La inflación del 6,7% aumentó la presión sobre el gabinete
Sergio Crivelli


La inflación record de marzo funcionó como la proverbial patada al hormiguero. Todos los sectores del peronismo, político, sindical, empresarial, comenzaron la carrera por ubicar a sus representantes en el futuro gabinete, en vista de que el actual ya parece insostenible, a pesar de que Alberto Fernández postergue la hora de reformularlo. Guzmán, Kulfas y compañía no tienen ni ideas, ni respaldo político para encarar con algún éxito un plan de estabilización. Mantenerlos es condenarse a la derrota el año próximo.
La que está en la primera línea de partida de esa carrera es Cristina Kirchner que paga el costo político de la inoperancia de Alberto Fernández y pretende que sus subordinados sean los que manejen la economía. La vicepresidente está tan enfrentada con quien puso en la Casa Rosada que aprovecha hasta foros internacionales para fustigarlo. Esa desubicación sirve para medir su grado de deterioro. Antes el que deambulaba perdido era el presidente; ahora se le sumó la vice.
Cristina Kirchner no quiere desplazarlo, sino limpiarle el gabinete y mantener las cajas. Lo que se ignora es si Fernández terminará cediendo como ocurre habitualmente. Si elegirá el camino de la liberación o el de la dependencia para ponerlo en términos peronistas.
Lo que se sabe, en cambio, es que seguirá poniendo la cara, porque es el único imprescindible como dijo su vocero Santiago Cafiero y, además, que ningún gobierno peronista se va antes de término como dijo el muy oportuno Agustín Rossi.
La confusión sobre en qué terminará el conflicto aumenta, porque tampoco en el campo de la vice los criterios parecen unificados. No opinan lo mismo sobre el recambio los camporistas dirigidos por Máximo Kirchner que, por ejemplo, Axel Kicillof (ver Visto y Oído).
El gobernador bonaerense lanzó a media semana con el propósito de diferenciarse de Alberto Fernández una serie de medidas para bajar los precios que en el mejor de los casos pueden ser consideradas antediluvianas. Como ha quedado demostrado hasta el hartazgo los controles y manipulaciones son inútiles y hasta contraproducentes, pero los viejos hábitos tardan en morir.
El deterioro político del Frente de Todos es tan fuerte y las expectativas inflacionarias tan alarmantes que lo único en lo que todos coinciden es en anotarse en la carrera por puestos de poder. Los gobernadores peronistas, desde el CFI como lo hacían en la crisis de 2001. Tenían planeado reunirse el martes pasado, pero decidieron postergar el encuentro una semana a la espera de alguna decisión del presidente.
En esa corporación hay gobernadores con ideas propias sobre qué rumbo económico tomar, como Jorge Capitanich, y gobernadores alarmados por el efecto electoral de la anarquía en curso como Gerardo Zamora. Creen que CFK ya entró en el ocaso, pero no ven un liderazgo alternativo.
En el círculo rojo, en la UIA especialmente, crece la idea de Sergio Massa como ministro de Economía o jefe de gabinete. El diputado mantiene el diálogo con Máximo Kirchner pero es demasiado “market friendly” para el paladar K, además de poco confiable en materia política. Dispone de un considerable aparato de prensa y difusión.
Por último los sectores sindicales han comenzado también a hacer su propio juego con independencia de las necesidades del gobierno. Además de conseguir paritarias a más corto plazo, los aumentos salariales rondan el 50% (los camioneros reclaman 80%), lo que asegura un piso altísimo a la inflación anual. Para ver comportamientos similares en un gobierno peronista no hay que remontarse a 2001 sino más atrás: al rodrigazo.
En este marco de falta de conducción política y variables macroeconómicas en fuga Cristina Kirchner, que es quien tiene la mayoría accionaria del oficialismo, enfrenta otro problema no menor: su relación con la Justicia. La vice va perdiendo la pelea con la Corte Suprema por el control del Consejo de la Magistratura y planteó un conflicto de poderes.
A través de su vocero habitual, el senador Parrilli, declaró inconstitucional un fallo de la Corte y aumentan las dudas de si serán designados los legisladores por la minoría que deben incorporarse al nuevo consejo de 20 miembros. Esos nombramientos son competencia de ella y de Massa.
La estrategia de la vice frente a la pérdida del consejo es la misma que la de su defensor Alberto Berardi en los tribunales: ganar tiempo. Pero el conflicto de poderes no se puede estirar indefinidamente.
El misterio comenzará a develarse esta semana si, como se prevé, Horacio Rosatti asume la presidencia del organismo. La pérdida de control del consejo sería una derrota política de pronóstico reservado para alguien con un futuro complejo en el fuero penal.

Publicado en La Prensa.


 

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