La farsa electoral
Dardo Gasparré
Economista.


A un año de las elecciones generales y a menos de las PASO, se repiten las mismas indecisiones y los mismos planteos de los ciudadanos y crecen aún más las dudas sobre la efectividad, la seriedad y hasta la utilidad del sistema electoral, o para ser más abarcativos, del sistema político. Como marco general, la primera conclusión a la que se suele arribar es que todos los políticos se comportan más o menos de manera similar, en especial cuando llegan a su ansiada y única meta de obtener el poder. O sea, la conclusión de que se está en manos de una oligarquía, una burocracia que sólo cambia cada tanto de padrino, (o de madrina) de amo, pero que finalmente se comporta siempre del mismo  modo, con la fatal arrogancia que no solamente abarca los aspectos ideológicos y la autoconvicción de quienes se sienten capacitados para elegir mejor que los propios interesados las decisiones que debe tomar cada uno en aspectos tales como su bienestar, su ahorro, el manejo de su dinero y su trabajo y hasta su felicidad; también se sienten dueños de las cajas, de los empleos estatales, de la obra pública, de los subsidios, de los sistemas jubilatorios que saquean y además destruyen con sus regalos y manoteos. A eso se le llama La Nueva Clase, como valientemente sostuviera Milovan Djilas hace siete décadas, o la casta, Big Brother, la mafia política o como se prefiera denominarlos.
Por supuesto que eso será contestado con la consabida frase “no somos lo mismo”, que luce bastante impactante, sobre todo si no se sale de la trampa ideológica, que obra como la barrabrava  futbolera que esconde detrás del fanatismo y la agresión el hecho simple de que el equipo está jugando muy mal, y ni los dirigentes ni los jugadores merecen lo que ganan y son todos unos perros. Frase aquella que pierde un poco de valor cuando quienes la pronuncian llegan a tener una cuota de poder, o gobiernan, porque entonces, quienes acceden a la sinacura de electos semejan una reedición de la novela Rebelión en la granja, donde los cerdos que toman el poder se comportan igual que los humanos derrotados y hasta bailan en dos patas en fiestas orgiásticas. 
Este hartazgo es rápidamente rebatido con otras frases hechas: “hay que elegir al menos peor”, “no volvamos al trágico que se vayan todos, porque eso evoluciona al duhaldismo que termina en un presidente a dedo como Kirchner” “hay que ser responsables y asegurar la gobernabilidad y la institucionalidad” y otras admoniciones por el estilo que se dicen y se escuchan porque es fácil decir cualquier cosa ante una población que ha dejado de leer, de comprender texto y de aprender rudimentos matemáticos, cegada por la deseducación y por el hinchismo partidista. 
La corrupción en el sistema político es generalizada y multipartidaria, el nepotismo que se extiende a amantes multisex es una práctica acordada, que no solamente garantiza la llegada y permanencia eterna de incompetentes al gobierno, sino la creación constante de organismos de todo tipo de dudosa utilidad pública y de nombres ridículos, que se imponen cuando se obtiene el poder, y se negocian cuando el poder se pierde o se está a punto de perder. La profesión de político es, aun en los contados casos de decencia, una salida laboral sin estudios previos ni requisito curricular de ninguna clase, o al menos con requisitos ocultos o demasiado visibles, según se prefiera. Esta afirmación también se niega con diversos argumentos. Argumentos que caen a pedazos cada vez que se levanta un papel, o se mira al dorso de cada decisión. 

