Los brasileños intentan decidir cuál es el mal menor
Alvaro Vargas Llosa
Director del Center for Global Prosperity, Independent Institute. Miembro del Consejo Internacional de Fundación Atlas para una Sociedad Libre.


El original en inglés puede verse aquí.
La segunda vuelta del 30 de octubre en Brasil entre el presidente Jair Bolsonaro y el ex presidente Lula da Silva será trascendental. Se enfrentan en el quinto país más grande del mundo un controvertido líder de la derecha populista, empeñado en rescatar a Dios, la familia y la patria de la cultura ‘woke’, la corrupción y el anticapitalismo de izquierdas, y un antiguo líder sindical que defiende todas las causas socialistas, redistribuyó un montón de dinero cuando su administración se benefició enormemente con el auge de las materias primas de la década de 2000, y fue a la cárcel por aceptar sobornos y lavar dinero antes de que sus sentencias fueran anuladas por razones de procedimiento.
El resultado de la primera vuelta electoral tomó a todos por sorpresa: Bolsonaro obtuvo más del 43%, unos diez puntos más de lo que pronosticaban los principales sondeos, y su partido se convirtió en el más numeroso en el Congreso. El próximo Parlamento estará controlado por un bloque de derecha pro-Bolsonaro aliado con los partidos no ideológicos del "Centrāo".
Lula, que esperaba una rotunda victoria, pero que aún así obtuvo un impresionante 48% debido a su popularidad entre los pobres del noreste, es un tenue favorito en la segunda vuelta. No es un logro menor para un hombre que ha personificado la corrupción desde que la investigación conocida como Operación ‘Lava Jato’ desenterró un imperio de corrupción, incluyendo miles de millones de dólares en coimas y lavado de dinero, que involucra al banco de desarrollo, la compañía petrolera estatal, empresas constructoras y la clase política, preeminentemente su Partido de los Trabajadores.
Como presidente, utilizó los abundantes ingresos para repartir dádivas y se cuidó de no contrariar a los inversores extranjeros, cuyas actividades mantenían llenas las arcas gubernamentales. Pero su administración, marcada por el despilfarro, la deuda asfixiante y las regulaciones estatistas (por ejemplo, en el sector energético), causó un grave daño en su país una vez que se disipó el auge de las materias primas, provocando la recesión más larga de Brasil. Para entonces ya se encontraba fuera del poder, y su sucesora y aliada, Dilma Rousseff, estaba en vías de ser destituida mediante un juicio político.
Bolsonaro tiene en parte culpa por la resurrección de Lula. Al estilo del clásico populismo de derechas, Bolsonaro ha llevado su guerra personal contra el Tribunal Supremo (donde algunos miembros designados por Lula han socavado a Bolsonaro) a alturas poco saludables. Su ferocidad retórica contra los ecologistas ha olido más a negacionismo que a una crítica económica razonable de los excesos de los activistas del clima, y su manejo displicente de la pandemia, incluyendo su postura antivacunas en un país con 700.000 muertes relacionadas con el Covid-19, dañó su credibilidad.
Sin embargo, la guerra cultural de Bolsonaro contra la cultura ‘woke’ resuena en muchos brasileños, y su impulso pro-empresarial, apoyado por un ministro de finanzas que es un reconocido partidario del libre mercado, ha tocado la fibra sensible de una clase media muy consciente de la necesidad de liberar al país de los grilletes de décadas de intervencionismo. El gobierno de Bolsonaro ha reducido el gasto en pensiones, la mayor fuente de gasto público; ha emprendido proyectos de privatización por valor de 35.000 millones de dólares; ha desregulado algunas áreas de la economía; y ha otorgado independencia al banco central, una de las razones por las cuales la inflación está descendiendo y la moneda se ha apreciado frente al dólar.
Durante la campaña, el populista que hay en él ha llevado a Bolsonaro a pedir al Congreso que suspenda el techo constitucional que en su día favoreció para el aumento del gasto público, a aumentar las ayudas a unos 20 millones de familias a través de Auxílio Brasil, y a inmiscuirse en el precio de la gasolina y en algunas de las decisiones que toma la petrolera controlada por el Estado. Por otro lado, Brasil fue la primera economía en recuperarse de la pandemia en América Latina; el crecimiento económico ha repuntado y se están creando miles de puestos de trabajo. Esto ayuda a explicar el desempeño de Bolsonaro en la primera vuelta electoral.
Qué trágico que Lula, que encarna mucho de lo que está mal en la política latinoamericana, pudiese regresar al poder, especialmente ahora que muchos países están en las garras de gobiernos populistas autocráticos de izquierda. También es lamentable que el único tipo que podría detenerlo, y que ha dado algunos resultados positivos, así como muchos abusos verbales contra los opositores, crea que el fin justifica los medios.
Teniendo en cuenta lo que está en juego y la elección del electorado hasta ahora, uno no se sorprende de que Bolsonaro haya atraído el apoyo para la segunda vuelta de enemigos como el ex juez -y ahora senador electo- Sergio Moro, que fue el primero en condenar a Lula y que, después de ser ministro de Justicia de Bolsonaro, dejó el gobierno y denunció la falta de respeto del presidente por las instituciones democráticas. Para muchos brasileños, Bolsonaro se ha convertido en el menor de los males.
Traducido por Gabriel Gasave
Álvaro Vargas Llosa es Académico Asociado Senior del Centro Para la Prosperidad Global del Independent Institute. Sus libros del Independent incluyen Global CrossingsLiberty for Latin America y  The Che Guevara Myth.

 

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