La seguridad, ausencia del Estado
Orlando Litta
Abogado y presidente de la Fundación LibreMente de la Ciudad de San Nicolás, Buenos Aires, Argentina. 


          Independientemente de la doctrina o teoría de la Ciencia Política que se defienda, históricamente la seguridad ha sido el pilar o móvil principal de otorgamiento de poder desde la sociedad hacia el Estado. El Poder nace en el Pueblo, se transfiere a los gobernantes para que estos cuiden nuestros derechos. Para ello se han establecido las garantías constitucionales, en nuestro país prolijamente estudiadas por Alberdi al sentar las bases de nuestra Constitución Nacional.
          Nunca hasta Alberdi, se pensó y organizó jurídicamente la Nación como un todo. Pero esa organización que ideó el tucumano jamás la pudimos desenvolver civilizada y ordenadamente.
          La Constitución con el tiempo se relativizó, dio lugar a distintas y caprichosas interpretaciones, que lógicamente han desembocado en el desorden institucional que padecemos. Tales interpretaciones, por ejemplo, nos han llevado a una confusión sobre el concepto del vulgarmente y mal llamado “garantismo”, dirigiéndonos en el derrotero del abolicionismo penal.
          El educar en instituciones, entendiendo a las mismas como reglas de juego a las que debemos obedecer, es crucial para una democracia. Cuando esta cabalga por sobre o encima de las instituciones, peligra el desarrollo del proyecto de vida de los individuos en una sociedad.
          Nuestra historia demuestra el desprecio que tenemos hacia las instituciones. Ya el viejo aforismo español, “la ley se acata, pero no se cumple”, haciendo referencia al modo en que funcionaban las numerosas, engorrosas y burocráticas Leyes de Indias que regían en la época de la colonia, pone en evidencia una cultura de la que no podemos desprendernos.
          En más de 200 años no hemos podido armonizar un sistema de partidos políticos moderno, no hemos podido establecer la división de los poderes del Estado; ergo no hemos podido armar la democracia.
          La educación como valor en sí misma no interesa, y es solo con educación que se pueden lograr instituciones sólidas; pero para obtener ello debemos tener una sociedad sólida constituida por individuos educados. Tal estadio no ha sucedido a lo largo de nuestra historia, por lo tanto, la sociedad agudiza su enfermedad y el reflejo o consecuencia de una sociedad enferma conduce inevitablemente a políticos insanos en la búsqueda del poder e irrespetuosos de nuestros derechos constitucionales.
          El político nuestro, el que conocemos, emerge de nuestra sociedad, no es un extraterrestre, es terrícola, es un producto nuestro. Dado que el objeto de esta nota, es la ausencia del Estado en materia de seguridad, puede vislumbrarse con nitidez que el máximo responsable de la misma a nivel nacional (Aníbal Fernández) es un ser real, que vergonzosamente existe.
          El narcotráfico se ha infiltrado en nuestras vidas, sigilosamente en el tiempo va dando nacimiento y desarrollo a una economía paralela, clandestina, de negocios ilícitos; cuyo gerenciamiento ya se hace desde las cárceles. Si a tal situación hemos llegado es en virtud de una “alianza” entre algunos (o varios) jueces, policías y funcionarios políticos; caso contrario no habría sido permitida la penetración mafiosa narcotraficante. Los probos tratan de cumplir su labor en ese terreno fangoso, con sus propias luchas internas y errores, soportando el gran peso de no estar respaldados por un sistema democrático serio. 
          Todo se va volviendo gris, difuso, no hay claridad de ideas y proyectos; es como que no se sabe hacia dónde vamos, tenemos la percepción de que navegamos a la deriva.
          Los argentinos debemos dejar de lado esa pésima costumbre que se ha hecho carne en nosotros y se ha tornado cultural, la de “ir llevándolas a las cosas”; es decir “acompañándolas” para que todo siga igual mientras podamos sobrevivir económicamente. Tenemos que pasar al terreno de lo previsible en el tiempo, la “previsión en las cosas” nos dará cosechas de instituciones firmes, estables. Es largo el proceso, pero es imprescindible comenzar, la familia y la escuela se tornan pétreas columnas en la ciclópea tarea.
          Entiendo que, para que el valor de la libertad de las personas pueda dar frutos en sus vidas, el mismo debe ser celosamente protegido por la seguridad jurídica que debe brindarnos el Estado. Desde sus orígenes es la política de Estado más importante por la cual le cedimos el poder. 


 

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