Elon sólo es la infantería
Karina Mariani
Directora del CLUB DE LOS VIERNES Argentina.


El caso de la venta de Twitter ha dejado a la progresía mundial asustada como merluza en Semana Santa. No es que Twitter sea la red social más utilizada, ni la más exitosa, ni la que deja mayores beneficios económicos. Tampoco es que se trate de la primera vez que una red pasa de manos entre multimillonarios. Twitter no es relevante para el mundo salvo, claro, para la totalidad de las personas a las que nos interesa la política.
Twitter es el ágora por antonomasia, un laboratorio plebiscitario, una extraña cloaca donde esta retorcida porción de humanos nos encontramos para discutir despatarradamente sobre el Estado, los gobiernos, el poder y sus miserias. Es, en consecuencia, un foro donde los ciudadanos pueden dirigirse a las personas con más poder en el mundo, pueden implantar agenda y pueden interpelar a las élites.
La compra de Twitter por parte de Elon Musk ha encendido las alarmas ante la posibilidad, aún latente, de que se haga una rasgadura sobre el lienzo de la narrativa cultural global que viene pintando en solitario la izquierda. Esa famosa hegemonía (tan hegemonía que usamos sus propios términos) de la que han disfrutado en las últimas décadas, y muy sólidamente desde que empezó este siglo. La megalomanía adquisitiva de Elon Musk sacudió las bases de la política mundial, mucho más que muchos procesos eleccionarios, lo que demuestra que “los políticos” como colectivo, no son los únicos que mueven piezas en este tablero.
Musk es la infantería de una batalla cultural que tal vez ni le interese. Pero ha hecho de su jugada de negocios una cruzada por la libertad de expresión y se merece el reconocimiento.
La venta de Twitter es un eslabón del sutil y sinuoso retroceso que viene experimentando el progresismo en estos días, casi exclusivamente por los pecados de su propia angurria. La reducción de suscriptores y del precio de las acciones de Netflix o Disney también fueron un duro golpe, así como la transmisión de los Óscar que viene perdiendo audiencia año tras año. Son muchas las empresas que optaron por transformar sus contenidos en adoctrinamiento y lobby antes que en productos que generen ganancias. Las vidrieras de la izquierda pierden influencia.
Musk es la infantería de una batalla cultural que tal vez ni le interese. Pero ha hecho de su jugada de negocios una cruzada por la libertad de expresión y, justo es decir, que se merece el reconocimiento. En paralelo, una serie de movimientos torpes y desatinados tuvieron lugar para ir en contra de dicha libertad. Empezando por la Unión Europea que acaba de dictar la Ley de Servicios Digitales, para las compañías tecnológicas que operen en el mercado europeo y cuya capitalización bursátil sea superior a 75.000 mil millones de euros. La UE tendrá la potestad de imponer sanciones si cree que una compañía ha incumplido sus normativas. Thierry Breton, el comisionado de la UE para el mercado interno, empuñó su largo dedo índice para sermonear a Elon Musk y le advirtió que la falta de cumplimiento de sus flamantes normas ponía en riesgo la existencia de la app en suelos europeos: “La situación cambió en Europa. Somos el primer continente que impone obligaciones a las plataformas para que tengan el derecho de operar con nosotros. (…) Eso es así, cualquiera sean las veleidades de sus propietarios y sus consejos de administración”, sentenció Breton, “El nuevo propietario de Twitter tendrá que respetar nuestras leyes sobre la actividad numérica, así como ya respeta nuestras reglamentaciones para la construcción de su fábrica” dijo y recordó, nostálgico, que Bruselas siempre mantuvo relaciones muy constructivas con Twitter, “incluso en momentos difíciles como durante la pandemia de Covid-19 o la invasión del Capitolio en Washington”. Se entienden claramente las añoranzas del sobreactuado burócrata.
Saludó la iniciativa europea Barack Obama, cuándo no, y fue un poco más allá pidiendo una mayor regulación porque, según el expresidente, la proliferación de medios de comunicación ha llevado a una fragmentación de la narrativa (¿la narrativa de quién, Barack?). Sostuvo que la gente no es capaz de distinguir entre los hechos, la opinión y la ficción, porque se ve que considera que la gente no es como él, que es superior, claro.
Subrayó Obama que el principal problema para el debilitamiento de las democracias es la forma de consumir información y, en consecuencia, la solución sería obligar a las plataformas mediante regulación gubernamental a que frenen la difusión de la “desinformación”. Para Obama la información no supervisada está generando dudas en los votantes, haciéndoles perder la confianza en sus líderes, en los tradicionales medios de comunicación, etc. Pocas veces el cinismo fue tan evidente.