Víctimas de mentiras

Por eso, cuando se escucha que el gasto público no se puede bajar sin aumentar la pobreza, o sin que se incendie el país, se está siendo víctima de una mentira. Nunca se reharán los presupuestos en base cero en ninguna jurisdicción del país, ni nacional, ni provincial, ni administrativa, ni judicial ni sindical ni siquiera de un Centro de estudiantes, porque se desmoronaría todo el saqueo, el negocio y el asalto que sufre la sociedad a manos de sus gobernantes de todo tipo. Un estudiante de quinto año de comercial (educado en otro país, no localmente) sería capaz de descubrir las tramoyas que esa Nueva Clase, que no se agota en la política sin que tiene varios socios periféricos, ha perpetrado y sigue perpetrando para enriquecerse. La plutocracia no significa hoy el gobierno de los ricos. Es el gobierno de los que se hacen ricos. Si no bastase con la cantidad de leyes, normas y cambios constitucionales que han sido aprobados con la anuencia y apoyo de buena parte de los partidos que supuestamente son los defensores del pueblo, los escándalos diarios de nombramiento de inútiles supernumerarios con atributos sólo conocidos por quien los apaña, que son disimulados por los hinchas de cada partido o cada tendencia, o según la plata que tire sobre la comunicación cada interesado, hacen que en la intimidad cada uno sepa que estas afirmaciones son ciertas. Y si aún cupiese duda, bastaría tomar 20 casos al azar de cada área, de cada jurisdicción, de cada poder, de cada contrato o licitación con privados, de cada tercerización, de cada designación y analizarlos, para destrozar cualquier intento de respuesta a estas aseveraciones. Y esto incluye a todos los partidos, a todas las seudoideologías, sin excepción. 
Además de la gravedad de esta situación, tanto en lo ético como en lo político y económico, existe un problema mucho más grave. Todo el monumental circo así montado y financiado, asegura que cualquier crítica o idea valiosa de cambio será inmediatamente descalificada por algunos de los beneficiarios de ese entramado, con tono doctoral y siempre defendiendo la institucionalidad, la democracia y otras falsas justificaciones, porque no es cierto que todo este tinglado de corrupción e intereses pueda obedecer ni aún por casualidad a una causa noble o a ninguna otra actitud de grandeza. 
Este panorama es conocido, o al menos intuido por la sociedad en general, especialmente por un gran sector que no ha caído en las trampas de la propaganda, el troleo o la ideología, la militancia o la lealtad partidaria como justificativo de todos los delitos o abusos. Que ahora, frente al fracaso masivo y evidente de todos los formatos de peronismo, y frente a la licuación del poder kirchnerista de miedo y complicidad, empieza a preguntarse a quien votar, en quiénes confiar. Y ahí la ronda empieza de nuevo. Porque la ciudadanía no puede ejercer su derecho a elegir. Esa es la manera más simple de resumir la situación, y acaso de resumir el drama argentino. El votante tiene por delante un camino de escollos, de vallas, de impedimentos jurídicos acumulados que lo transforman en un vasallo, no en un ciudadano con capacidad de elegir a sus pares para representarlo y gobernarlo.
Y el primer escollo es la obligación de formar un partido para poder presentarse a eleccionesSe recordará que ni la Constitución inspirada en Las Bases de Alberdi, ni ninguna otra hasta la reforma socialista de Alfonsín en 1994, establece esa restricción. Ni siquiera mencionaba en su texto el concepto de partido antes de esos cambios, que transformaron la Carta Magna en un gigantesco contrasentido continuo que se anula a sí mismo. No será la primera vez, y no sólo en este siglo, que este columnista se enfrente a la idea de que los partidos son imprescindibles para la democracia, y mucho menos que sean garantes de nada. Ni siquiera hoy tienen entidades como los viejos ateneos radicales, en los que se estudiaban los temas relevantes para el país en las distintas áreas, con la ideología de cada facción, obviamente, centros de discusión y formación de los que luego salían los funcionarios de cada sector. No sólo hoy no hay nada parecido, sino que no hay ideología, que cambia todo el tiempo según las órdenes del capanga o padrino de turno, y esto no está referido al peronismo únicamente. Los partidos son, en una mayoría de casos, la incubadora de la corrupción y el entongue, y la tapadera donde ellos se esconden bajo la forma de disciplina partidaria y otros eufemismos. 
Esto es más grave cuando se produce por la razón que fuera el oligopolio de partidos, que finalmente se parece asombrosamente al partido único de la URSS o de China, Cuba o Venezuela (que tiene un formato falsificado de pluralismo) con todos sus efectos y defectos. Y maldades. 

