La inesperada oportunidad del país más gravoso del mundo
Matías Olivero Vila
Abogado
y Contador. Presidente de Lógica Argentina.
Según la investigación “Doing Business” del Banco Mundial y su ranking “Total Tax and Contribution Rate” (TTCR), desde 2015 Argentina, dejando de lado las ignotas islas Comoras, es el país donde se pagan más impuestos en el mundo en el sector formal de la economía (los que operan “en blanco”).
Puesto 189, con un 106%. Significa que en el ‘caso testigo’ tomado como base (una típica PyME con un margen bruto de ventas del 20%), los impuestos totales (numerador) se consumen las utilidades (denominador) y algo del capital. Es lógico, en Argentina es imposible operar con ese 20% de margen que, en mayor o menor medida, sí funciona en el resto del mundo. Por ello las empresas deben elevar sustancialmente los precios de sus productos para absorber la exorbitante carga impositiva que, en general, supera el 40% (en varios rubros, con creces) de los precios pagados por los 45 millones de argentinos.
Argentina lleva 15 años superando el 100% (entre 106% y 137%). Países como Sierra Leona, Burundi, República Centroafricana, Congo y Gambia también superaron el 100% en la última década, pero supieron salir de esa ‘zona roja’ antes de 2015. En cada uno de esos 15 años la calificación recibida por Argentina, en una escala de 0 a 100 puntos, ha sido “0,0″ (cero coma cero). El Banco Mundial ha llegado a esa conclusión como resultado del análisis de su equipo Doing Business, asesorado por una de las auditoras más reconocidas (PWC), más de mil tributaristas de 190 países (11 de Argentina) y habiendo recibido los reclamos de los funcionarios de cada país, Argentina incluida, luego de haber revisado el informe antes de su publicación.
En nuestro primer trabajo sobre “concientización fiscal” (febrero 2020) decíamos que encontrábamos una explicación en la conocida alegoría de la rana hervida. Originariamente elaborada por Marty Rubin, fue popularizada por el pensador Olivier Clerc. En una primera cacerola, las aguas se calientan a fuego lento. Al principio la rana nada tranquilamente; cuando comienzan a caldearse, le provoca fatiga; al calentarse más ya no tiene fuerzas para saltar, se limita a aguantar y adaptarse; y en el punto de hervor, la rana muere. Distinta es la rana sumergida en una segunda cacerola con agua hirviente, en cuyo caso, con sus fuerzas intactas, es capaz de saltar de una zancada.
Clerc sostiene que esta alegoría es aplicable a los más distintos ámbitos. Nuestra conclusión es que Argentina no es el país más gravoso sólo por los poderes legislativos y ejecutivos de turno, sino por el “ecosistema fiscal” en su conjunto; algunos siendo principales responsables y otros siendo influyentes por una actuación que, por acción u omisión, es funcional al último puesto fiscal. En las próximas notas trataremos la cuestión fiscal en cada uno de los sectores de dicho ecosistema.
En el último par de años, ha habido cambios de actitud en el “ecosistema fiscal”. Incipientes, pero cambios al fin. Clerc menciona cuatro requisitos para que el efecto de la rana hervida se produzca: “el deterioro [debe ser] lento, tenue, casi imperceptible” y darse “en un proceso muy largo”. Pero en los últimos años el deterioro tributario se agravó bajo los opuestos: fue rápido, profundo, ruidoso y en un plazo corto, dando lugar al que podríamos denominar el “período del dislate fiscal”. Cuando ya se había superado el punto de ebullición (106%), una sucesión de impuestos evaporó negocios, cerró empresas y causó que muchas familias de alto patrimonio “saltaran el charco”. La cacerola se calentó a una velocidad mucho mayor que la que la rana podía soportar. No hubo más tiempo ni lugar para la adaptación.
