Apagones, inflación y Covid: la agenda que desplazó al FMI
Sergio Crivelli


En 1906 Frente al Arco del Triunfo Julio Roca le dio una clase de estrategia política a Leopoldo Lugones al que se había encontrado caminando por París. “Es una necedad -le comentó- querer gobernar los acontecimientos. En política nunca se sabe lo que va a suceder. Yo he gobernado con los acontecimientos y creo que en esto consiste la habilidad del político”.
Según esta visión pragmática del arte de gobernar, hay políticos que quieren transformar la realidad y que en la mayoría de los casos fracasan. En cambio, hay otros que se adaptan y la reconducen con mayor probabilidad de éxito. La generación del 80 en general y Roca en particular son prueba de esto último.
Alberto Fernández es un caso rarísimo de presidente que no entra en ninguna de las dos categorías. No intentó transformar y tampoco reconducir la realidad con la que se encontró.
Fue puesto en el cargo por Cristina Kirchner para que hiciera el ajuste macroeconómico que ella y Mauricio Macri habían eludido y supuso que disponía de la astucia suficiente para eludirlo él también. Ignoró o pretendió ignorar que el modelo populista lo exige de manera periódica y que no puede ser evitado.
En los 90 la cumplió Menem, en 2001, Duhalde, y en 2019 le tocaba a él, pero imaginó que podría transferírsela a su sucesor. De manera incomprensible dio por cierto el relato “K” de que el “modelo” de subsidios infinitos, déficit crónico y emisión descontrolada puede durar para siempre. No quiso pagar el costo del trabajo que se le había asignado y terminó paralizado, a la defensiva y a las puertas de una crisis de proyecciones alarmantes.
Esa es la explicación más general de por qué comenzó su tercer año de mandato con reveses cotidianos. Con el colapso del servicio eléctrico en el núcleo electoral del país, con la inflación en el 50% anual y expectativas de 60% para el año en curso, con un rebrote de Covid al que sólo atinó a responder mandando a los empleados públicos a sus casas, y con el embajador argentino en Managua confraternizando con el iraní acusado de ser el autor intelectual de la voladura de la AMIA.
Este último traspié no es atribuible, sin embargo, a ninguna herencia ni a ninguna estrategia de hacerse el distraído. Es producto de una disparatada política exterior con la que cree satisfacer las extravagancias ideológicas de su mandante.
Lo único “positivo” que derivó de tantos errores y dislates fue el desplazamiento de la agenda del problema más acuciante: la negociación por los vencimientos con el FMI que sigue en el mismo callejón sin salida de hace dos años (ver VISTO Y OÍDO).
El resultado de los parches y el vamos viendo quedó a la vista: los problemas no resueltos se agravaron y el colapso parece más cerca. Coquetea con el “default” y la inflación adquirió una dinámica que se ríe de los precios máximos, los cepos a las exportaciones y las tablitas cambiarias.
Mientras se aferre a la ya agotada receta de sus mentores, Néstor y Cristina, sólo le quedará admitir como hizo el miércoles con tono de pesadumbre: “Yo no sé que más nos va a pasar en la Argentina”. Lo dijo como un espectador inocente de toda gestión. Fue el equivalente del “estamos en manos de Dios” de Duhalde. Una confesión de impotencia y fracaso.
Sería sin embargo erróneo suponer que su única estrategia consiste en victimizarse. También intenta involucrar a la oposición, apelando a la colaboración de dirigentes como el radical Gerardo Morales. Insólitamente les pide respaldo para presentar un frente unido ante el FMI, mientras el kirchnerismo socava cualquier posible acuerdo. En ese plano Axel Kicillof le dijo claro el miércoles pasado que “no se puede aceptar el ajuste”.
Esa es la otra gran consecuencia de la “no gestión”. Perdió las elecciones y su aislamiento se acelera cuando faltan todavía dos años para el fin de su mandato.
Cristina Kirchner se mantiene a distancia y un peronismo balcanizado y sin conducción lo descartó como alternativa. Hay encuestas que ya muestran que su imagen negativa supera a la de la vicepresidenta lo que ha vuelto nula su utilidad electoral.
En este marco complejo, sólo cuenta con dos circunstancias favorables: la pasividad o complicidad de las corporaciones -sindicatos, empresarios, Iglesia, medios- y una oposición en estado deliberativo. En Juntos por el Cambio cuenta con el apoyo explícito de Morales y el tácito de Horacio Rodríguez Larreta que tomó distancia del presidente, pero menor a la que tomó Cristina Kirchner. El sector confrontativo de Macri y Patricia Bullrich es de todos modos mayoritario.
Este es el escenario en que las expectativas de poder se van modelando al ritmo de una crisis de pronóstico de incertidumbre creciente.
 Publicado en La Prensa.

 

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