Las trampas 

Se discute por ejemplo la idea de las PASO, la aberrante concepción que el kirchnerismo hace funcionar cuando tiene ganas y le conviene, pero no se comprende o no se quiere comprender que esa ley es apenas un síntoma, un efecto colateral de ese concepto de tutela partidaria, de la dependencia ciudadana de una gavilla que se burla de la democracia. Las PASO son las hermanas bastardas gemelas de la lista sábana, de la elección simultánea de cargos jurisdiccionales, (una forma más disimulada de sábana, que se usa cuando al poder de cada jurisdicción le conviene) de los partidos “sello de goma” que se alquilan al mejor postor, (luego se habla pomposamente de ideología) y hasta de los candidatos que se ven forzados por la ley a depender del financiamiento secreto y espurio de cualquiera. 
Anticipando la réplica y la crítica que reza que sin partidos no hay democracia o similares, esta columna no está sugiriendo que los partidos, y su militancia, desaparezcan. Simplemente que no se les otorgue el papel de custodios, dueños o aduanas de los candidatos. Para ponerlo más claro, que se vuelva a la posibilidad de candidatos independientes. La famosa frase de la no abogada Fernández que reza como si fuera un dicho de Séneca o Cicerón que “si alguien quiere participar, que forme un partido político”, además de coartar al derecho de cualquiera a postularse al oponerle un obstáculo jurídico fuera de las posibilidades de un ciudadano, es, como tantas otras concepciones peronistas, una muestra de ignorancia democrática, en los dos sentidos del término ignorar.
La sociedad, confundida no sólo por la prédica, sino por lo que ve del comportamiento de los políticos y de los legisladores de cada partido -que cambian de idea, de principios, de camiseta, de bloque, de discurso y de conducta cuando se les da la gana o cuando les conviene a sus planes personales sin explicación alguna o con artimañas infantiles- tampoco sabe a quién votar, y tiene razón. Elegiría tal vez a cuatro o cinco personas de diferentes partidos, porque les cree o confía en ellos, pero muchas de ellas no se pueden postular, o son condenados a ser relleno de una boleta plagada de desconocidos, o peor, de conocidos. Se llega así a este juego de hoy de tránsfugas, de halcones y palomas, donde los supuestos buenos hacen alianzas con los supuestos malos, donde el ciudadano está condenado a votar por “el menos peor”, que es casi lo mismo que votar por un inútil. El voto descreído, el voto sin ilusión, el voto obligatorio, casi lo mismo que el voto a mano alzada de las asambleas sindicales. El voto que tiene poco de democracia. Aunque se cacaree su defensa. 
El sistema esconde dos trampas más, en el mismo sentido. La obligación de tener decenas de miles de fiscales para evitar el fraude, en un país que ha incorporado el delito como una alternativa legal. Ningún independiente es capaz de tener el adecuado número de fiscales, ni aún en distritos pequeños. Y no hay manera de que exista un mecanismo de control del acto electoral oficial que no se corrompa, al menos parece así. Con lo que no solamente un candidato independiente carece de toda posibilidad económica de participar, sino que sólo unos pocos partidos tienen esa chance, una de las razones de la presencia incomprensible de la UCR en el PRO. Pero no se trata solamente del fraude del robo de boletas, o de la calesita, sino del escrutinio en sí, algo mucho más grave y común. Dentro de los paquetes legislativos promovidos por el clasismo partidista que se fueron filtrando en el cuerpo legal electoral, se coló el concepto de que el escrutinio definitivo se realiza en cada mesa, y que las urnas no son abiertas nunca más, salvo situaciones extremas deliberadamente escasas, que raramente ocurren. Con lo que el documento que vale para contar en serio los votos – aunque la mayoría no entienda este punto – es el acta electoral firmada por el presidente de mesa y los fiscales presentes. O sea que a la hora del cierre lo mismo se necesita una enorme cantidad de fiscales, porque si no el fraude es inexorable. Por lo que la boleta única, que sin duda evita una parte de la trampa, no evita la necesidad de tener ese gran número de fiscales, lo que es una limitación de fondo subordinante. 

