reconozca tratar a los hombres como a
nosotros mismos, como seres racionales.
Con su lema “yo puedo estar equivocado y tu puedes tener razón y, con un
esfuerzo, podemos aproximarnos más a la
verdad” promueve la idea de que todos podemos cometer errores, los podemos
encontrar solos, o con la ayuda critica
de los otros, teniendo fe en nuestra razón y también en la de los demás. Popper adopta la actitud contraria al
irracionalismo, insiste en el razonamiento y la experiencia, en la idea de que el adversario tiene derecho
a hacerse oír y a defender sus argumentos, supone el reconocimiento de la
tolerancia, por lo menos de todos aquellos que no son, en sí mismos,
intolerantes: “no se mata a un hombre cuando se adopta la actitud de escuchar
primero sus argumentos”. Su preferencia por el racionalismo critico se halla
vinculada al reconocimiento de la necesidad de
instituciones destinadas a proteger, tanto la libertad de la crítica como la
libertad de pensamiento, con ellas, sostiene,
la libertad de los hombres se da
por añadidura.
Karl Popper, no desaprovechó el baúl de conocimientos que
la vida nos ofrece a diario, buceó en problemas gnoseológicos fundamentales. Nos muestra como
nuestra sociedad occidental debe su racionalismo, su fe en la unidad
racional del hombre y en la sociedad abierta y
especialmente su perspectiva científica,
a la antigua fe socrática y cristiana de la hermandad de todos los
hombres y en la honestidad y responsabilidad intelectuales.
Ojalá este apretado apunte sirva para incentivar la lectura
de su obra y con ello, mejores actitudes y
soluciones, a los inagotables
problemas que trae la aventura de vivir.
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