No se quedó atrás, Hillary Clinton quien también felicitó la nueva ley: “Durante demasiado tiempo, las plataformas tecnológicas han amplificado la desinformación y el extremismo impunemente”, tuiteó Clinton, que agregó “la UE está preparada para hacer algo al respecto. Insto a nuestros aliados transatlánticos a impulsar la Ley de Servicios Digitales hasta el final y reforzar la democracia mundial antes de que sea demasiado tarde”.
Notable declaración de quien mintió sobre la colusión entre Trump y Rusia, y no pudo explicar las espías y manipulaciones hechas durante la campaña presidencial. Tal vez, tanto Obama como Clinton, deberían pensar si no tienen que ver sus turbulentas formas de tratar la información cuando estaban en el poder con el hecho de que la gente no confíe en las élites, en lugar de pedir más poder para censurar y cancelar.
Uno de los peligros que ve la izquierda en la nueva dirección de Twitter es que se ponga fin a lo que se denomina “shadow banning” que silenciaba las cuentas que iban contra el consenso socialista
Para no ser menos, múltiples organizaciones de derechos humanos denunciaron a Musk por querer imponer la libertad de expresión, cosa que parece un delirio y mucho más considerando que esto lo pregonan a viva voz. Sostienen que la libertad de expresión no tutelada (por ellos, se entiende) habilita discursos de odio. Descuentan, estas organizaciones, que la verdad es una sola, la propia, que no debe ser cuestionada. Amnistía Internacional encabeza la movida seguida por Human Rights Watch, y por la Unión Estadounidense de Libertades Civiles (ACLU), que ha recibido gustosa las donaciones de Elon Musk pero que ahora se ha volcado a litigar a favor de los terroristas de Antifa y Black Lives Matter.
Muchos medios como The Washington Post o The New Yorker también han hecho oír sus quejas, a pesar de tratarse de medios que son propiedad de millonarios y que han propagado cantidades infinitas de fakes y censura, justo lo que critican del nuevo Twitter de Elon, pero es que estos males no son condenables si los ejerce la cúpula bienpensante. Todas estas instituciones han sido permeadas por la cultura woke lo que demuestra, una vez más, que la batalla cultural se juega en infinitos tableros, que a la larga se coordinan.
Uno de los peligros que ven en la nueva dirección de Twitter es que se ponga fin a lo que se denomina “shadow banning” que se aplicaba arbitrariamente a los usuarios que no coincidían con la línea ideológica de la red y que silenciaba los mensajes y las cuentas que iban contra el consenso socialista. Hace unos pocos años diversas cámaras ocultas y entrevistas en vivo, confirmaron la existencia de algoritmos que censuraban a los usuarios que confrontaban con la izquierda. Las grabaciones mostraban a ingenieros de la empresa afirmando que: “La idea de una censura silenciosa es que te permite expulsar a alguien sin que sepa que le has echado, porque puede seguir escribiendo pero nadie ve lo que escribe. Simplemente se creen que nadie interactúa con ellos, cuando en realidad nadie les está viendo”.
La noticia sobre la computadora de Hunter Biden que fue dada por falsa por los grandes medios, volvió a ver la luz y se reconoció su veracidad gracias a la red social.
Muchos usuarios ofendidos han dicho que iban a abandonar sus cuentas, pero la maniobra es difícil. Twitter es una plataforma con una extensión y llegada consolidados y es además adictiva. Cuando expulsaron a Trump, cantidades enormes de cuentas trataron de migrar a Parler, Gethr, etc. y finalmente volvieron a la red del pajarito, que ha revolucionado el debate público al poner al alcance de todos las arrobas de líderes y poderosos.
No importa quién maneje o conteste los mensajes, la posibilidad de comunicación directa y al mismo nivel con políticos, empresarios, artistas o periodistas es revolucionaria. Lo mismo pasa con los medios de comunicación, Twitter habilitó un nuevo tipo de periodismo que en pocos años modificó la creación de noticias. Actualmente es la red la que provee contenido, inmediatez, exclusividad y la profusión de especialistas y cronistas que son capaces de poner en duda e incluso humillar las coberturas de medios tradicionales. Obama entiende bien el problema y hace bien en estar preocupado.
Si la producción y difusión de información ya estaba en debate, Twitter le dio una linda mano de bleque al mostrar que no se necesita gran infraestructura ni nombres famosos para brindar noticias. Desde que se inició la red social, periodistas y medios sobrepagos pasaron a tener mucha menos audiencia, publicidad e influencia que cuentas o influencers más adaptados a las nuevas tecnologías. Hoy, los otrora importantes medios tradicionales, son meros apéndices de lo que pasa en las redes. Su público, si algo les queda, pronto habrá dejado de votar.