Boleta única

Un buen sistema político debería permitir una boleta única para todos los candidatos que se quisieran presentar, dentro o por fuera de cada partido y en cualquier cargo. Que deberían reunir ciertos requisitos mínimos, además de los ridículamente elementales de hoy. No se trata de establecer un sistema de voto calificado, ya que no habría requisito alguno para los votantes, que podrían votar con el mismo derecho a la ignorancia que hoy, sino de levantar la exigencia del nivel de formación de los diferentes candidatos. Y funcionarios, de paso. Con lo que los y las amantes deberían cunplir con requisitos adicionales para postularse. Lo usaron los griegos muchos años, pero claro, los griegos no tenían el nivel de sofisticación democrática argentino. Tal vez en algunos casos habría que presentar algún diploma universitario, lo que sería un obstáculo para algunos, pero esos son detalles que no son el objeto de esta columna.
Obsérvese que el actual sistema supuestamente justo, permite que se postule en cada distrito quienes han nacido o tenga residencia en él, un método elástico que ha permitido que una persona elija a gusto el distrito por el que se quiere presentar o salve ese requisito con alguna trampa o truco para eludir la ley. Lo que también permite que los intendentes que no pueden ser reelectos y deban saltearse un período se acomoden en otras jurisdicciones y vuelvan a postularse en su jurisdicción original en el período siguiente, o que cualquiera que haya vivido toda su vida en Palermo se postule para un cargo electivo en Chubut, por ejemplo. 
La crítica dirá que tales sistemas obligarían a una gran tarea en el conteo, y “desordenaría” el sistema, porque la democracia desordenada no es tolerada por el socialismo, al impedir la masificación y control de la población.
El gran sicólogo norteamericano Philip Zimbardo, profesor emérito de Stanford, al estudiar la represión militar en Brasil, sostenía que toda dictadura, incluida la de Hitler, partía de dos conceptos centrales: la pérdida de identidad e individualidad de las personas, es decir la militancia, la mimetización en un grupo, un ejército, un uniforme que anonimizaba a quien lo portaba, y la creencia inoculada a esos grupos de que estaban luchando por una causa, una ideología, una patria, un mandato divino, inexorable, patriótico, superior, de justicia. Una consigna. Su famoso experimento con los estudiantes de Stanford lo probó dramática y drásticamente. El partido, concebido como se lo conoce hoy, cumple esa doble función.  Transforma a los individuos en fanáticos militantes, obliga a una lealtad y una dependencia que anulan todo juicio y toda razón hasta excluir la lealtad a los votantes, se erige en representante de la voluntad popular, lo que es falso, y culmina neutralizando la opinión popular. Y la libertad
La boleta única cumple buena parte de este requisito, pero no permite la participación de independientes, y si lo permitiese, corre el riesgo de que el escrutinio resulte demasiado largo y complejo. Sin embargo, pese a las críticas insultantes de algunos sectores y a la férrea oposición de las empresas que hoy venden precarios sistemas de conteo del escrutinio provisorio disfrazados de alta complejidad, es hora de recurrir a la tecnología y dar un salto que permita escapar del procedimiento fraudulento de comicios, algo que ya se ha probado con éxito en CABA y en Salta, donde se han aplicado. Los insultantes comentarios y descalificaciones ad homine usadas por quienes alegan ser ingenieros y especialistas en el tema deben ser canalizados en mejorar estos sistemas, no en evitarlos, sobre todo en momentos en que el mundo entero está confiando sus finanzas, su salud y su futuro a la informática y el manejo científico de datos. 
La verdadera discusión, la única posibilidad real y cierta de salir del atolladero en que está metida Argentina es encontrar un sistema representativo que merezca confianza y aleje todos los fantasmas de duda, corrupción o acomodo, para empezar a conversar. El mecanismo actual y sobre todo la sensación de que da todo lo mismo, o de que “hay que votar al menos peor”, impide votar a los que cada uno cree mejores. Es una forma de dictadura disfrazada de democracia, como la ahora predicada democracia directa del neomarxismo, otra prestidigitación dialéctica que conduce a la dictadura, como bien saben y usan los sindicalistas.  

Publicado en La Prensa.

 

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