¿Guerras de independencia o civiles?
Gabriela Calderón de Burgos
Es editora de ElCato.org, investigadora del Cato Institute y columnista de El Universo (Ecuador). Se graduó en el 2004 con un título de Ciencias Políticas con concentración en Relaciones Internacionales de la York College of Pennsylvania. Desde enero del 2006 ha escrito para El Universo (Ecuador) y sus artículos han sido reproducidos en otros periódicos de Latinoamérica y España como El Tiempo (Colombia), La Prensa Gráfica (El Salvador), Libertad Digital (España), El Deber (Bolivia), El Universal (Venezuela), La Nación (Argentina), El Diario de Hoy (El Salvador), entre otros. En el 2007 obtuvo su maestría en Comercio y Política Internacional de la George Mason University.


Este feriado se conmemora la Batalla de Pichincha de 1822, una de muchas batallas en las llamadas “guerras de las independencias” en Hispanoamérica. En su libro Elegía criolla (Planeta, 2020) el historiador Tomás Pérez Vejo se pregunta si realmente fueron estas unas guerras por la independencia y concluye que más bien fueron unas leyendas construidas para justificar los nacientes estados-naciones que vendrían después. 
En las escuelas se suele enseñar a los niños un relato binario según el cual las guerras de la independencia ubicaban a los españoles de un lado (los malos) y los criollos y/o indígenas (los buenos) del otro.
Pero si tenemos en cuenta que los territorios de las actuales repúblicas latinoamericanas nunca fueron realmente colonias, sino reinos de ultramar de la Monarquía Católica, cuyos ciudadanos gozaban de los mismos derechos —al menos en papel y hasta antes de la Reforma Borbónica— que los súbditos de la corona que residían en la península, podemos llegar a conclusiones radicalmente distintas. 
Por ejemplo, no eran criollos contra peninsulares, sino súbditos de la monarquía contra otros súbditos de la misma. Por lo tanto, no eran guerras de independencia sino guerras civiles. Tanto así que muchos indígenas y criollos lucharon en esas batallas del lado del ejército realista en defensa de la Monarquía, así como también muchos peninsulares lucharon del lado de los insurgentes. Pérez Vejo dice que esto indica el uso del lenguaje como “armas de guerra” puesto al servicio de una propaganda que buscaba la construcción de las naciones-estado que resultaron después. Estas no fueron el objetivo de de esas batallas, sino más bien el punto en que se empezaron a gestar. 
Si aceptamos estas precisiones, se destruye el relato victimista que Carlos Rangel describió singularmente en el libro El tercermundismo (Monte Ávila, 1982). Este relato, popularizado por Eduardo Galeano en Las venas abiertas de América Latina supone la existencia previa a la conquista de identidades nacionales. Pérez Vejo explica: “…no existían naciones…en el momento de las guerras de la independencia. Las naciones no fueron la causa de las guerras de la independencia sino su consecuencia”. 
Sobre el caso específico del Ecuador, fueron unos soldados oriundos de lo que hoy se conoce como Perú los que acabaron con la junta de Quito en 1809. Según lo que Pérez Vejo denomina “historia-ficción” se ha popularizado el 10 de agosto de 1809 como “el primer grito de la independencia” cuando realmente, al igual que muchas declaraciones contemporáneas lo que se hacía era jurar lealtad al Rey Fernando VII y declarar que mientras él siga secuestrado la soberanía sería reabsorbida por el pueblo representado por la junta.
La primera declaración de Independencia en el territorio de lo que hoy conocemos como Ecuador se daría en Guayaquil el 9 de octubre de 1820, cuyo gobierno formaría la División Protectora de Quito para proceder a liberarla. Pero tampoco sería libre ni podríamos ubicar el nacimiento del Ecuador por esas fechas, porque de ahí pasaría a estar bajo el dominio de Colombia, contra el cual lucharon La Mar, Olmedo y Rocafuerte. Podemos decir que para el nacimiento de Ecuador habría que esperar hasta el 13 de mayo de 1830, fecha que curiosamente, pasa desapercibida.
Este artículo fue publicado originalmente en El Universo (Ecuador) el 20 de mayo de 2022 y en Cato Institute.
 

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