La prisión en la que vive Argentina
Carlos Mira
Periodista. Abogado. Galardonado con el Premio a la Libertad, otorgado por Fundación Atlas para una Sociedad Libre.


Visto a la distancia parece increíble que un conjunto de individuos libres, racionales y pensantes hayan podido creer el verso del “Gambito de Mayo de 2019” cuando la Reina madre puso su dedo sobre la frente de Alberto Fernández anunciándole al mundo que había designado a su sanguinario crítico por los anteriores 10 años como candidato a encabezar la fórmula que la llevaría a ella como candidata a la vicepresidencia.
Estaba tan claro que aquella era una maniobra de estafa para esconder en el caballo de Troya de Fernández el regreso del kirchnerismo duro al poder que solo una ciudadanía zombizada podía morder esa carnada venenosa.
Hace poco, conversando con amigos que tengo fuera del país donde vivo alternadamente, me preguntaban si las elecciones en la Argentina eran “libres”.
Porque en su entendimiento no cabía la idea de que una población despierta e inteligente votara semejante conjunto de delincuentes, como lo había probado holgadamente su anterior paso por el poder.
El punto es interesante porque lo primero que a uno le viene a la mente responder frente a esa pregunta de un extranjero es decir “si, las elecciones son libres (open elections)”. Pero cuando uno regresa sobre sus propios pasos mentales y piensa una vez más la respuesta, surge la duda: ¿son libres las elecciones en la Argentina?
Un reciente estudio de la actual diputada de JxC Sabrina Ajmetchet (“El Peronismo Menos Pensado”, Eudeba, Buenos Aires 2021) demuestra cómo Perón, ni bien asumió el poder en 1946, se dedicó personalmente a rediseñar todo el orden jurídico electoral de la Argentina para hacer realidad su sueño de un peronismo hegemónico al que la oposición prácticamente no pudiera, en principio ganarle, ni tampoco que le fuera posible gobernar en el hipotético caso que se diera el milagro de que, bajo la nueva institucionalidad electoral peronista, pudiera ganar una elección.
Ese fue un trabajo hecho a conciencia, con proyección de futuro, para imponer el peronismo para siempre en la Argentina.
Una de las características principales de esa concepción, fue la de cambiar el sentido saenzpeñista del concepto de “ciudadano” que la Argentina había sostenido antes de la mismísima ley Sáenz Peña por imitación de lo que ocurría en la Europa Occidental y en los EEUU y, luego de la ley, obviamente por el propio imperio de ésta.
Según esa cosmovisión la sociedad estaba integrada por un conjunto de individuos libres, diferentes, civilizados y autónomos que, en base a decisiones raciónales, elegían en el momento de las elecciones lo que creían era lo mejor para el país.
Este concepto coincide con el que mis vecinos extranjeros están acostumbrados a convivir. Por eso no pueden entender cómo ese conjunto de individuos libres pueden elegir conscientemente a un conjunto de asaltantes para que los gobiernen.
Las reformas electorales de Perón (que nunca nadie cambió) sustituyeron el concepto de la sociedad compuesta por individuos libres, autónomos y diferentes por el concepto de “comunidad organizada”, según el cual los individuos están sometidos a la supremacía del todo.
En realidad toda la concepción del orden jurídico peronista se sometió a esa premisa. Pero primero y antes que nada fueron las leyes electorales las que se modificaron.
Cuando la Argentina había adherido a la idea del ciudadano individual y autónomo, por supuesto que era consciente que al argentino medio le faltaban elementos de formación para que ese ideal que se veía en espejos extranjeros se hiciera realidad aquí.
De allí la desesperación sarmientina, por ejemplo, para educar al ciudadano. La educación sería la herramienta para transformar a la población en “ciudadanía”.
Perón se propuso, con éxito, desandar ese camino y transformar a la ciudadanía en rebaño (en una especie de increíble rewinding de la historia) y nadie luego de él intentó siquiera volver al señorío del individuo autónomo.
Por eso la respuesta a la pregunta sobre si las elecciones son “libres” en la Argentina debería ser negativa: las elecciones no son libres. Perón, consciente de que un modelo autoritario al estilo de los que acababan de perder la guerra, era intragable para el mundo en un país plenamente “occidental” como la Argentina, camufló bajo reglas que aparentemente respondían a las tradiciones liberales, un orden jurídico de servidumbre, antiliberal, que perdura hasta hoy.
Que el país esté preso hoy de una verdadera bolsa de gatos (como lo estuvo ya en el pasado siendo rehén de las trifulcas internas del peronismo que lo llevaron incluso a una verdadera guerra civil, como en realidad fue el enfrentamiento de los ‘70) no debería sorprendernos si analizamos las piezas legales con que Perón confeccionó lo que él mismo llamó la “Nueva Argentina”.
En ese huevo de la serpiente deben buscarse las respuestas a los múltiples interrogantes de hoy.
Naturalmente el kirchnerismo no ha venido sino a empeorar la cosas o, mejor dicho, a retrotraer al peronismo de los ‘90 a lo que era el peronismo original, en sus facetas mas autoritarias y antidemocráticas.
El Gambito de Mayo de 2019 no fue otra cosa que un engaño para aprovechar el carácter “no-libre” de las elecciones en la Argentina (porque quienes votan no son ciudadanos autónomos sino ovejas de un rebaño) y con eso hacer tragar el verso de la “moderación” y del “cambio del kirchnerismo” para volver al poder con la pretensión de instalar nuevamente un proyecto hegemónico.
Un ciudadano racional y autónomo habría descubierto el engaño fácilmente. Pero la mejor prueba del éxito peronista en cambiar la estructura mental del votante es cómo se dio el resultado de noviembre de 2019.
El problema es que aún dentro de su paupérrima debilidad el presidente cree que puede ejercer un poder que todo el mundo le desconoce, empezando, claro está, por quienes lo han puesto en ese lugar.
A partir de esa creencia y de la innegable decisión de la familia Kirchner y de su desprendimiento político -La Cámpora- de diezmar el poder del presidente, el país se dirige -otra vez por culpa del peronismo- a un escenario de desasosiego económico, mezclado con ineficiencia, impericia, zancadillas propias y guerras sordas y encubiertas, que solo puede hacerle la vida más difícil a los argentinos.
Solo el fenómeno que explicamos más arriba torna entendible que un conjunto de votantes elija “libremente” lo que lo perjudica. Pero esa es, lamentablemente, la realidad que le tocará vivir a la Argentina mientras que alguien -a quien podríamos llamar un “antiPerón”- no tome el toro por las astas y deshaga por completo el orden jurídico fascista que nos trajo hasta aquí.

Publicado en The Post.

 

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