Martirio y milagro
Dardo Gasparré
Economista.


Hace dos años y ocho meses el pueblo argentino elegía en las PASO por amplia mayoría la fórmula peronista Fernández-Fernández, del Frente de Todos. Evidentemente el modelo planteado por Cambiemos en sus casi cuatro años previos de gestión presidencial con minoría legislativa no había logrado ni convencerlo ni representarlo. Casi al unísono se inició la estampida financiera que hizo explotar el riesgo país, paralizó el crédito externo y la inversión y creó una presión insostenible sobre los ahorros en dólares y el tipo de cambio, al punto que el propio partido ganador pidió que se instaurara algún formato de cepo cambiario para evitar la quiebra instantánea. 
El expresidente Macri lo resumió con urgencia y torpeza, pero con exactitud cuando declaró: “eso votaron, eso tienen”, frase por la que fue duramente criticado. También explotaron los tuits calificándolo como el peor presidente de la historia, y muchos analistas y consultores pidieron adelantar las elecciones generales, cuando no el impeachment del presidente. 
Luego de dos años de gestión del binomio finalmente vencedor, que aplicó una política claramente en línea con el pensamiento (de algún modo hay que llamarlo) de la vicepresidente, como puede comprobarse en los comentarios de todos los medios entre 2020 y 2021, parece haber consenso sobre que el culpable exclusivo de haber agravado hasta lo insoportable la herencia recibida, (versión número 9.837 de la historia nacional) es el presidente Alberto Fernández. La columna se explayó sobre la jugada vicepresidencial de lavarse las manos tipo Pilatos (para estar a tono con la celebración pascual, seguramente) con su enojo histriónico e histérico, culpando al primer mandatario por cumplir a pies juntillas sus órdenes o prohibiciones. La sociedad argentina no se cansa de ser agraviada y subestimada. 
Confirmación de ello es que la prédica de la apóstol de Puebla ha rendido frutos porque casi unánimemente periodistas que lucían serios han comprado (o vendido) su argumento y han descubierto súbitamente que no basta con ser investido de los atributos presidenciales para ser presidente, o sea, que el resultado electoral no cuenta si a Cristina no le conviene, un concepto despótico y dictatorial, en línea con el paradigma universal que rige y regirá la dialectodemocracia neomarxista. 

Redención bobalicona

Además de gatillar una inmerecida y bobalicona redención de la vice, y de abrir la puerta a un nuevo reciclaje del concepto del peronismo bueno que salva a la sociedad del peronismo malo, la idea, transformada ya en una polución colectiva, ha evolucionado hasta convertirse en un clamor, que desde calificar a Alberto Fernández como el peor presidente de la historia –mérito que esta columna no intentará disputarle– pasa a pedir/predecir su destitución o renuncia para ser reemplazado por algún mago salvador designado por una Asamblea Legislativa que, sin embargo, sólo puede existir si también renuncia, fallece o es destituida la vicepresidente, cosa que será algo complicado que haga, en el caso de la renuncia,  sin haber obtenido seguridades o lealtades en el sistema judicial que le aseguren impunidad, junto a otras lealtades financieras internacionales. 
Luego de ese paso, se construye, siempre en el imaginario interesado y en el amateur, un llamado a elecciones, en el que los partidos opositores o de alternancia –que tampoco se han lucido ni en la administración de lo que les tocara en suerte ni en la construcción de ideas y que además no han tenido tiempo ni de esbozar sus planes, plataformas, propuestas, discursos, equipos y demás- participarán aportando sus ideas salvíficas instantáneas o de mediano plazo (6 meses). 
Todavía en un paso de voluntarismo más audaz, se supone que en esos dos años el pueblo todo ha reflexionado y ahora sí está preparado para aceptar que el camino de la resurrección pasa por el trabajo, el mérito, el esfuerzo, la inversión, el riesgo, el éxito, el conocimiento, y, además, para cambiar el rumbo hacia una filosofía de libertad, competencia, propiedad privada, grandeza y patriotismo. Y entonces, estará preparado para tomar nuevos rumbos y, por ejemplo, pagar por el kilovatio lo que el kilovatio vale, o no subsidiar a piqueteros, ni trans, ni straights, ni artistas, ni periodistas, ni cocineros, ni jugadores de fútbol, ni exiliados, ni ninguna otra reivindicación o percepción. Menos aún a amantes con cargos oficiales. Y mucho menos sostener a raros ministerios inútiles colmados de burócratas también inútiles.  También a sancionar el delito con la cárcel, a erradicar la corrupción generalizada, a restaurar la justicia deliberadamente prostituida y devaluada, a aprobar a los estudiantes que estudian y a reprobar a los que no, a echar a patadas a los mapuches guerrilleros, terroristas e invasores.  O sea, tras haber sido martirizada hasta el escarnio, Argentina está de nuevo en búsqueda de un milagro, que se supone instantáneo y que está a la vuelta de la esquina, en manos de algún iluminado, sea presidente delegado o primer ministro, o peor, Massa. Siempre innovando, siempre embaucados. 
Conmueve y asusta que se piense así. Si bien la esperanza es la esencia misma del pensamiento social de la humanidad, y ciertamente de toda la construcción política y democrática, la seriedad, la sensatez y el sentido común no son optativas en semejante proceso. Es comprensible que amplios sectores castigados, despojados, avasallados, confiscados y robados, hartos ya de semejante humillación y de tantas mentiras, se alcen con un grito de rebelión ante el atropello y la injusticia ya sistémicos. Pero no es aceptable que quienes se consideran voceros, guías o conductores de esos sectores se monten en esa búsqueda que siempre terminará en la misma decepción: consagrando cada cuatro años al peor presidente de la historia, con razón o sin razón, con causa o sin causa. O subiéndolo a bordo de un helicóptero virtual o real, da igual. Aunque comúnmente sean esos mismos personajes los milagreros que fomentaron esperanzas incumplibles, mucho menos sin un duro esfuerzo previo. 
La crisis argentina no es sólo económica, ni política, ni social, ni aun moral, aunque se sufran todas ellas. La crisis argentina es el infantilismo que hace creer en los milagros, en los milagreros, en el estado que reparte bicicletas, motonetas y máquinas de coser, para usar un viejo ejemplo del manosanta supremo. Se puede sostener que también el resto del mundo va por ese camino, y que también el resto del mundo va hacia la misma pobreza, la misma inflación, la misma miseria, la misma violencia y el mismo final. Pero eso no cambia la definición ni el análisis. Duele mucho más porque el país tenía todas las condiciones para no seguir ese rumbo de mediocridad y fracaso. Pero la ciudadanía decidió escuchar por sistema a los políticos que se llenan las manos y se lavan las manos. También, como en todo el mundo, eso votaron. Eso tienen. 
La casa no está en orden. La casa padece sus propios errores, su propio facilismo y su propia inocencia. La casa pudo tenerlo todo y no tiene nada, salvo odios. La casa es tan extraordinaria y contradictoria que hasta tiene un Papa. Pero es Bergoglio. 
Tras el martirio renace la esperanza del milagro. Pero no es éste que esperan, ni de este modo. 
Felices Pascuas.

Publicado en La Prensa.

 

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