Además, este proceso tuvo otra característica: la periodicidad de las reformas. Cuando finalizaba el debate de una daba comienzo el de otra. El dislate fiscal está siendo muy nocivo para el país en el corto plazo. Pero a mediano y largo plazo está teniendo, como efecto colateral positivo, que la cuestión fiscal ha estado en discusión casi todo el tiempo, causando la toma de conciencia por sectores cada vez más amplios de nuestra sociedad, más allá del ámbito fiscal.
En nuestra historia más o menos reciente, todo proceso de concientización exitoso tuvo un hito que lo “gatilló”. El proceso de consolidación democrática y el de los derechos humanos de los ‘80, tuvieron su hito en el “Nunca Más”. El movimiento por la igualdad de género lo tuvo con el “Me Too” internacional y local. Hay más ejemplos. Y el proceso de concientización fiscal se empieza a gatillar con el hito del “Dislate Fiscal”.
Decía Churchill después de Alamein que “este no es el final, ni siquiera es el principio del final pero quizás sí sea el final del principio”. Es probable que el dislate fiscal sea visto en unos años como el final de la tolerancia al exceso, como el que provocó el punto de inflexión en nuestro sistema fiscal (régimen tributario y gasto público) para dejar de ser el país más gravoso del mundo y convertirse en un país fiscalmente normal. El momento luego del cual se empezó a apagar la hornalla fiscal, utilizando la razonabilidad y el sentido común como extintores.
Este proceso de concientización será largo y arduo, pero necesario. Hasta ahora, el prejuicio que toda reforma pro-inversión ha sido para beneficio de un sector en detrimento de otro y no para beneficio del país entero ha sido más fuerte. Por ello cuando se intentó hacer reformas pro-inversión, el ecosistema fiscal terminó dando marcha atrás al poco tiempo (reforma de 2017, consenso fiscal, régimen de economía de conocimiento, etc.). De allí lo esencial de la concientización previa. Ha quedado claro que el sector político (de ambos signos) por sí solo no ha podido o no ha querido, por lo cual, más allá de las nuevas voces en el Congreso, será necesario contar con el aporte y esfuerzo coordinado del sector privado y del tercer sector (ONGs), en especial de este último que ya viene trabajando y no está comprometido con cuestiones políticas ni de coyuntura.
Un par de cuestiones permiten ser optimistas. Primero, nuestra sociedad ha demostrado en aquellos otros casos que son bien permeable a asimilar datos y argumentos. Cuando se combinan la razonabilidad con una buena comunicación, nuestra sociedad adhiere. Segundo, toda vez que en Argentina se inició un proceso de concientización importante, el mismo culminó en el otro extremo del péndulo. Así, cuando se escucha “golpe de estado”, “tortura” o “violencia de género” el rechazo emocional de nuestra sociedad es tajante, sin medias tintas, al nivel de malas palabras. El mismo efecto que a la luz de las graves consecuencias que ha causado nuestro sistema fiscal (recesión, inflación, pobreza, etc.) debería causar la sola mención de “creación o aumento de impuestos”. Salvando las sensibles diferencias entre las materias, el caso fiscal cuenta con argumentos de mayor peso relativo. Porque en aquellos otros casos, la comunidad internacional no estaba señalando a la Argentina como el peor país del mundo, como sí lo hace en materia fiscal desde 2015.
Por todo ello se nos presenta esta oportunidad tan inesperada como inédita en el país más gravoso del mundo, a partir del caldo de cultivo positivo generado como consecuencia de la toma de conciencia del dislate fiscal. Inesperada en cuanto paradójica, al haber sido generada “gracias” a esta sucesión de medidas fiscalistas.
La conclusión de siempre: nuestro sistema fiscal empezará a cambiar sólo después que se lo asuma como el más gravoso por todos los niveles y sectores de nuestra sociedad. Cuando mirando las luces y sombras del paisaje argentino veamos, de izquierda a derecha, al Valle de la Luna, al Tango, al Papa, al Cerro Champaquí, al Sistema Tributario más Gravoso del Mundo y al Nahuel Huapi. Concientización fiscal hasta que se confunda con el paisaje. Y a la mañana siguiente de ese día nuestro sistema fiscal empezará a cambiar.
Publicado en INFOBAE.
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