La manipulación y las fakes son taras propias de la acción periodística, las redes no inventaron nada. Pero la diversidad de opiniones y de fuentes, sumada a la inmediatez de los hechos, brindan mayor competencia y al público más herramientas. Eso empezó a tener claros efectos en el humor social. Coberturas que eran dejadas de lado, agendas que eran suprimidas, noticias censuradas, todo vio la luz y ganó relevancia a pesar de los poderosos.
Para muestra basta un botón: la noticia sobre la computadora de Hunter Biden que fue dada por falsa por los grandes medios y censurada sistemáticamente, sin embargo volvió a ver la luz y se reconoció su veracidad. Ya perdieron poder de veto, ni pensar que podría pasar con aires más libres.
En la medida en que se vuelve más desesperada, la izquierda hace cosas tácticamente estúpidas y ridículas para despertar a la gente que no está en Twitter
Las reacciones desconsoladas de los últimos días sirven para entender por qué enloqueció tanto la izquierda en todo el mundo. Existe una enorme inversión en jugadores, narrativas, instituciones y políticas que lleva muchos años en acción.
Algunas de estas fuerzas son sutiles, ingrávidas, colaterales e inconscientes. No se trata de conspiraciones sino sólo de largar a correr infinitas bolas de nieve, muchas de las cuales perecerán pero serán absorbidas por otras mayores y finalmente tenemos personas razonables apoyando las ridiculeces woke más inefables por inercia, por cansancio o por no perder un trabajo o una amistad. Si todo esto se enlazó es porque la agenda y la impronta la marcaban ellos. Este entramado no está acostumbrado a las fisuras, apenas se rompe, reaccionan como desaforados.
Por lo demás es necesario reconocer que crear agenda y sostener la iniciativa es un trabajo que la derecha desprecia y que rara vez está dispuesta a encarar. Más bien anda yendo siempre a la defensiva y sólo pone el freno cuando el desmadre es casi irreversible.
Nadie sabe qué hay en la cabeza de Musk y cuánto de todo esto se sostendrá en el tiempo, pero el logro de haber puesto a la izquierda a la defensiva y reaccionando es un hecho inédito que debería servir de aprendizaje. Si la progresía se defiende, entonces no ataca y lo mejor de todo, se apresura a combatir en una posición para la que no tiene entrenamiento. La izquierda no sabe perder, y si se ve obligada a enfrentar insurrecciones a su consenso, lo hace con muy pocas herramientas en su caja. Por eso se desespera, se equivoca, es torpe. En la medida en que se vuelve más desesperada, hace cosas tácticamente estúpidas y ridículas que son de infinita utilidad para despertar (otra vez usando sus términos) a la gente que no está en Twitter y a quienes no interesa la política pero que no tienen ganas de que adoctrinen a sus hijitos, que les roben las elecciones, que los encierren, que les digan que no poseer nada los hará felices y que ven como cada año viven peor por culpa de las decisiones de una casta que los quiere obedientes y desinformados.
Hay una oportunidad, en esta espiral de locura colectiva que atacó a la progresía la pasada semana, para mantener a la izquierda desequilibrada y a la defensiva.
Sobre llovido, mojado hay mucha gente harta del consenso progresista que está silente, es muy oportuno que vean en los foros públicos que su enojo está justificado, que tienen razón y que no están solos. Una red un poco más libre puede hacer lo que Obama tanto teme: dejar expuesto que las élites les mienten, que son corruptas e ineficientes, que sus intereses no son los mismos y que desconfíen de los mensajes de los medios masivos porque están amañados por las arcas estatales y corporativas.
Si alguna enseñanza se obtuvo del enorme retroceso de las ideas de la libertad en este siglo, es que el retiro del debate público, cuando se pensó que era el fin de la historia, dejó ese debate político en manos del totalitarismo. Desgraciadamente, ya no se puede vivir retirados de la plaza pública porque mientras una ideología dejaba vivir libremente, la otra avanzaba recortando libertades, usando en su beneficio valores en los que no creía. El retiro y la defensiva nos han dado pésimos resultados, la derecha ha sido haragana y es posible que sea en parte el secreto del éxito de quienes hoy lloran por no poder censurar a sus anchas.
Lo dicho: el cambio de propiedad de Twitter es una rasgadura sobre el lienzo de la narrativa monolítica que viene pintando en solitario la izquierda. Es apenas una promesa, pero abre un frente de acción impagable y se sabe que la batalla cultural se tiene que dar en todos los tableros. Hay una oportunidad, en esta espiral de locura colectiva que atacó a la progresía la pasada semana, para mantener a la izquierda desequilibrada y a la defensiva, alejada de la iniciativa y mostrando la desnudez de sus predicadores. Hay una oportunidad para que la libertad deje de ser, de una vez, la perdedora. Y eso no depende de Elon Musk, que es tan solo la infantería.
Fuente: www.gaceta.es

 

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