Decisiones de mercado y decisiones electorales
Emilio Martínez Cardona
Escritor y analista político.


El regreso al poder de un cleptócrata en Brasil, luego de resultados parecidos en Colombia, da pie a estas reflexiones. ¿Por qué la gente toma decisiones más inteligentes en el mercado y disparatadas en las urnas? 
¿Será porque en el primer caso son decisiones sobre asuntos individuales y en el segundo sobre asuntos colectivos, y se pierden la perspectiva y los incentivos?

En este sentido, es probable que en el mercado los ciudadanos estén opinando sobre algo concreto que conocen bien (sus necesidades personales o familiares) y en las urnas opinen sobre algo mucho más abstracto.
Desde el jacobinismo, la izquierda ha desarrollado una experticia en el planteamiento de abstracciones ampulosas, de utopismos revolucionarios no verificables en la realidad, algo que ya criticó Edmund Burke en su momento.
Es llamativo que en Europa continental, más dada al racionalismo abstracto, se desarrollaran con fuerza las ideologías totalitarias, algo que por reflejo adoptamos en América Latina. En cambio, el empirismo del mundo anglosajón, más atento a la experiencia concreta y pragmática, ha operado como un dique de contención contra estas tentaciones. 
Volviendo a la pregunta inicial: también es posible que la gran diferencia entre las opciones de mercado y las electorales estribe en que las malas decisiones en el primer ámbito recaen principalmente sobre el decisor, mientras que las malas decisiones en las urnas recaen sobre toda la sociedad. De ahí que la magnitud del error suele ser mayor ante las “abstracciones peligrosas”.
La dispersión de la información, como ha enseñado por largo tiempo la escuela austríaca de economía, se integra de manera espontánea en los precios, con un efecto ordenador. Sin embargo, el voto no parece estar integrando información de manera tan eficiente. Esto no es un cuestionamiento a la democracia en sí, sino a su escala: es preferible que los experimentos sociales se realicen a nivel local o municipal, y sólo posteriormente, por un proceso gradualísimo, sean extendidos al nivel nacional si es que resultan exitosos.
No hay correctivos fáciles para plantear y el regreso al sufragio calificado no sucederá (aunque yo mismo escribí en una humorada que “sólo deberían votar los que hayan leído, y entendido, a Kant”).
Los pueblos tendrán que seguir aprendiendo por ensayo y error, sufriendo las consecuencias de sus preferencias por los demagogos, para después rectificarse. El problema —y es el caso de varios países latinoamericanos— es que para entonces los demagogos ya pueden haber edificado un despotismo de difícil revisión.
Para terminar, después de tanto brebaje amargo, cierro con una nota de relativo optimismo: es muy probable que la victoria de Lula haya sido la última de la ola neopopulista y que las elecciones en Argentina del año próximo inauguren un cambio de ciclo regional.

Publicado en Los Tiempos, Bolivia.






 

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